El otro día hablaba con unos amigos sobre el hermetismo del rap, y cómo los propios oyentes del género hemos contribuido a él. En el rap siempre nos hemos reprochado los unos a los otros quién era “real” y quién un “toy”. Estaba mal visto que amigos tuyos del instituto pidieran acompañarte a algún concierto porque no vinieron al de la semana pasada ni irán al de la próxima, como si el rap, más que un género musical, fuese algo con lo que uno se casa; algo con lo que generar un compromiso. Si hace dos semanas fuiste a ver Falsalarma, nadie esperaría verte hacer cola para ver a Joaquín Sabina o a Estopa. Y si te veían, se te señalaría con el dedo. Por salirte del camino del rap. Por ser un desvirtuador del género, un “modas” o un “vendido”.
En la conversación dábamos vueltas intentando averiguar de dónde venía todo esto. Muchos artistas del género se burlaban de los artistas de música comercial o de pop-rock. Los medios no nos entendían y nosotros nos quejábamos pero, a la vez, cada vez que alguien ajeno al rap acercaba la nariz a curiosear, se le echaba de malas maneras. El rap era para los raperos. O te comprometías con la cultura hip hop o la dejabas 100% fuera de tu vida. Nada de coqueteos. Nada de flirtear. Aquí se pedía un compromiso estable.
Me gusta comparar en este sentido al punk y al rap (aunque muchos me dejen las redes sociales llenas de calificativos feos por esto mismo) porque ha sido precisamente ese mismo rasgo el que ha usado la industria para venderlo. Ese intento por conservar la pureza. La industria musical y publicitaria nos han vendido que todos los punkis se drogan, llevan botas y cresta y (rasgo importante) jamás en su vida escucharían una canción de Melendi. ¿Os suena de algo? Es lo mismo que han hecho con los raperos, convirtiéndolos en una caricatura. Todos los raperos llevan gorra y pantalón ancho y jamás en su vida han coqueteado con otros géneros musicales. Mucho menos los más comerciales. Son “puros”. De hecho, a nadie le extrañaría que, aún hoy en día, en pleno 2016, un rapero conocido fuese a una entrevista en televisión y el presentador se sorprendiese si dice que su grupo favorito son los Rolling Stones.
Precisamente, en ese intento de mantener la pureza encontró el capitalismo una brecha para poner el rap en un escaparate. Pero, ¿cómo empezó todo? Al fin y al cabo el rap nació en los barrios neoyorkinos para “cargar” con cosas que se podría decir que representan los mass media. Ningún productor de Telecinco va a descolgar el teléfono para dar visibilidad a quien ataca la telebasura, ¿no? Pero, ¿fue esto así realmente? Mucho Muchacho ha reconocido en varias entrevistas que empezó a rapear por Public Enemy, pero sus letras nunca han destilado esa lucha contra las injusticias del sistema. Más bien podría parecer que a Mucho Muchacho se la trae floja todo este debate.
Después sí que hubo un repunte del rap como protesta pero, admitámoslo, en España nunca ha tenido la relevancia ni la presencia que ha tenido este rasgo del género en Francia o el que tuvo en sus inicios en EEUU.
La democratización del género la han traído muchas figuras de lo que se denominó -erróneamente- como rap gangsta y a las que se les señaló como los caballeros del apocalipsis del género. Hablo del repunte que vivieron en los 2.000 figuras como Xcese, Chirie Vegas, Costa, Carmona… casi todas ellas vinculadas al sello Gamberros Pro. De hecho, recuerdo conversaciones de instituto en las que un colega me reprochaba que ciertas verdades que Chirie decía sobre el rap eran eso mismo: verdades. Como aquella frase en la que calificaba a los raperos españoles de “frikis”. El rap que se estaba haciendo en España no avanzaba por el camino que quedó señalado cuando se creó, allá en Nueva York. No representaba la realidad de lo que se vivía en las calles de España, ni siquiera en sus barrios bajos.
Gente como Young Beef y sus Pxxr Gvng aprovechó este espacio. No querían escuchar a Toteking ni a Nach Scratch -inmersos en ese debate sobre el reinado del lenguaje- hablar sobre cosas que ni siquiera les tocaban de cerca. Duelo absurdo, por otra parte: Kase.O no se cansaba de demostrar que si alguien sabía coger el español y adecuarlo a las necesidades rítmicas de cualquier instrumental era él. Al rap la crisis le vino que ni pintada, porque se estaba quedando estancado y necesitaba de ese relevo generacional que los de mi generación no dejábamos de pedir a gritos y que era obviado por la industria. Entre otros factores, esto contribuyó a su caída. Mi generación empezaba a entrar en la veintena y ya nadie quería oír el vacío mensaje positivista y de cuidado lenguaje que nos traían los grupos que escuchábamos a principios de los años 2000. Las estábamos pasando canutas, recibiendo palos por todas partes, y no queríamos a Falsalarma dándonos lecciones morales sobre verlo todo de color rosa, joder.
Y justamente esta crisis, esta brecha que se abrió, ha servido parar que el rap encuentre un nuevo camino para evolucionar. Y eso es lo que me lleva a preguntarme, sin pretensiones de que una respuesta u otra sea la que me convenza: ¿somos nosotros mismos quienes nos hemos estado cargando el rap o lo hicimos bien pero inevitablemente debía morir, con o sin hermetismo?