¿Salto al vacío?

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Por lo general un debut musical da buena cuenta de los campos que podrá explorar el músico o banda una vez madurado su proyecto inicial, conforme este crece la en ocasiones excesiva afectación o aspereza por limar desaparece, siendo mitigada o atenuada en consonancia con la evolución y la experiencia. En el notable debut de Germán Salto (Salto, Autoedición vía crowdfounding), estos primeros pasos dubitativos y temblorosos no han sido necesarios quizá por su seguridad a la hora de afrontar la composición: una vez creado el acorde de guitarra que él considera como idóneo, persigue con ese mimbre y sin descanso el fin, que es la canción.

Por otra parte, bien a las claras quedan reflejadas sus intenciones estéticas ya en la primera toma de contacto: rock sin complejos, aquel del que se dice tan manidamente “de toda la vida”. Las guitarras, bien mediante slides o riffs, por tanto, son las grandes protagonistas, pero no sólo, también tienen su protagonismo los coros o desdoblamientos del propio Salto.  Bebiendo especialmente de The Beatles, en parte de Neil Young y a ratos de tímidos destellos en la línea de la experimentación más Wilco, Salto crea un disco con un puñado de temas pop deliciosos (Girl, Walter Freeman) y americana cuyo mayor mérito reside en su buen hacer y naturalidad; sin olvidar, eso sí, el carácter de homenaje al rock and roll (Ernie the Falconer) que recorre de principio a fin el álbum.

En definitiva, ágil en la escucha especialmente si se tiene en cuenta su concisión, Salto es un disco muy apreciable que seguramente será saludado como “necesario” o “revitalizador” del género por algunos.  Sin embargo, estamos ante el enésimo disco similar que aparece en los últimos años; “el rock todavía no ha muerto”, pero haciendo caso omiso de las proclamas sectarias, si uno echa un vistazo no ve ausencia o falta de rock, sino todo lo contrario: radios, sitios web, salas de conciertos y grandes almacenes participan del día de la marmota en que vive buena parte del mundillo. Semejante situación provoca que pocos se planteen cambios, en la práctica asfixiando cualquier intento de novedad, de siempre de manera que se ve irremediablemente mermada la capacidad de innovación (esta sí) “necesaria” para su supervivencia como noble forma musical que es (o fue). Ya se sabe (y perdóneseme el tópico), lo de la orquesta tocando mientras el barco se hunde.

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