Son las cuatro de la mañana. Estamos derrotados. Demasiados días sin dormir, sin parar de beber, de pensar, de ver, de trabajar. Mientras escribo esto aparece el casero. Dice que se ha tomado tres cubatas con coca-cola y no puede dormir así que va a ponerse a pintar una pared con un bote de pintura que se ha encontrado. Su mayor problema es que no tiene luz dentro y no para de dar paseos maldiciendo a la virgen, a Cristo y a la luz divina del espíritu santo por no encontrar una bombilla. Tiene gracia porque esto es un alojamiento de descanso y quién soy yo para juzgarlo, pero quizá no es la mejor hora de ponerse a lijar hierros para hacer poro y que la pintura coja, menos silbando El rey bajo la montaña de Edvard Grieg. Desde que llegamos me llama Pedro –no se me ocurre llevarle la contraria– y cuando se da cuenta de la grosería nos grita: ¿¿¿Queréis un café, Pedro??? Otra persona entendería que el amor se basa en el respeto al bienestar del amado, pero que me aspen si esto no es una muestra de amor verdadero. No olvidemos que son las cuatro de la mañana. ¿¿¿NI UNA CERVECICA???
No sé cómo hemos llegado a este punto, pero Diego y yo estamos levantando una viga de 500kg junto a cinco cartagineses fornidos que nos denigran por ser mariconas murcianas. El casero está haciendo una habitación nueva y quiere subir la viga a la planta de arriba sin más herramientas que nuestras manos y un par de palos redondos que hacen tanto de rodillo como de palanca. El más listo de todos dirige las labores de cada uno que consisten en: pon este trozo de madera, empuja esto. Pero a veces se le escapa un movimiento y una tabla de madera de 2 metros le cae encima al indefenso dedo meñique de Diego. La segunda baja. La primera es el hijo más holgazán del casero que coincide, inexplicablemente, con el más cachas. El casero se está liando a martillazos con una piedra que obstaculiza el hueco donde una fina capa de yeso y ladrillos del siglo pasado, aguantarán tan sofisticada estructura. Uno de los peones pregunta: ¿no habría que soldarlo? Nadie responde y yo, viendo las labores de construcción de la casa, solo pienso en cómo se caerá el techo de nuestra habitación mientras dormimos.

Uno no elige las historias que escribe. Yo venía con otra idea. Hacer un relato poético de Cartagena, su música, los pueblos que viven del mar e incluso alguna droga. Responde Julio Cortázar en una entrevista que su escritura surge de la necesidad, no de la perseverancia, por eso su proceso creativo es ocioso aunque en el ecuador le duela. Estamos a mitad del festival y cada vez cuesta más sacar una historia, no repetir las mismas declinaciones, los mismos sustantivos, metáforas –si las hubiere–, hipérboles, yo qué sé, las mismas putas letras. El ánimo decae junto con la serotonina de las primeras horas del chute. Esas en las que la Plaza del Ayuntamiento rebosa de gente con ganas de fiesta. Desde Lorena Álvarez ya no se ponen sillas. Este escenario se ha convertido de forma íntegra, y con acierto, en la casa de la fiesta previa a la seriedad. A veces tengo la sensación de estar viviendo el día de la marmota. Café, bailes, cerveza, escucha atenta, whisky, concierto serio, el Radio, Los Mateos, gracias a Dios el casero siempre te sorprende con algo. Por eso escribo, porque ese elemento inesperado que me inspira.

La Fanfare Ciocarlia. A La Mar de Músicas y La Mar de Cine siempre le viene bien algo de Goran Bregovic (mierda, me prometí no mencionarlo). ¿Imagináis una crítica musical sesuda de los rumanos? Me juego el cuello a que escribir un solo compás en una partitura ya nos llevaría 3 páginas. Hay tanto sonando en su sitio. ¿Cómo se escribe la rítmica del las trompas y las tubas? Y más complicado todavía, ¿sus mofletes? ¿Sabéis el truco de cortar la respiración para que no llegue la sangre al cerebro y tener un viaje más intenso que la heroína? Pues esta gente está de viaje continuo. No hay dios que aguante el ritmo. Ni siquiera unos asquerosos sureños como nosotros que lo bailan todo. Estos folclores se hacen para uso y disfrute de los pueblos de origen. No tienen otro sentido, por eso sería absurdo pedir algo de virtuosismo que no sea animar el cotarro. Sus pintas son sublimes. Doce tipos vestidos de negro que se van turnando el micro para cantar. Algunos realmente viejos podrían acuñar un nuevo icono que fuera el crooner de carretera. Esos hombres ajados con sombrero que te miran a través de una caja de plástico opacada por el sol con cara de, te voy a explicar lo que REALMENTE es la vida, amigo. No creo que podamos acabar este baile en pie, como mucho hacer un viaje por los Cárpatos en un dos caballos parando cada vez que alguien se eche una toalla a la cabeza y se pierda en los ritmos de batería o en un cromatismo de segunda mayor con micro tono en el tercer tiempo del último compás.

Hay que superar las rupturas. El tiempo invertido, los regalos, la devoción. Después de Silvia y Rosalía, Refree sabe un poco más de cómo afrontarlo. Para este viaje se despoja de la guitarra tras haber firmado uno de los mejores discos del año [Jai Alai]. Los ortodoxos estarán contentos, excepto los portugueses que son, a priori, las siguientes víctimas y los que volverán a la aburridísima discusión de si esto es un crimen contra la identidad cultural. ¿Qué queréis escuchar? ¿Que fue un buen concierto o uno malo? ¿Que se meó en la tumba de Amalia Rodrigues? ¿Que la resucitó? Ya no creo en la resurrección de la carne, ni siquiera de la conciencia. Creo que en esta línea que vamos siguiendo acometemos los mismos errores y aciertos que cualquier otro ser humano con nuestros mismos ojos y manos, pero con todo el contexto unívoco. El romanticismo ha vuelto, el ruidismo continúa y conviven en este proyecto. No quiero darle ninguna alegría a los terraplanistas, pero durante una hora y media vivimos bajo una cúpula celestial. Algunos quieren huir al borde donde acaba y saltar al vacío. Juan, vámonos de aquí. Sí, por favor, idos, necios. Dejad de hacer ruido, de talar los bosques, de agujerear la tierra, de gasear a los pájaros. Id a beber, a comprar helados de maracuyá y chía, a pasar por la vida mirándoos el ombligo mientras Goya pinta en negro vuestra brutalidad. Individualistas, imbéciles.

La puesta en escena oscila entre lo gótico y lo moderno. Siglos que se visitan. Lina encapuchada con un chándal negro, modistos que lo tienen claro. El vestuario de Refree es la producción. Dice que no sabía mucho de fado, pero a veces el acercamiento desde la ignorancia es el mejor aliado, siempre y cuando tengas una mirada especial y absolutamente sensible como tiene Raúl. Cadencioso, lento, tétrico y hermoso, como si a Strauss lo interpretara Angelo Badalamenti mientras Lynch le susurra cosas al oído. En algún momento oye déjate el piano. Refree lleva un sintetizador y un generador de ondas –o como quiera que se llame musicalmente–. Con ellos genera ese aire denso y oscuro que inunda la cúpula. Dentro de ella cuesta andar, mirar, oír, pero no caminar, ver, escuchar. Es como estar flotando en el espacio y escuchar las ondas perdidas del canto de un planeta que las envió antes de desaparecer. Lina es un contraluz eterno, la faz del profeta que se imagina en el borde de una cama con la mano del finado aún caliente. Fervor y dolor desde el gótico. Qué coño, desde un hangar. El escenario por momentos cambia. El peligro acecha nuestras cabezas. Refree se sale poco del esquema cuando toca el piano, alguna derivación, un guiño, pero la verdadera creación es la del espacio sonoro.
¿Lo están haciendo? ¿Un concierto sin aplausos? El directo va de corrido. Dos pausas y la última sin bis, aunque no era el día. Esto era un pre estreno. El disco sale en enero. Hasta entonces solo podemos escucharlo del móvil de Miguel Tébar.

No tengo nada más escrito. Hay mucha gente, veo a gente, me suda gente encima, me tira sus cervezas, yo también a ellos. Me he acomodado al formato boutique. A Snarky Puppy los vi en una serie de falsos directos alucinantes. El directo de hoy no dista mucho de aquello a falta de la comunicación con el público. Es un nombre arriesgado dado que el día llamado La Barra libre de Repsol, convoca a hippies, canis y cualquier persona con ganas de correrse una juerga y solo eso. El jazz progresivo de estos monstruos requiere mucha más atención. Y curiosamente la logran, porque en todo momento hay un Groove de una longitud suficientemente larga para que el cerebro inconscientemente se mantenga en vilo y ordene a las piernas moverse sin parar. Concierto más de cabeza que de cadera, pero satisfactorio a todos.

El Juanmi es el tipo con más Flow que conozco. Es el bajista que ha tocado hoy con La Tribu 29. Un concierto cachondo, de canto desenfadado con una sangría de más y bailes con los pies llenos de arena. Cada vez suenan más pop. ¿Les funcionará? Veo venir hacia mi al Juanmi bailando. Me toca un pezón, yo le toco otro y me dice ¡Chico, chico! Mira qué tensión! Los Trending Tropics son gente más seria de lo que aparentan. Tiempos fuertes en tiempos débiles, disonancias dentro de escala. Suma denuncia social millenial y ya tienes el concierto perfecto para cientos de jóvenes un miércoles de verano sin plan. No me los iba a poner, pero creo que caerán en alguna lista de reproducción nocturna.

Branko cierra, pero estoy demasiado agotado como para dedicarme un baile.
Me dormí con la historia de cómo echaron al casero de la mili. DE LA MILI. A ese hombre lo echaban de todos sitios. Poco después me despierto con el ruido de un cincel picando una pared y una conversación. ¿Ves? A eso hay que ponerle un nervio soldao, que si viene un movimiento sísmico nos avía. Gracias a Dios aún quedan puntos de amarre. En la vida y la música la masa se vuelve sucia y salvaje cuando se junta. Los momentos bonitos se crean en las casas, en las que están hechas y en las que están por hacer.
Fotografías de Diego Montana