«Mira tú que morirse ahora… Qué mala fe». Mi abuela tiene 95 años y no quiere que sus hijas se hagan 4 horas de coche para enterrar a su tía. No querrá que les pase como a aquel gallego que yendo de un entierro a otro se salió en una curva y se mató. No os creáis que en general las muertes nos importan mucho. El vínculo ha de ser muy fuerte. A saber: La madre de la mujer de un vendedor de coches de poca monta del valle de Arán, se murió. Yo solo pude pensar en mi mala suerte habiéndome presentado en Cataluña y volviéndome sin dinero y sin coche. Luego sentí culpa; luego el vendedor se quejó de que su mujer no paraba de dar la lata, llora que te llora. Así, de lejos, me cuesta diferenciar quien es peor persona de los dos. Aunque me lo puedo imaginar. Cuando salgo de casa poniendo rumbo a Cartagena me alegra la fortuita casualidad de encontrar a un vecino de Madrid. Me cuenta que su padre entró al quirófano por una verruga y salió con los pies por delante. Qué mala fe…
Mis hermanas le están pintado las uñas a mi abuela mientras ella cuenta historias y yo leo sobre La Mar de Músicas de este año. Mi abuela tiene un don para relatar. Cambia el registro de la voz dependiendo de la gravedad o de lo secretas que sean las ideas que profiere, aunque no sean suyas. Es como un canto, que en sí no es más que un modo de escritura arcaico. Si yo contara sus historias las impregnaría de toda mi generación. Si las escribo, guardo una memoria artificial, un cuadro involucionado que amplía su existencia más allá de mis hijos. Mi abuela es el folclore, y yo me conformo con ser el establishment.
Es más difícil escribir cuando vas solo. En general todo es más difícil solo. Imagina cómo cambiarte los pañales a los 90. Cómo subir a reparar un tejado sin que nadie te sujete la escalera. Cómo saber que lo que has visto y oído en un concierto corresponde con la realidad. «El hombre es la medida de todas las cosas» La existencia o asuntos como el ser no se sacan ni siquiera entre dos, pero con poco más esfuerzo que el de sostener un vaso, uno se lo puede calzar como creencia de vida. Si el humano no creyera en sí mismo como lo hace el cristianismo en Dios, no tendríamos muchas razones para pensar que sabemos mejor que un lagarto que mañana saldrá el sol. Y tanto el lagarto como yo lo necesitamos, por mucho más listo que me crea yo.
El año pasado, José de Karmacadabra, me dijo: tío, para una cosa buena que tenemos al año, ¿cómo no vamos a venir? Sin ese compromiso esto se iría a la mierda. Las ciudades necesitan de personas como José y todos los artistas que están subidos este 2024 en el escenario del Ayuntamiento. Sin ese compromiso nuestra identidad no perdura. ¡No, no, no!, NO soy facha. No excluyo aquí a negros, maricones y otras bajezas. Incluyo a toda la evolución, no a los señoros de rancio abolengo. Karmacadabra comenzó como un crisol de pareceres y sentires hermosos y libres que hoy se viste y calza solito. Música desde el corazón la hace todo el mundo (no, no, no, la industria NO) pero por y para los corazones, es una rara avis. Karmacadabra pone el foco en ti. O al menos así interpreto yo un vestuario negro, una capa de imprimación sobre la que todo se pinta, se dibuja o se arroja. Si yo toco es para que tú bailes, si canto es para que tú pienses, si te hablo es para que te sientas escuchado. Lo que fuera una banda guitarrera se está colando en el trap, el único que yo haya visto hacerse en puro directo. Por desgracia a veces veo desorden, a veces un ansia desbocada que ensucia la puesta en escena y despista al espectador. Tienen pinta de fase de cambio y que acabará encajando. Recuerdo el primer concierto que vi en la facultad de Bellas Artes. Recuerdo toda esa naturalidad, ese preciosismo sucio y poco afanoso. Recuerdo entender que no querían hacer nada más que lo que estaban haciendo. En la esencia está la virtud. En el compromiso con uno mismo y su pura belleza una suerte de directos en los que el gozo y la fiesta son circulares. Al final hubo hasta una petición de matrimonio Mujer > Hombre, genuflexión incluida. Dice un señor en la TV que antes como mucho llegabas y le decías a la mujer: VÁMONOS. Y luego al padre: NOS VAMOS. Y que el romanticismo es cosa de jóvenes. Que ojalá…
No sé si hay mucha gente escribiendo sobre La Mar de Músicas. Debería. Tiene calidad y autenticidad suficiente para competir con cualquier máquina de imprimir billetes a la que todavía se le llama festival de música. La cuestión es que algunos todavía nos sorprendemos y nos sorprenderemos con el cartel y hacemos una sucinta escucha previo concierto. Así con Carmen Consoli, que a pesar de haber hecho una gira conjunta con Elvis Costello cantando el uno las canciones del otro, yo la puse en el cajón de lo aburrido. Dios mío, ¿cómo me pude equivocar tantísimo? Escuché Volevo Fare la Rockstar[2021] donde se da a lo orquestal y su guitarra desaparece, y no Elettra[2009] o Eco Di Sirenne [2018]. Esto es un concierto auténtico. Las canciones defendidas con una sola guitarra y el gorjeo espumoso de una voz profunda, oxidada por la brisa mediterránea. Me recuerda a Mariza, por abanderada del folclore y fuerza, y a Marta Wainwright por contar verdades que duele oír, sobre todo a hombres. De folclore no puedo hablar, porque solo voy a decir que todo me suena a tarantela o a storneli y diré que está muy bien asimilado dentro del folk americano que parece gustarle y… mejor me doy un puntico en la boca.
La Mar de Músicas es un festival muy femenino, me refiero a que la representación musical de la mujer es enorme y las propuestas que mejor se desarrollan en el escenario casi siempre provienen de ellas. Dice una científica belga que el descenso de la testosterona hace que disminuya el tamaño del pene. Solo cuando los penes empiecen a empequeñecer tendremos un festival perfecto.
Toca con rabia. Se le nota al ensuciar los acordes mal pisados. ¿Pulsar escrupulosamente? ¿Quién tiene tiempo para esa mierda? Altera y emociona en 1m2. Su tío la viola y ella le escribe una canción y nos dice: ¿Abuso sexual intrafamiliar? HAY QUE CALLARSE, ES LA FAMILIA shhh. Y eso es sabido, el 80% de los abusos infantiles vienen de ahí, pero shhh, pobre tío Emilio, pobre abuelo Manuel. Y no solo es por lo que cuenta y cómo lo cuenta, es que los músicos de verdad te cogen una progresión de Mi Menor/Si Bemol/Si Mayor, y esta vez SÍ, engrandece el dolor que le corresponde a la armonía. Si todo engarza, el público se emociona y yo, en sacrificio ritualístico por tamaño alarde de compromiso, como dice la Bersuit, me cortaré los huevos por que llegue la paz.
Sold out de Julieta Venegas y tras un buen rato encuentro un sitio junto a un señor muy educado. El hombre me dice que no hay nadie, que me siente. No gesticula demasiado. Obedezco y disfruto del concierto a su vera. Bebo tragos de mi cerveza. A veces anoto algo. A veces recibo golpes de gente tratando de subir las escaleras. Tomo más tragos de mi cerveza y hasta me enciendo un cigarrillo. El señor educado de mi lado permanece con la espalda en 90º. Ni uno más ni uno menos. Sostiene un vaso de cerveza con las dos manos, pero no bebe de él. El tiempo transcurre. Me enciendo otro cigarrillo. Me preocupa no ver gesticular al hombre educado de mi izquierda y reviso la cantidad de cerveza que le queda, pero permanece invariable. Me agacho para coger la libreta y anotar algo y esta vez sí me asusto. El hombre educado está levantando un brazo, pero no es para beber de su cerveza, es para taparse la boca al bostezar. Hombre… tampoco es para tanto. Un rato después acaba el concierto, yo estoy yendo a por una cerveza fría. Reviso mis anotaciones y pienso en ellas mientras meo en un water portátil con la cerveza haciendo equilibrios:
«Ok. Está de moda poner a un bajista a tocar un sintetizador de una octava, pero ha metido un montón de gambas. En general todos tocan en el filo de un tomate, que es como una navaja pero más difícil todavía porque, ¿dónde coño está el filo? No sé, tenía curiosidad por ver cómo defiende sus hits en un formato más electrónico y no está nada nada mal, aunque, fuera de México, el público delata con su euforia transitoria, que es una banda de hits -que ya quisieran muchos-. Lo demás es un crucero. Y Julieta… ¿qué decía Salva haciendo las pruebas de voz de unos colegas músicos? Ah sí, -que la jaula es muy bonica, pero el pájaro tiene que cantar. O que es el indio y no la flecha. O que…». ¡Mierda!, se me ha caído la cerveza en los calzoncillos…
Salgo del water empapado y voy a por la misma cerveza. Pido empanadillas y me dicen lo mismo que en el CIM este año y el anterior y el anterior: hemos tenido un problemilla y no han llegado… Las traerán de las islas mediterráneas… Por suerte te puedes pedir unos molletes de diez veces su valor. Ahora la cerveza se pide en pintas; nada de esas medidas levantinas como la caña, o el tercio. Ahora pagas como un irlandés. Y si quieres beber menos o que cuando se te caiga encima no te mojes hasta los calcetines, te jodes.
En el cambio de escenario, M. Lacroix pincha como loco desperezando a los somnolientos. Lo busco con la mirada y por fin lo encuentro en una esquinita con un focazo rojo en la cara. Creo que el pobre no oye nada porque de vez en cuando sube el volumen y nos da un respingo. ¡Y comienza Baiuca! En este concierto la máxima expresión de gozo vino de sus cantantes que tienen la voz de mil mujeres; aunque el percusionista es una delicia, su presencia es simbólica, hace las veces de ánfora griega expuesta en un sindios de percusiones sintéticas. ¿Sabéis? De pura coña les hice las luces a esta banda hace 4 años. Guardo un recuerdo muy bonito de aquel día. Descubrí que Baiuca va un paso más allá del nuevo folclore. Está mucho más cerca de un género propio que de una mezcolanza. También demuestra que se afianza más seguramente en la electrónica que en aquello que proviene de su tierra. Y aquí me pregunto cómo es posible entonces que cuando Alejandro coge la flauta se genere LA CONEXIÓN. Es tremebundo. Todo lo que suceda durante o después es mágico. Aun así, los DJ set, si no se expresan como DJ set me dejan frío, por honestidad, por compromiso.
Este año mi apuesta es JOON. Me jode cuando las esperanzas que deposito en un proyecto se ven truncadas por un mal directo. Me ha pasado decenas de veces y decenas de veces me han jodido el ensueño de que, inspirado por la belleza y el arte, escriba LA gran crónica. Uno ya fantasea con lo que va a vivir y lo que podrá contar, y a veces se encuentra completamente solo bailando con los calzoncillos empapados en mitad de un público con las plantas de los pies planas. Solo he bailado en dos conciertos: Fumaça Preta [La Mar de Músicas 2019] y este. Siempre miré al señor bailongo hacerlo por todos los demás y ahora me he convertido en él. Dice el señor bailongo que Yasmin viene vestida de tenista. Podría ser… Lleva un set, o dicho de otro modo, tiene un montón de cacharros que no para de secar con toallas porque hay mucha humedad. Poco tiene que hacer JOON para mantener vivo este show más que mantener a raya la humedad. Todo lo que suena va a golpe de Play, más o menos como Baiuca pero sin tantas ánforas. Toda la música de JOON es sencilla, pero la producción es buenísima. Su elemento diferencial es la suavidad. No hablo de gusto, ni de elección, hablo de tratamiento digital del audio. Esto es un área poco diferenciable entre compositores. Puede haber cientos de productores usando los mismos cacharros, que el modo de confitar un oscilador solo es posible con una entidad propia. La maltesa la tiene. Es un ser que habla de igual modo bailando y cantando que produciendo. No es un karaoke. La pasta es exactamente la misma. ¿A cuántos conoces así? Yo a casi nadie y por eso bailo esta suerte de concierto desde un inicio blandito hasta unos albores duros, crudos, pero siempre ceñidos a esa voz dulcemente siniestra y esos bailecitos torpes que rayan la poca vergüenza. Me recuerda mucho a lo que hay más allá de los Pirineos. Satisface ver un concierto alejado de España, Latinoamérica o el estatismo occidental.
Al final lanzó al público un puñado de bolas imaginarias. Dice el señor bailongo, Elias, que él tenía razón, iba de tenista y ha sacado bola. Que aquí tengo el final de mi crónica.
Fotografías de Pilar Morales