Digo: Joder, vaya pintas de profesor de Biología. Lo digo y miro a ambos lados. Nadie se ríe. En el escenario hay tres sillas. Damien Jurado se sienta en la del medio. A su derecha, un tío con una guitarra de 12 cuerdas. A la izquierda, una tía con una garganta e instrumentos muy pequeños. Sigo buscando una risa. Niego con la cabeza. Debería dejar de decir tantas gilipolleces. Me pasa siempre que estoy nervioso. Escupo gilipolleces a propulsión. Damien Jurado afina la guitarra y yo me acuerdo de Selectividad. Dios, estoy seguro de que esa semana batí algún record de gilipolleces por segundo. La cosa iba así: entrábamos en clase y dejábamos las mochilas al fondo y poníamos cara de a-mí-que-me-registren. Todo eso. Nos sentábamos y yo estiraba los brazos y empezaba a reírme cada vez más fuerte y en mi cabeza sonaba un redoble de tambores y una voz rollo Juanjo Cardenal decía ¡HA COMENZADO EL ESPECTÁCULO!. Te ahorro el resto. Comprendí que los cauces oficiales de este país son una gran mentira cuando no me echaron de ningún examen. Entonces Damien Jurado abre la boca. Me dejo de hostias y pienso que ir a un concierto suyo tiene mucho que ver con los exámenes de Selectividad. Suena Ohio.
Respiro hondo. Damien narra esa historia de tiempo y distancia. Remarca la palabra mother y baja la mirada. Inunda el Parque de Artillería de respiraciones hondas. Es un maestro en ese terreno: ni quejidos lastimeros, ni exhibicionismo; lo suyo va de asomarte a la ventana y respirar hondo. De replantearte las cosas sin dramatizar. De decir: esto es lo que hay, ¿qué coño hago ahora? Enlaza con la fabulosa Everyone a star y coge la maleta. Se olvida del fingerpicking y le dice al de las 12 cuerdas que se atrinchere detrás de la caja de resonancia y la golpee, pero que no se flipe. El de las 12 cuerdas le hace caso. Jurado mira al otro lado y asiente. La de la garganta y los instrumentos pequeños también está preparada. Juntos, viajan a Maraqopa, esa Arcadia que el americano encontró hace cuatro años. En Maraqopa –lugar recurrente en sus tres últimos discos- está el mismo sonido que ha hecho toda su vida, pero más abrigado. Más percusión, más coros, más teclados. En dos palabras: más psicodelia. Ahora suena Silver Timothy. Siento un escalofrío cuando suelta I was met on the road by a face I once knew. Pienso que estas canciones piden a gritos una banda. Luego me doy cuenta de que no: el secreto de Jurado, la razón por la que no es otro pelagatos pomposo, es que es majestuoso desde la fragilidad. En formato acústico, esa idea casi se puede tocar.
Lo malo es que no estoy ardiendo. Jurado está enfermo o cansado o enfadado. Tiene tanto talento que es capaz de firmar un concierto excelente sin dar lo mejor de sí mismo, pero algo no encaja. Es curioso ver cómo no deja de sudar –Parece que tengo la lluvia de Seattle en la cara, dice- y, al mismo tiempo, no deja de hacer frío debajo del escenario. Lo que pasa es que el tío tiene unas canciones que hacen que me plantee engordar 40 kg para tener carne suficiente para tatuármelas. Todas. Y, claro, hay fogonazos.
Ir a un concierto de Damien Jurado es como presentarte a Selectividad porque te juegas algo. Sí, es cierto que en una situación te juegas la vida y en otra, solo si entras o no a la puta Universidad. Ir a un concierto de uno de esos tipos que escriben canciones que te salvan la vida es caminar sobre el alambre, porque pueden fallar. Y todo se te puede ir a tomar por culo. Te juegas ese centímetro de luz que ves cuando cierras los ojos. Te juegas seguir teniendo esperanza y no convertirte en un cínico de mierda. Es una cosa seria. Yo acabo de entenderlo. Suena Plains to crash y Jurado no deja de repetir Show me the way…show me the way…agacha la cabeza. Otras veces mira hacia arriba. Parece que su voz va a romperse. Yo me meo encima.
Dice que es el último concierto de la gira y que le mola Cartagena, pero que se muere por volver a casa. Reímos, porque en este país reímos cuando queremos demostrarle a un músico americano que le hemos entendido. Y entonces encadena Exit 353, And Lorraine y Kola y me vuelvo a mear encima. Despliega un caudal de emociones tan profundo que es imposible no sentir, como mínimo, un vuelco en el corazón. Si no es así, significa que estás muerto. No pasa nada, pero estás muerto. No sé si sonríe o imagino que sonríe, pero la sensación es esa. Como si solo necesitara que le hubiéramos dicho: Eh, Damien, tío, tranqui, estamos contigo, nos flipa lo que haces. Cosas de gente que hace canciones que te salvan la vida, supongo.
Fotografías por Sergio Mercader
(1ª cedida por La Mar de Músicas)