King África en El Fenazar: elevar el grito

Mi viejo dice que me quedaba con lo peor de Guti. Dice que en toda la comarca del río Mula no hay un árbitro que no me haya sacado una tarjeta por preguntarle qué coño estaba pitando, ni un central gigante que no haya visto cómo le restriego un gol en la cara, ni un entrenador que no se haya cagado en mis muertos. Me lo dijo cuando España estaba a punto de conquistar el mundo. Yo trataba de explicarle que Xavi no era otra cosa que la cara A de Guti –más regular, más trabajador, menos genial- y que a mí me tiraban las caras B. Pienso en eso ahora que estoy en El Fenazar, en pleno concierto de King África, y llevo en el cuerpo más cervezas de las que sé contar en ordinal.

Pienso que quizá me haya quedado con la parte fea del periodismo. La precariedad laboral, la emocional, esa botella de ron en el tercer cajón del escritorio. O ni eso. Esta crónica debería haber empezado con un homenaje a Luis Hidalgo. Hoy tendría que demostrar profesionalidad: en mi cara debería haber una sonrisa relajada que dijera que, bueno, el periodismo tiene estas cosas y que en verano hay que apretar el culo y tirar de muñeca. La movida es que mi sonrisa no dice eso. King acaba de  invitar a unos críos a subir al escenario y yo he gritado ¡ALAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAN! y él ha respondido ¡Tú no, que tienes bigote! El cabrón ha estado rápido.

Dejo la lata en el borde del escenario. Me subo a uno de los hierros que soportan la madera y extiendo el brazo. ¡ADAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAM! Hace un rato buscamos en Wikipedia el nombre real de King. Nos pareció que llamarle así sería el trampolín hacia una piscina de buenas noticias. Ahora mismo no me acuerdo de si era Adam o Alan y, joder, con lo idiota que soy, lo mismo ni siquiera es Adam o Alan y lo que yo he leído es el nombre del tío que escribió su página de Wikipedia. Mantengo ese temor, como la mayoría, en silencio. King extiende el brazo y toca mi mano de simple mortal y todos gritamos y yo sé que él me va a sacar de este lodazal y que esto va a ser como eso que decía Ignatius de Pryor y que estamos en el fondo pero vamos a subir la cuesta llorando de risa y quizá yo le prometa leer en su boda y  y él nos ahoga con un sublime ¡VAMOS FENASARRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR! Me vuelvo a acordar de mi viejo. Me contó que cuando Bob Dylan fue a Lorca todo Dios se enfadó porque el tío no dijo Buenas noches, Lorca. Pero King ha aprendido la lección. Entonces lo entiendo todo: en este concierto, en esta tormenta etílica, en este corro indestructible de colegas al borde de un escenario, está escondida la redención de mi alma. Solo tengo que encontrarla.

King ha venido en versión ElvisLasVegas. Es como si dijera: Ok, ya pasaron los años de la broma: ahora vais a entender al artista que había debajo de aquellas obras arquitectónicas que me colocaba sobre los hombros. Lleva un chándal negro y un medallón al cuello. A su pasado solo le ha concedido un gorro, unas muñequeras y unas Nike de baloncesto con los colores de la bandera de Etiopía. Quizá esa sea la primera lección: en este mundo, la única manera de tirar hacia adelante es llevando tu pasado solo en los pies y las muñecas. Vuelve a aludir a la consciencia colectiva de El Fenazar y enlaza conLa Bomba. Nos volvemos locos. Quizá en otro momento de mi vida yo dijera que esto es un puto karaoke, que King quiere vendernos la moto, que se le ve en los ojos que  vende humo. Joder, ahora solo puedo agitarme.

Noto cierta hostilidad en los ojos de los fenazareños. Sé que no dejamos de ser los flipados que han venido desde la capital a ver a King. Tenían aversión para 50 personas más, pero solo hemos aparecido nosotros. Todo Dios le dio a Asistiré en Facebook, aunque, pensándolo bien, eso no quiere decir nada: quizá vivamos en una época en la que darle a Asistiré suponga asistir y con eso ya tengas todos los deberes hechos y te puedas ir a dormir tranquilo. El caso es que sé que no puedo contar con los fenazareños. No llamarán a la ambulancia si me encuentran en una acera sangrando y murmurando cosas ininteligibles. Pero da igual. Mis amigos son invencibles. Las cosas se han puesto de tal forma que esto vuelve a ser nosotros contra el mundo.

King llama a las reinas. Una docena de muchachas luminosas sube al escenario. Las cosas les van bien. Saludan a King. Dani grita ¡Ahora! y yo lo entiendo todo. Ni siquiera lo hemos hablado, pero me vuelvo a apoyar en el hierro. Tengo que subir ahí arriba. Tengo que ver la luz. Necesito agarrarla con las manos y separarla en dos partes y guardármela en los bolsillos. Consigo escalar y King, que se las sabe todas, me deja hacer. Él manda. Lo siento desde que pongo el pie en la madera. Sabe que si las cosas se ponen feas me puede pegar un puñetazo y mandarme a los barrancos de Gebas. Avanzo por el lateral y me coloco detrás de las reinas. King grita ¡Tenemos un espontáneo! y a mí el raciocinio me da para levantar los brazos y gritar ¡Eeeeeeeeeh! Una reina mayor me dice ¡Bájate, gilipollas! y pienso en preguntarle a qué parte de la frase le da más importancia, pero eso tampoco resolvería nada. Así que paso de ella. Puedes ser reina y haberte levantado con el pie izquierdo. De eso no te salva la corona.  

Entonces me voy al otro extremo y noto cómo las reinas medianas y pequeñas se alejan de mí. King sigue cantando algo que lleva un estribillo que termina en ¡¡ARRRRRRRR!! y entonces me encuentro con que no tengo a nadie delante. Y avanzo. Me coloco a la derecha de King y bailo como si quisiera desatornillarme las piernas y los brazos. Creo que le he caído bien. ¡El espontáneo! Vuelve a gritar. Y sí. Ese soy yo, el espontáneo. Aparezco en tu vida, compartimos un litro, hablamos de tocarle las rastas a extraños y me evaporo antes de que te preguntes quién coño ese ese saco de huesos que hay al otro lado de la mesa. King me lee la mente. Me acerco a él. Noto su fuerza. Joder, el tío se llama King África. No King Etiopía o King Senegal. África entera. Y le sobra. Abro los brazos y me agarra del hombro. Nos fundimos en un abrazo. Está blando. Me quedaría a vivir aquí. King, tú y yo. Creo que voy a llorar entre sus tetas, pero estoy deshidratado o algo, porque no me salen las lágrimas. Entonces me separa de él como si yo fuera una migaja de pan y dice ¡El espontáneo! y creo que me he ganado a los fenazareños. Igual ya tengo casa y lentejas aquí. No lo sé. Lo que sí veo es a mis colegas levantando los brazos y gritando. Les miro a los ojos. Uno a uno. King dice ¡Vuelve con tus amigos ahí! ¡Ayúdenlo a bajar! Y mis colegas levantan los brazos y me miran y sonríen y asienten. Y me tiro. Pienso en Iggy Pop dando a entender que hay que tirarse varias veces parar que el personal entienda que tiene que cogerte. Recuerdo el ejercicio que me proponía mi primera ex para demostrarme que confiaba en mí. Me decía que me colocara detrás de ella y entonces cerraba los ojos y daba vueltas y se dejaba caer y yo perdí media docena de articulaciones evitando que tocara el suelo. Pienso en los titulares y en mi madre.

Pero mis colegas me sujetan. No van a permitir que me rompa en mil trozos. Grito. Consigo que cada célula de mi cuerpo se esfuerce en elevar el grito. King se despide y se larga. Aquí estaba, supongo. La redención. No sé qué se siente cuando encuentras la redención. Ni siquiera sé si la he encontrado. ¿Existe? Ni puta idea. Una lata después,  consigo respirar. Nadie habla. Le digo a Paco: King ha abandonado el edificioEl cabrón se ríe y hace palmas con esa capacidad que tiene de hacerlo todo gigante. Me quedo observándolo todo. Un viejo le dice a su esposa que no corre ni gotica de aire. Paco sigue caminando y haciendo palmas. Se me pasa la empanada.No sé adónde vamos. Recupero terreno. Cuando llego a su lado, sigue riendo. King ha abandonado el edificio, repite al ritmo de las palmas.

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