Artículo escrito por Andrea Tovar
Modeselektor estaba en su apogeo febril en la noche berlinesa, recién estrenado el siglo XXI. Desde que el dúo se bautizara con ese nombre que suena a robot tremendamente guay, allá por el 96, habían transcurrido cinco largos años que sonaban a fiesta, a hiperactividad, a éxtasis, pero también a látex, a droga sintética, a kebabs mañaneros. Eran los amos, disfrutaban como nadie.
Aun así, había un vacío en su interior. Se le escapaba en algunas canciones, solo daban pistas sutiles entre tanto júbilo, pero ahí estaban: In loving memory o Lago Baikal (2002), como el llanto nostálgico en plena bajona.
Algo cambió cuando apareció Apparat en la escena musical.
En realidad, no tenían nada en común. Bueno, sí: los dos hacían IDM, pero claro, con el cajón de sastre que es el género, tampoco era para tanto. Frecuentaban los mismos ambientes, es verdad. Eran el chico revoltoso y gamberro y la chica tranquila y profunda. Se llamaron la atención por algún motivo: un ritmo de aquí, una melodía de allá. Lo típico.
El flechazo fue tan inminente que empezaron a experimentar juntos en seguida. En cuanto tenían ocasión, se subían a la palestra, pinchaban en los garitos de moda. Modeselektor y Apparat.
Así, entre tanto roce, surgió el amor. La fusión. Moderat.
Un año les llevó desde entonces lanzar su primer EP, Auf Kosten Der Gesundheit (2003) que literalmente significa «a costa de la salud». Una pasión desbocada sin límites, vaya, que se pasa por el forro hasta la propia vida.
Transcurrió bastante tiempo hasta que decidieron dar el siguiente paso. Un álbum es algo serio, como irse a vivir juntos o casarse. En un proyecto así se comparten beneficios y pérdidas, una especie de régimen de gananciales, y la reputación es conjunta, se suman los apellidos y se forma algo nuevo.
Al principio actuaron como todas las parejas algo escarmentadas en la vida: llevaron sus lecciones aprendidas bajo el brazo. Querían formar una unidad superior, pero partiendo de dos individualidades. Por eso fueron al estudio a trabajar con un montón de piezas inacabadas de uno y otro. Aun así, su primer hijo homónimo, Moderat (2009), ya representa la perfecta unión de dos mundos. Además, tuvieron la sabiduría de adoptar una imagen atractiva, de cómic old school, que les daría coherencia estética y cierta unidad. De este modo, Modeselektor rebaja su beat machaca y Apparat se anima un poquillo, ofreciendo exactamente lo que el público arde en deseos de escuchar, una electrónica rítmica y elegante, como en el tema A New Error.
Ante la perspectiva de lanzar el segundo álbum, Modeselektor y Apparat se dieron cuenta de que para crear algo maravilloso había que comprometerse por completo. Dejar a un lado las normas, los límites, las precauciones. Conocerse entre sí y a sí mismos a través del otro. Se quitaron las máscaras.
El primer resultado vino bajo el título de II (2013). En él se nota la clara dirección y manejo de Apparat, que apacigua los ritmos pegadizos de Modeselektor. Los beats gamberros y disruptivos de las discos berlinesas se ralentizan un tanto, y se introducen melodías más ambientales. De este disco, hay que destacar Bad Kingdom, con un videoclip que es un viaje, literal, y los 10 minutos de progresión de electrónica pura de Milk, alabados por todo amante de la electrónica. En conjunto, el álbum evoca visiones paisajísticas, pero la base de fondo introduce la idea de movimiento: personas, medios de transporte, la vida que se mueve y avanza; todo envuelto en una predominante sensación de paz. Ay (suspiro), ¿el malote de Modeselektor está sentando la cabeza?
Sin embargo, como en cualquier relación, si no hay un toma y daca, la cosa se descompensa. Y para la salud de ambos –esa que en su primer EP les daba igual–, el predominio de los estrógenos de Apparat no duró mucho. En III (2016) Modeselektor volvía a sus orígenes, como si despertara de un placentero letargo y tuviera ganas de fiesta. Pero hay matices. En primer lugar, las letras compuestas por Apparat son profundas y reflexivas, con algunas referencias budistas (el bosque de Eating Hooks), porque el propio Sasha Ring sufrió un accidente de tráfico que le hizo replantearse la vida, e incluso dejó de beber –entre otras cosas, quizá– durante una de las giras de Moderat, según contaba.
Ante esta introspección pronunciada de Apparat, Modeselektor decide redoblar su potencia, es decir, como si le recordara a su amada Apparat por qué hacen lo que hacen, qué es lo que les une. Pero no es una vuelta al punto de partida de la noche berlinesa, como si nunca hubiera existido Apparat, no la niega ni la anula. Esta vez, el influjo de Apparat se aprecia, curiosamente, en un retorno a los orígenes de la propia música. De esta manera, en el beat de Modeselektor hay melodías tribales que de repente se convierten en industriales (Reminder, Animal Trails, Fondle o The Fool). Se mezcla la percusión del principio de los tiempos con el golpe de martillo de la actualidad latente. Apparat incluso enmudece durante varios temas, como emocionada, pero reaparece para asentir, para prestar conformidad, para dejarse mecer por esos golpes más enérgicos, más llenos de vida.
Es un amor, el que ha conformado Moderat, que acerca a polos más o menos alejados entre sí, pero no los absorbe como entidades, sino que los alienta a seguir creciendo. Por eso, tanto Modeselektor como Apparat mantienen su trayectoria artística independiente, aunque reconocen echarse de menos mutuamente cuando llevan tiempo lejos. Porque dos pares de ojos siempre ven más que uno. Además, con el impulso mutuo han ido descubriendo fórmulas comunes inesperadas, más pop –aunque pop suene a Britney Spears–, han creado un sonido nuevo con una pinta estupenda. En una palabra: pegan. Por si todo esto fuera poco, Apparat no solo pone la letra, sino la voz. Esa voz a lo Thom Yorke es de Sasha Ring, sí. Todo porque Modeselektor le convenció de que podía hacerlo, que su tono era bonito. Y adivina: ahora Modeselektor está empezando a cantar también.
En fin. Parece que es verdad: los amores de verdad te hacen más grandes. Te suman, no te quitan.