Raimundo Amador en el Teatro Romea de Murcia: “Agarrar el virtuosismo. Virtud y vertiginosidad"

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Menos mal que el año pasado no vino el crack de Raimundo Amador a Murcia, porque creo que tenía programado un show en un acústico en una sala pequeña de Murcia. Menos mal que vino finalmente a un recinto grande y señorial, a la altura de su música. Y con una banda buena y grande y un sonido también acorde a éste.

Y con el Teatro Romea lleno, el sevillano, con 40 años en el flamenco, siendo una de las mayores influencias de la fusión de este género, y con su carisma demostró el gran maestro de ceremonias que es.

El jueves por la noche, a pesar del fresquito, la ciudad es un hormiguero. En una esquina de la Plaza de Santo Domingo, el antiguo mercado de reses, hay unas doscientas personas. Al acercarme pienso: esto será una procesión, ya verás. Pero resulta que era un homenaje improvisado al fallecido Bowie. Hay gente hablando a la que nadie oye y otros reparten folios con la letra de “Starman”. Unas guitarras entonan los primeros acordes, y los murcianos empezamos con el inglés “wachiweichu”. Al final resultó que no me equivocaba, era una procesión de creyentes. El mito del muerto. Tras diez minutos allí veo que la gente no ha ido a rendir tributo al Duque Blanco, sino a grabarlo con el móvil.

Cuando me encuentro con Diego Montana en la plaza del Romea, empieza a haber cola. En las taquillas nos dicen que no estamos acreditados. Mal empezamos. Pero en seguida Mariano, un vecino y amigo, me da una voz. Una mujer aparece diciendo que Raimundo le ha dejado dos entradas. Sin pensar ni entender mucho, las cogemos. Nos ha tocado palco de platea, de los que están a ras de patio de butacas. Pero en realidad están un metro por encima de éste. La perspectiva es genial a primera vista. Este sitio es de aristócratas o burgueses. Hay unos percheros. “Joder Montana, ¿cuántos conciertos has ido en los que nos dejen colgar el chaquetón?” Las sillas de terciopelo rojo que nos corresponden están en alto y da cosa sentarse, pero nos acostumbramos. No todos los días accede uno a tan regia localidad.

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Suenan los acordes del himno de Murcia. Me pongo a hacer playback: “En la vega del segura, cuando ríe una huertana…”. Nuestro vecino de palco se indigna, “que casposidad”, masculla. Se apagan las luces y aparece la banda, pero al estar esquinados no vemos al segundo guitarrista, y con dificultad al percusionista. Eso sí, al resto los vemos cojonudamente. Como a él le gusta, a Amador lo presentan -al estilo show americano-, y aparece con un traje rojo barroco como el de Prince o el de Django Desencadenado.

Estamos hablando de un teatro con leyendas. El solar supuestamente tiene una maldición. Estamos hablando de un tipo natural como pocos. Un tipo que abre las birras con la pantalla táctil de su móvil, descascarillándolo. Y además no solo toca algunos de sus temas, sino que en su set-list hay sorpresas varias. Se trata de un homenaje a B.B. King.

Empiezan con una instrumental a la que unen algunos clásicos de Pata Negra. Hay que hablar de lo mismo que en los conciertos de Kiko Veneno. Estos dos monstruos se conocieron en el sur de la ciudad Hispalense donde residían. Empezaron a tocar juntos desde adolescentes. Y hasta hoy siguen colaborando juntos. Son dos de los más influyentes en todo el flamenqueo posterior. Los Delinqüentes, La Cabra Mecánica, Canteca de Macao, Melendi, Chambao etc etc…

Antes de cada tema comenta de quien es. “Red Baron” del batería Billy Cobham es mi descubrimiento. Una autopista para diversos solos de guitarra con un estribillo fantástico. Versiones de Jimmy Hendrix, de Lenny Kravitz. Bien.

Cuando parece que va a tocar una de blues, el tío le mete alguno de sus temas clásicos más flamencos. Los tres guitarras se suceden haciendo solos. Raimundo señala y ellos ejecutan. Como hacia B.B. levantando el mentón. Pero los del protagonista de la noche son más cremosos. Sus silencios son perfectos. Las vetustas maderas del antiguo Teatro tiemblan con el bajo y crujen con los riffs de guitarra. La mezcla del blues y el flamenco es, casi matemáticamente, jazz.

Pero Raimundo no termina de hacer ninguna de las tres etiquetas anteriores. Él practica otro estilo de música: el “Ramundismo”, a caballo entre las raíces andaluzas y las raíces del sur de los “Estados Únicos”. El público le quiere. Le grita cosas.

Mi profesor de guitarra Jorge, me explicó en palabras muy sencillas que el jazz es ir siguiendo un patrón marcado (Swing, blues, músicas negras), y cada X notas meter una nota discordante, una nota que en realidad no case bien en el patrón, una nota que se salga del cauce. Y solos, muchos solos. Pues entonces y siguiendo las matemáticas, lo que vimos en el Romea fue jazz. Jazz raro y mestizo, pero jazz. Hasta coqueteó con el reggae.

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Le cambia la letra a temas de B.B. King y las pone en español. Otras ocasiones hace lo que él llama Bluslerias: Empieza haciendo un clásico blues remasticado, para meterle personalidad con un alegre ritmo flamenco. En cada tema hacen solos y más solos. El batería y el bajo se apuntan. Impecables. Sin una mota de polvo. En una revisión algo extraña del “Jessica” de los Allman Brothers, el percusionista, su propio hijo, tiene su solo. La versión de “Purple Rain” es algo floja. Piden a la gente cantar el estribillo. Es un tema demasiado sobado.

Uno de los mejores momentos, simplemente por contraposición, es cuando sacan un par de sillas y un cantaor acompaña a Raimundo con la española. El escenario en cuesta pasa a ser un tablao. Una delicia después de tanta pentatónica y ruedas de doce compases.

Acaban con los famosos “Pata Palo” y “Bolleré”, que acaba cantando el respetable. Dos horas de guitarreo ya que alargan cada tema como si fuera un chicle eterno que no pierde sabor. La fusión es lo que tiene.

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Puede que sea una locura hacer flamenco tan desmembrado. Solo algunos saben, otros copian. Puede que sea una locura hacer crónicas de 1000 palabras. Pero por ahora juntar palabras, blandir una guitarra y respirar son cosas gratis. Y a eso nos agarraremos. Vaya que si nos agarraremos.

También Montana, al que no le gustará que le mencione, dirá que nos agarramos una cena frugal, pero reconfortante. También hay que agarrar el cenar.

Fotografías de Diego Montana

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