Estoy viejo para esta mierda

Resulta llamativo que el festival WAM preceda solo una semana al de Eurovisión. Una semana hacemos el Indie posteando comentarios sesudos sobre grupos que solo conocemos nosotros y su manager y la siguiente hacemos el hipster apoyando en Twitter al representante de San Marino al que solo conocen en San Marino. No descartemos que seamos idiotas. Lo del WAM es normal, tiene cierta explicación. Lo de Eurovisión no. Sin embargo ambos eventos han tenido cosas en común que no aparecen a primera vista, empezando porque los triunfadores fueron los no esperados; en WAM Alien Tango y Crudo Pimento y en Eurovisión el chico portugués con una balada que era razonablemente audible. No es normal que una canción, en esa montaña de basura cacofónica, tenga una cierta calidad, un interés. Es el de Eurovisión otro perfil más universal dentro de los parámetros bochornosos que definen nuestro universo. Los tíos que van allí son intérpretes de tonadillas de OT en las diferentes versiones nacionales pero no siempre ha sido así. Hubo un tiempo en el que había espacio para líneas pop medio interesantes y allí estuvieron ABBA cantando WaterlooCliff Richards con Congratulations y, ni más ni menos, Doménico Modugno cantando Volare. Aquellos años dieron también para exóticas bizarradas hispanas en el que un día será reconocido como el mejor periodo de la música pop en España de todos los tiempos: Betty MissiegoMassielJulio Iglesias y Mocedades, autores de la absolutamente sensacional Eres tú quizá la mejor canción junto a la de Missiego que hemos llevado a ese Carrefour de la música que cada año se celebra en un país diferente de Europa y Australia. Después de aquella época dorada, el desierto y Remedios Amaya con su barca. Luego Bisbal que nos hizo añorar el desierto. Luego Chiquilicuatre, quizá lo único respetable que hemos enviado a esa trituradora oxidada de todo lo que conlleve algo de buen gusto. Y ahora Leif Garret renacido en un hortera de nivel medio-bajo.

Noto que estoy viejo porque meto aquí a Garret, un ídolo juvenil de los 80 en España y me doy cuenta de que me vuelvo insoportable cuando, tirando de las explicaciones de que entre finales de los 60 y principios de los 70 floreciesen todas esas figuras, y llego al esfuerzo del franquismo por vender la imagen de una dictadura moderna (oxímoron donde los haya) con Massiel en Eurovisión y Tápies en la Biennale de Venezia. Otra coincidencia: la inauguración del evento en la laguna con el festival. No puede ser coincidencia, nunca lo es. De repente me doy cuenta de que he visto casi todas las ediciones de Eurovisión. ¿Cómo es posible, si a mí lo que me gustan son los WAM´es, Azkenas, SOS´es Y BBK´s? Pues porque en el fondo son todos lo mismo salvando la retransmisión. Woodstock y Benidorm, Reading y San Remo. De hecho en San Remo, con cierta edad, has podido ver a Mina o Lucio Battisti y en los anteriores te han metido cinco o seis Loveoflesbians hasta que llegan las doce y te sueltan a un Iggy Pop que ya no puede ni andar. Los festivales en directo son un fenómeno único con ciertas variantes para atrapar masivamente a públicos de todo tipo, una fórmula sesentera que vuelve para paliar la decadencia de las discográficas ofreciéndonos muchas luces de colores y chupitos de Jagger. No hablemos de calidad de sonido, por favor, ni de entrega de grupos que no pueden hacer un bis porque la escaleta de tiempos solaparía un escenario con otro. De ese esquema se escapan algunos, como La Mar de Músicas -mi favorito, obviamente- o Sonorama, que es otro rollo. Fuera de estas y otras excepciones, son solo un modelo con muchas cabezas. Un único anillo para dominarlos a todos.

Eurovisión, es el más democrático y el más español. Lo vemos desde casa o en el bar. Semanas antes la tele nos repite como en una letanía las canciones que vamos a escuchar y evita el esfuerzo de preguntarle a Santini o Arnedo, “Oye, ¿cuáles son las bandas buenas?” Otro dato es que, quizá por incluir tantos perfiles humanos diferentes, saca lo peor de nosotros. Al principio queremos que gane España, pero con el primer cero esperamos el segundo. Al paso de los roscos en el mapa nos vamos viniendo arriba en Twitter y conseguimos que algún despistado comparta un chiste que ya colgamos el año pasado. Rozamos la euforia y nuestros dedos engrasados en patatas y gusanitos se activan para ser el primero que compara al representante español con la Antorcha, el líder de la revolución de la peli Top Secret. Hay una tristeza noventayochista en esa España cainita llena de hogares burgueses malgastando su banda ancha en lanzar bobadas al espacio digital. En esa España soy el capitán, qué le vamos a hacer. Cuando llega Portugal y no nos vota no queremos que nos vote ya nadie, vemos el cero absoluto como una realidad para poder lanzar la que debía ser letra del himno español: ¿VES? TE LO DIJE. Porque tú y yo lo sabíamos. Y en ese momento, como con el gol de Iniesta, toda España es un clamor. No hace falta abrazarnos, nos miramos y nos damos megustas en Facebook y pensamos ¿VES? TE LO DIJE y disfrutamos de la superioridad de ver a alguien derrotado como nosotros nunca seremos, por mucho que nos pisoteen. Toda Europa y Australia le ha dado un cero. Queremos que salga en pantalla la humillación del tipo ese mientras en las redes destripan su infancia y sacan acusaciones de tongo durante la elección en un concurso que hizo TVE para elegir el candidato. Toda España es un solo corazón insultando a un tipo rubio al que muchos no conocíamos el día anterior cuando, de repente, llega el voto telefónico y le dan cinco puntos. Porca miseria. El país se viene un poco abajo. Ya no resuena el orgullo puramente hispano de la humillación del derrotado y nuestro ADN justiciero modera su entusiasmo. Puto voto telefónico… Al menos nos queda lo de Iniesta.

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