Unboxing de Danza Funeral; disco y concierto (Microsonidos)

Rafa me ha dicho que qué pelo más bonito tengo. A mí me sabe mal no haber podido ayudarle más esta noche. Nos hemos encargado de la parte técnica de una tragicomedia sobre la crucifixión homosexual y machista que sufren las mujeres. Con su venia salgo de Sangonera la verde a 140 km/h hacia la sala 12&Medio, pero me pierdo a los teloneros The White Heat. Pillo a The Purple Elephants que llevan tres canciones. Su mánager me da un set list y se lo agradezco (facilita enormemente el trabajo); también me da una copia del LP que presentan esta noche y también le agradezco el gesto. Sé que es una práctica habitual y perfectamente normal, pero no me gusta que me regalen cosas. Quizá es porque no estoy acostumbrado a recibir un buen trato, o quizá sea el prejuicio de “me das y yo te doy”. Ella sin embargo me ha invitado a sus conciertos a sabiendas de mi sinceridad y de tener a su alrededor personas con una mala opinión de mi trabajo, incluidos los que tocan esta noche. Ambos hacemos nuestra labor y ella me ha puesto un puente de plata. Así que abro el disco y dejo de sentirme mal. Esto, lectoras, es mi unboxing de Danza Funeral.

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Viene precintado, como cualquier cosa importante o en vías de coleccionismo. No sé yo si llegará a tanto, pero el diseño es jodidamente bueno. Creo que hay que agradecérselo a Blonde Poulain. Si eso del «rap gafapasta» no le sale, aquí tiene un porvenir. Como he llegado tarde me tengo que saltar varias canciones, así que vamos directamente a la cuarta: Noche Persa. Este tema es la hostia. Al teclado de Tommy Rocheteau ni le sobra ni le falta una nota. Yo no sé si esto es una noche persa, o si el alado caballo azabache sería capaz de cobrar vida para sobrevolar Babilonia en busca de un amor prohibido, pero está claro que es «su noche» y en directo la defienden montados a lomos de sus elefantes de guerra sin miedo a Alejandro Magno. Flames like Ruby Gems ahora se llama El Desierto. En esta revista se habló del valor de usar la lengua nativa en la música. El uso del inglés en gran parte de las ocasiones responde a una cobardía hacia la lengua materna. En el inglés todo se esconde. No sé a qué responde el cambio de idioma en los grupos. ¿Rendición a las ventas? ¿Recuperado valor? Jamás nos dirían la verdad. Lo que sí sabemos es que enpurple-elephants-microsonidos-danza-funeral-03 España vende poco quien canta en extranjero, pero como experimento no es nada desdeñable. El problema es cuando te pasas al español sin saber escribir en español. Esto sucede tanto en El Desierto como en La Trampa (antigua Baby Ran Away), Entre Las Velas (Miss Jade) o Redención (I Want To Take You Home). Nadie exige una traducción genuina de la Piedra Rossetta, pero estas cosas suelen salir mal y Danza Funeral se deshace a poco que le prestes atención a dos versos seguidos. Carecen de forma y de fondo. Están superpoblados de futuros simples, de frases inconexas y sobre todo de una base clara. Ellos dicen que la idea del LP gira sobre el desierto en parte inspirado por nuestra árida tierra. En una entrevista para LaOpinión, cuentan que «el protagonista de las canciones se encuentra en un desierto, desorientado, famélico, sin nada a lo que agarrarse, enfrentándose a la crueldad y la miseria de la vida…» dicen que experimenta situaciones extremas y «va dejando atrás el dolor y la rabia para hacerse más fuerte y tratar de buscar la luz en un mundo tan triste, salvaje y cruel» preguntándose finalmente «¿conseguirá ver la luz al final del camino?». La idea en sí misma es adolescente, manida y carente de enjundia. El inglés habría sido un buen aliado y no una falda de vuelo corta en un día ventoso.

Volviendo a la música me flipa el valor atmosférico del disco. No me gustaría atribuir la virtud del sonido a la producción de Paco Loco, pero es cierto que para terminar de florecer, The Purple Elephants debía pasar de la autoproducción (por otra parte muy digna) a este nivel de calidad. Y digo que no se puede individualizar el mérito puesto que en el festival Microsonidos demostraron sonar tal y como lo hacen en estudio: fuerza, empaque y potencia. Cuando tocan Insomnio se alejan de su primer sonido. Si bien la evolución en este disco no es excesivamente notoria, sí se deja ver de una forma insinuante en temas como este. El mejor que puede sonar cuando metes el CD en el reproductor, y aun así me siguen dando vergüenza las letras. Por suerte al fin han encontrado un batería que casi está a la altura de Arnelio. En la parte final de este tema, Fran cuenta a toda hostia los compases sin poder disfrutar de lo que toca. Es jodido, pero este final tiene un toque alternativo altamente contaminante. Alejandro Jiménez (bajo), aunque esté limitado por exigencias estilísticas, con su energía corporal me hace querer bailar los temas; tanto como Adrián Carlos, el que sea posiblemente uno de los guitarristas con más personalidad de nuestro querido pueblo. Sin embargo me aburro por momentos; mis conocidos también; hay trasiego de gente; aunque hicieron lleno completo empiezo a sentir cada vez más espacio en la sala. La lentitud en los temas se hace pesada y culmina en el bajón que traen consigo las canciones intimistas de Jorge Bayle (cantante) junto a Tommy. A la trompeta de Álvaro, a pesar de ser un recurso n-dimensional, le falta un punto de soltura y de atrevimiento, de salirse del disco y entrar al concierto. Aunque los fans enloquecen como si no hubieran visto una en su vida.

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Hay algo muy desagradable en esta banda. Es la chulería. ¿Sabéis? Está la chulería del artista prepotente, como Brad Mehldau o como Van Morrison, como cientos de ellos, pero es que no se les otorga, la han conseguido. Es parte de su figura, es la actitud, es algo que nos gusta de nuestros ídolos y a lo que no renunciaríamos. La chulería bien llevada, creída, se transmite y el público asimila rápidamente la prepotencia transmutándola hacia la actitud y a la admiración que crea un líder. Bien podría ser la simpatía, pero en este caso no. Hace unos meses les formulaba cierta pregunta un lector provocador: «¿Os parece que puede ser creíble vuestra campaña de crowdfounding, alcanzando esa cantidad de dinero en tan poco tiempo?» a lo que desafortunadamente respondían: «A mi mientras me den el dinero para grabar mi disco no me importa mucho si te lo crees o no… Nos acordaremos de ti cuando estemos en el puerto tomando pescaico 😉». Esto, en palabras, en gestos, en actitud, es lo que expresa sobre el escenario Jorge Bayle, restando enteros a todo lo que la banda en conjunto pretenda hacer.

En Purple Elephants no hay ningún músico enhiesto, sino todo lo contrario. Jorge salta y se agacha y se retuerce. En un momento, suponiendo sus ojos blancos en trance –no podemos saberlo porque lleva gafas de sol en la noche–, baja al público y se da un baño de fans. En una de esas se le caen las gafas. Le cuesta subir al escenario. Lo consigue. Parece que le da igual haberlas perdido. Su mirada en limpio es más honesta, joder, más auténtica. Sobre todo porque le quita la pose y el estilo prefabricado. La vileza en la voz le sobreviene. Me lo comentan muchos o casi todos. «Pfff… la voz», pero no es algo que pueda juzgarse, o lo tragas o no, paga una entrada o no la pagues. La voz tiene la chulería, pero no es chula.

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Terminan con la «tritónica» Maldita Sentencia. Instrumental y grito al canto. Cojonuda, sin más. Luego piden que tomemos una copa de trago para el bis (La Trampa). Sin más, también. Su música me gusta, sus letras me aberran. Si das más importancia a las formas, este es tu grupo. El unto de momento búscalo en otra parte o espera a que lo encuentren ellos. Quizá, cuando se despellejen, den con él.

Fotografías de Diego Montana

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