Melody Gardot, Dorantes+Renaud Garcia Fons en el Festival Internacional Jazz San Javier: «El último paseo nocturno»

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ADVERTENCIA: Este es mi último día en el festival. Lo que vas a leer es una valoración general. Para los conciertos sáltate los dos primeros párrafos.

Un festival no es una lista de artistas que ir tachando. Debe ser algo más: una experiencia. Se puede ir a San Javier los fines de semana, sentarse en el Auditorio Parque de Almansa, beberse una cerveza, comerse unas croquetas, volverse a casa a dormir y quizá mañana otra vez. O tal vez se pueda ir a vivir el jazz, el entorno, la gente y las historias. Miro a los festivales que más detesto, a todos esos que figuran en las burbujas de los ayuntamientos y pienso, joder, ellos al menos crean algo. Este año, Jazz San Javier ha salido de las murallas y ha programado conciertos en el paseo de Santiago de la Rivera, a pie de playa. Yo, nosotros, los que me acompañan, no vamos en calidad de fans, y sin embargo nos llena tanto el alma que no podemos abandonar los ecos de las canciones de una noche, y por ello nos vamos a la playa, a un descampado, adonde sea para seguir bebiendo, fumando y cantando. Lo antinatural es huir.

Llevo todo el festival esperando este concierto. No solo por exposición al resto, sino por la tremenda calidad de la propuesta. Dorantes, un genio; Renaud Garcia Fons, un maestro. Llegamos algo tarde y para colmo Diego con su esguince apenas puede caminar. Nos hacen firmar un papelito en el que nos comprometemos a no hacer más fotos que desde el anfiteatro en las tres primeras canciones. Diego ha mentido, dice vivir en un piso 28. La azafata nos busca y nos dice que tenemos que rellenar bien los datos. Se ríe. Llevo medio mes diciéndole que mi fotógrafo está cojo y contra todo pronóstico se lo ha creído. No le ha importado que lleve a otros. No ocurre en todos sitios y eso me hace querer un poquito más al festival. Qué coño, a esta mujer. No sé quién la contrata, dudo mucho que provenga de J. Ramírez, la empresa que gestiona la parte técnica (luces, sonido, montaje, etc). El otro día sin fallar el tiro le dije al cubano: ahora vienen los focos con lunares. ¡Y ahí estaban! ¡La misma iluminación para todos los artistas! En el gremio se suele decir que o se ilumina o se “alumbra”. Pues ni alumbrar. Los músicos, por poco que se muevan, se quedan a oscuras. ¿Y los juegos de luces? Ni en las verbenas. Miren si quieren las fotos. Cuando veo ese azul liláceo sin profundidad ni intención, sé dónde estoy. Cuando oigo los walkies de los seguratas a los que su empresa no les ha comprado unos auriculares, sé dónde estoy. Cuando veo a los cámaras de La7 RM subidos al escenario, metiéndose bajo los focos para grabar, desviando la atención, molestando a los músicos y tapando a la gente que ha pagado su entrada, sé dónde estoy.

El público sabe quién va antes y deciden esperar a Melody Gardot. La prensa, al parecer, también.

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Creo que la clave está en la antonimia reciclaje/innovación. Creo que para que un músico pueda desarrollar un buen trabajo debe conocer su instrumento, componer codo con codo. De ahí sale el alma al unísono, lo demás son órdenes ejecutivas. Es por ello que Dorantes y Renaud tengan los 4 pies que hagan reflorecer este auditorio marchito. No hablo solo de técnica. Hay un pacto. Ningún amante saca lo mejor de su amado si no lo conoce y ensalza sus facultades. Dorantes experimenta, busca esa cuarta pata que tiene su piano, y lo hace desde la esencia flamenca. Renaud viene embriagado de humo de cachimba, y tanto en la utilización de las escalas como en el toque que le sale sin él pensarlo; exuda Al-andalus. La mezcla, si las raíces son primas, toma un rojo intenso. Innovan, joder, sin reciclar absolutamente nada. Los temas crecen conforme avanzan. La progresión, los cambios, bailar agarrados en el precipicio. Esperanza Fernández sale un poco fría, pero cuando retorna al escenario empieza a gritar desde lejos: “¡La Serranía! Por la serranía voy a buscar a mi serrana». En realidad no sé si dice eso, supongo que no aunque es lo que entendí, pero es parte de la gracia flamenca. Letras pueriles que llegan al alma por cómo se sufren, y Esperanza tiene un agujero en el alma.

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Sale Javier Ruibal. Si el cartel de este año pretendía poner en valor a los baterías, Ruibal lo está justificando. Ha sido llegar y entrar en una dimensión espacio-temporal distinta. Me parece increíble cómo en cuestión de tres acordes hacen 2 ó 10 canciones distintas dentro del mismo tema. Han dado tanto esta noche que siento como si hubieran pasado días. Terminan un tema –el octavo, décimo, no sé, para mí es el segundo–, y les dicen «que hay que acostarse, que la gente querrá irse». Dorantes, Renaud, Javier y Esperanza son músicos que no quieren marcharse. Levantan la mirada como si acabaran de tirarse por el tobogán de agua y ya lo estuvieran cerrando. El clamor es tal que el director del festival se acerca al escenario y les dice que vale, una más. Terminan de darlo todo. Esto no ha sido un concierto, ha sido un paseo de locos fugados del manicomio. Dorantes haciendo equilibrismos con la banqueta para meter las manos en las cuerdas; Renaud estudiando la desviación del rebote del arco contra las suyas. Haciendo lo mejor que se puede hacer en un festival: innovar, con riesgo, sin miedo a perderse de vuelta a las paredes blancas.

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Diego está triste. Lleva mucho tiempo sin salir de casa sin ver a nadie. Le digo que no sufra, que Melody Gardot es un bellezón. Dice Diego que Melody, tal como viste, parece Tom Morello. A la cuarta canción suelta: «Bua, menuda golfa». Diego siempre bromea y exagera, si no, le daría una hostia. Usa esas palabras por algo que vemos todos: su descaro, el cómo reta en cada gesto. Lo dice porque está excitado, o enamorado, no sé. Yo también. Le digo que este año Myles Sanko tuvo que pedirles a las muchachas que dejaran de jalearle. Otro bombón. Con Melody solo algún que otro hombre se atreve a gritar un «guuuaaaapa» de esos con babas. Suele pasar eso. Los hombres dicen “guapa” y las mujeres gritan.

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Luces tenues, humo. Gardot sale segura, con un punto fijo. Se cuelga la guitarra y conforme le cae sobre los hombros cae la noche. Gardot en disco es otra cosa, no este bosque sombrío rodeado de lobos. Esta atmósfera sí es de verdad excitante. Con la pose de persona sabia, experimentada y maltratada por la vida, suelta: «When you treat the one you love like they are nothin’ / Who you gonna call?». ¿A quién vas a llamar? No te escupe a la cara, pero siento su saliva. «You left somebody who loved you / Now they’re gonna do the same to you». Continúa enfrentándonos. Estás solo, hijo de puta. Has hecho sufrir a alguien y ahora lo vas a sentir en tu pellejo. «You had somebody who loved you / What did you do?». Ese alguien al menos te quería, rata. Nos lo dice con seguridad a todos, porque todos, todos, todos, hemos sido esa rata. Acto seguido nos calza Bad News. Su guitarra y su guitarrista tocan lo mismo. Es escalofriante. Las malas noticias han llegado y nadie sabe cuáles son. Es en este tipo de canciones donde se ve la intención de la música. «Hide your sons and daughters keep their fragile minds let them read the papers». Siento que esto, al igual que en el cine ocurre, es música de sensaciones, algo inexplicable. Siento que estoy en una película de Lynch, más concretamente en Twin Peaks con los bajos de Badalamenti resonando y la trompeta con sordina agonizando sin saber muy bien por qué tengo la piel erizada.

SAMBA.

Vaya hostia nos ha metido. «Mira». Cambiamos de disco. The Absence (2012). Un festivo Brasil nos da el contraste. ¿Para qué? No todo va a ser follar con miedo. Acércate. Ábrete, déjate acariciar.  Después se sienta al piano, después su saxofonista sale con dos saxos enchufados a la boca y se marca una diafonía tras otra. Soberbio lo de este tío, que además adquiere un papel clave. Cada tema es una experiencia nueva. Quiero decir, si se es fan, los temas se han escuchado, pero casi todos tienen un preludio liderado por Irwin Hall, Sam Minaie o la propia Melody. Y ese preludio es casi mejor que el tema en sí, porque además, tal es la composición del aire que acaba infectándolo todo, y para cuando empiezan un tema clásico de repertorio deja de interesar. El virus corre por nuestra sangre.

Cuando habla en español tiene acento portorriqueño. Brbrbr. Dice que la vida sin amor es un sinsentido. Dice que el amor es fácil. Dice que ella busca un beso e igual hay alguien en San Javier que puede ayudarle. No son grandes frases, pero sí ciertas. Hace una semana la germana me habló de «El Quinto Elemento». Le pregunté que si era el amor. Claro. Obvio. Casi todo el imaginario artístico va de eso. Canta: « Like Adam was to Eve, you were made for me / They say the poisoned vine breeds a finer wine». Our love is easy. Joder, debería serlo. Pienso en el mío. Me emborracho de rabia y escruto al público. En el pie del escenario una pelirroja baila como si le hubieran metido coca en vena. Tiene un perímetro de seguridad que nadie atraviesa por si le mete un codo en el ojo a alguien. Bajo y me pongo a su lado. Empiezo a moverme como ella. Es una señora de largos años, pero de corta vida. Me gusta. Me siento vivo aquí, a su espalda. El resto la mira y se ríe. Noto que de mí también se apartan. Por fin estoy bailando de verdad, para sacudirme las miserias, para agarrarme a la música.

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Se ha marcado Preacherman y para finalizar It Gonna Come. Se aparta para que aplaudan a sus músicos. Está diciendo que no puede irse sin despedirse. Un tío ha gritado «¡Nooo, vámonos ya, no mames!». Me despido de Kiko Asunción, del auditorio, de la azafata, de los organizadores. Pienso en la puñetera frase La música me salvó la vida. La suelen decir los melómanos como una encomendación a Dios. Hace un par de años este festival me hizo la vida un poco menos amarga. Este me ha sepultado. La música es un escudero. Cuando la precisamos nos da el hacha o la rodela. La lucha es nuestra. Pienso por pensar que quizá yo tampoco he vivido el festival. Siempre fui a la playa y nunca me mojé el pelo. Ahora me voy, en la noche. No quiero volver allí, no quiero recordar nada más. Quiero irme. San Javier, que todo te vaya bien.

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Fotografías de Diego Montana

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