Green Valley en Garaje Beat: Diversión y con(s)ciencia

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En este país, en los últimos años, el sonido jamaicano y el reggae, viene más de la mano del rap, el ragga o el dub, que de sonidos más analógicos. Los grupos de este género suelen tener unos platos y un productor detrás en vez de una guitarra y una batería. Hay de todo. Pero son minoría las bandas eléctricas y mayoría las electrónicas. La banda que tocaba el viernes en el Garaje Beat pertenece a esa parte que emplea instrumentos. Green Valley tocó y divirtió a un público entregado.

De hace unos años el éxito de la banda es incontestable. Llenan salas y suelen estar en festivales en los que el reggae es hilo conductor como Rototom y Viñarock. El año pasado llenaron esta misma sala. 365 días más tarde agotan entradas de nuevo. Y así por cada ciudad.

La cola era extensa. La gente en la puerta, abundante. Dentro había que pelar por avanzar. La gente tenía ansias de entrar y de que empezaran. Los locales T. R. K. caldean el ambiente, y aunque el público no se sabe todas las letras apoya y aplaude. Me percato de que hay bastante joven.

En el cambio de escenario, ponen unos videos, y la gente se impacienta. Se hacen de rogar. Sale la banda sola, al cantante se le oye pero no se le ve. Cuando aparece es vitoreado como una superestrella.

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El propósito principal de los versos largos de Ander Valverde es la de concienciar. Pero a la misma vez y a veces ganando al primero es la de divertir. Las letras de amor son las de siempre en el género. Lo que mola del romance en el reggae, es que uno puede referirse a cualquier cosa. Disfrazándolo jugando con el lenguaje. Se le puede cantar a un amante, a una planta, y siempre se puede alabar a Jah. La música en sí abusa del skank haciéndola en ocasiones demasiado plana. El bajo esta fuerte de más y se propasa con las cuerdas agudas, con la potencia que crea esto. Echo de menos los metales y el teclado suena por tramos algo hortera, aunque en el hammond está acertado.

Las partes sin letra a la gente no le gustan, a pesar de aplaudir los solos de guitarra y de teclados. Es como si dejaran de sentir la vibración en cuanto Ander deja de cantar. Pero lo importante es sentirla en algún momento. Tocan la mayoría de su último disco.

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El show lo tienen estudiadísimo. Hacen participar a todos. Y hasta el apuntador salta, canta y alza las manos. En una de las canciones pide que enciendan mecheros o flashes y la sala se ilumina mágicamente. También monta bandos de coristas a cada lado, para acabar pegando la sala en un solo grito de unión. Hacia el final presenta a la banda. Piden que la gente se arrodille y que salte cuando la canción crece.

El concierto deja a la gente contentísima, aunque a mí se me hace algo monótono. El show alegra y entretiene que es a lo que va la gente. Ojala los murcianos tomen también conciencia de lo que el mensaje del valle verde trasmite.

Fotografías de Javi PM

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