Soterra Rock: La solidaridad murciana sube al escenario y corta las vías por los amordazados

El Mena

Me decía Albert: claro, cuando dejaron de dar palos en Cataluña bajaron a Murcia a dar más palos. Es una frase que guarda varios mensajes. «Cuando dejaron de» implica que alguien está haciendo algo prioritario y cuando acaba esa acción pasa a lo secundario, pero al tratarse de policía reprimiendo a gente es una frivolización. Esto deja al problema murciano del soterramiento en una esfera muy por debajo de la independencia catalana. Lo está, obviamente, y aquí es donde debemos sacar la segunda lectura: falsa empatía; solo me importa si odias al «represor» que yo odio. Hay una condescendencia inherente a algunos catalanes bebedores del discurso “España ens roba”: Yo soy el epicentro. Ahí es donde se deben generar los movimientos tectónicos y no en el desierto ideológico que es Murcia. Vamos, que si Cataluña no es el problema, ¿quién lo va a ser? Supongo que como ciudadano de segunda debo entenderlo. Cataluña es una locomotora del país y Murcia chupa tinta. Cataluña es referente cultural e industrial y Murcia es minifundista. Por eso la derecha es buena, protege la propiedad privada: mi terruño que es mío y ningún socialista me lo va a tocar. Imagino que Murcia no está adormecida, es que simplemente es de derechas por tradición. Así que nadie piensa que vaya a pasar nada en Murcia. No hay bandas de música como la de Albert en Cataluña, hechas por y para reivindicar su independentismo. En Murcia, y me conformo, hay un movimiento vecinal que no parte de una identidad y unos valores que no se sabe muy bien catalogar, sino de un atropello político sistemático y de un caciquismo que ha terminado por hastiar a gran parte de nuestra ciudadanía. En las vías del tren no hay vecinos, hay murcianos hartos de ser ciudadanos de segunda a los que se les trate como campesinos incultos, conformistas y muy trabajadores, como deben de ser. Y en los escenarios hay artistas que no tienen un discurso pro soterramiento para ser dignos y necesarios apoyadores del movimiento.

Hacía años que no veía un cartel de NO A LA GUERRA. 13 por lo menos. En el camino viejo que va de San José de la montaña a Sucina, a parte de la infame y deliciosa venta el Garruchal, hay vestigios de nuestra cultura. Por ejemplo, numerosísimos cotos de caza mal señalizados, viejos borrachos tirándole los tejos a chicas menores de edad, el camarero gracioso que es capaz de, al mismo tiempo, servir a 5 personas mientras cuenta 5 chistes distintos, y una granja de cerdos con un grafitti de NO a la Guerra. Quizá no sea una ironía que esté ahí. Se unía el pueblo bajo una sola consigna y a no ser que fueras muy aznarista o muy franquista salías a la calle por salvaguardar la integridad física y moral de un país que bien podía ser atacado, bien criticado por falta de ética. Una sociedad heterogénea clamando por el mismo ideal. Eso mismo se decía del 15M y el resto de movimientos venideros –me planteo cuánto tiempo se viene alegrando el ser humano de: aquí no importa las ideologías, es una causa común–. Vamos, que el que vota Vox y el que vota a IU levantan la misma banderita. Casi lo mismo que un radical de la CUP votando con CiU.

Raúl Frutos

Estoy muy ido esta noche del Soterra Rock. Tengo una especie de ansiedad social. Ni consigo mantener la atención en la gente, ni en mis propios pensamientos. Llego al Garaje Beat Club, evito los cruces de miradas, le quito un trago de cerveza a Santini y  salgo a fumar. Le digo a todos mis amigos (los que siempre llegan tarde, es decir, todos), que Crudo Pimento va a empezar. Crudo es precisamente mi orfidal hecho a microinfartos cerebrales. Creer que vas a volver a escuchar al mismo Crudo Pimento que viste la última vez es como ser voluntario para empezar un pogo sin saber qué es un pogo. Así que simplemente dejo penetrar el miedo en mí. Pierdo la razón, miro a gente a los ojos como un desquiciado. Sé que lo parezco pero me da igual. Estoy entre amigos, digo yo. Hoy todos somos la misma cosa. Hasta hace una semana nunca había creído en la devoción de Santini por Garaje Florida, pero cansado de editar crónicas sobre la santidad del Mena y sus apóstoles, me acerqué al altar, lo vi temblar como solo hace el diablo saliendo del cuerpo de un pecador latinoamericano y me convertí. No necesitas ver para creer, solo ten fe. Y una polla, yo quiero milagros, y el Mena es uno. Así que bailo como un desquiciado y vuelvo a saber que lo parezco y aquí ya me planteo si en realidad lo soy y no hago más que ponerme excusas. La cuestión es que Santini no para de girarse a decirme que Crudo es la hostia, cuando toca Garaje yo le he apretado demasiado los pezones y cuando ha sonado algo parecido a folclore murciano ambos nos hemos girado a Ángel Calvo y le hemos dicho a la vez “ahí te han dado”. Supongo que este es el tipo de comunión que un día como este trata de conseguir. Cuando tocaron los Jamones con Tacones, ni me lo tuve que plantear.

Hay una cosa muy cierta en el avance de las civilizaciones. El hecho que determina nuestra supremacía como raza es la capacidad de trabajar en equipo. Así pues, la masa se une bajo una consigna, pero cuando se consigue o se pierde el objetivo, la masa se desintegra y vuelve la individualidad a reñir entre sus antiguos componentes. Sostiene Elias Canettien su libro Masa y Poder que la masa solo sobrevive si el número de integrantes aumenta, pues cuando un individuo entra a formar parte de ella descarga su individualidad y el hecho de que el resto de los individuos de la masa perciban eso, los refuerza en la idea de que su descarga ha sido útil haciéndoles sentir que los demás siguen queriendo ser iguales a ellos. Entonces, ¿qué ocurre si una masa no crece? Pues no tengo ni idea, porque la movilización en Santiago el Mayor no crece, pero no muere. Así que, más bien, cabe preguntarse, ¿qué ocurre si una masa heterogénea no consigue su objetivo en mucho tiempo?

El Farru

Según Canetti hay dos tipos de masas, la lenta y la rápida. Podríamos aducir que la rápida es la que pide el “NO a la guerra” y la lenta la que pide el soterramiento o la independencia catalana. La primera pidió aquello y le dieron morcilla; en este caso la movilización no estaba centralizada. Existía el objetivo pero no la esperanza. Sin embargo, en el soterramiento sí. Desde hace 70 días cientos de personas peregrinan al mismo lugar a realizar los mismos cánticos, con el mismo deseo y la misma petición para el mismo señor del que no obtienen respuesta. Hasta ahora no era capaz de entender por qué la movilización ha seguido sin romperse, y es que actúa como una masa religiosa. Tienen un objetivo indestructible que a priori se muestra inalcanzable. De hecho, según Canetti, en la historia, las masas religiosas han necesitado de actos violentos aislados para mantenerla. Lo cual es cierto, ya que los sentimientos de frustración e impotencia tan solo son apaciguados con la obtención de la cabeza del objetivo. En este caso las cabezas de Ballesta y su gobierno son pequeñas incursiones con fuego o el destrozo de maquinaria. Pero cuidado, el exceso de violencia acabaría con la repulsa y la desintegración de la masa, cosa que desde la plataforma tratan de controlar.

Dice Jesús Cutillas que han pasado 73 días desde la primera manifestación. Dice que él, activista de cuna, no ha visto nada igual en su vida. Quizá el movimiento pacífico liderado por Gandhi. Me planteo entonces que este sea efectivamente un nuevo escenario. Leo portadas de LaVerdad o LaOpinion de Murcia diciendo que Adif no ve problemas y seguirá construyendo muro y vías. Se lanzan mensajes como que los que se van a Bruselas no quieren ni AVE ni soterramiento. Esos son los 1000 muertos a balazos. No sé si tantos, pero si las cosas se hicieran como antiguamente y entraran a pegar tiros al Garaje Beat Club se llevarían por delante por lo menos a la mitad. Una mitad de personas que está aquí dando su dinero y su apoyo a unos represaliados por el CNP y la mordaza del PP. Todas las bandas que han pasado por aquí son de alto nivel y no se rasgan las vestiduras por tocar gratis para apoyar un movimiento. Recuerdo un día en que la policía cargó contra viejos, viejas, jóvenes y jóvenas. Al calmarse el asunto, Juan, mi amigo Juan, les plantó cara y zarandeando una botella de agua les pidió que pusieran las manos para lavárselas como a Poncio Pilatos. Supongo que la dramatización que buscó fue un buen símil, porque no solo tiene las manos sucias el que se abandona ante un gobierno estatal, o el que golpea a sus ciudadanos, también lo hace el que abandona a su gente.

Fotografías de Lelé Terol

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