Hace dos meses un amigo me dijo que TENÍA que ver a Mike Farris. Le hice caso. Él siempre me lo hace a mí. Le di una escucha. Me pareció bueno, muy bueno, buenísimo, tanto que pensé que había merecido la pena que mi colega dejara de hablarme por una vez en su vida de Molotov. Mike Farris no tiene nada que ver con Molotov. Molotov tiene dos bajos, es reivindicativo y canciones de menos de 20 minutos. Lo juro, Mike Farris ha debido tener muchos problemas con los productores. Me imagino la escena:
–Te digo que una canción repitiendo la misma puta frase 20 minutos no vende.
–Pero George, son mis canciones, SON MIS PUTAS CANCIONES. ¿Sabes esa sensación de haberte puesto muy cachondo antes de que “se le corran en la cara” y que de repente se acabe el vídeo? ¿LO SABES? ¡Yo vivo con ese miedo! Y no voy a permitir que mis fans se caguen encima mientras oyen mi disco. Toda la vida dándole hacia atrás y siempre acaban antes, SIEMPRE, HIJO DE PUTA, ¡¡¡así que voy a correrme cuando yo quiera por una puta vez!!!
–La peli porno la pago yo y yo decido cuándo acaba. En tus conciertos menéatela como quieras.
–De acuerdo, George, de acuerdo…
Farris tiene una voz espectacular, y no lo digo yo, lo escribirá punto por punto cualquier cronista aunque tenga sordera y graves deficiencias. Para mí es un paradigma que desde un disco como Goodnight Sun (2002) carente de sangre, haya madurado la celebración de la vida en Salvation in lights (2007) hasta la celebración de la vida con real y preciso sentido en Shine For All The People (2014). Pero esto no es una reseña de discos, esta es la crítica que una persona que oía perfectamente ha escrito para denunciar al Teatro Villa de Molina de Segura por provocarle graves daños auditivos. Quizá estuvieran intentando superar los 139 dBs del récord guinness de Manowar. También pudo ocurrir alguna desgracia. Farris tiraba y tiraba del cable de su micrófono con poca longitud y casi precipita un foco por la boca del escenario. El músico, airado, cogió el cable y arrancó de cuajo el precinto, aunque a juzgar por los gestos que le hacía al auxiliar, de cuajo le habría arrancado la cabeza.
Nos trasladamos a la última fila para evitar la rotura de tímpanos. Farris en directo grita y saca más voz, quizá por eso tenga publicado un disco llamado SHOUT! (live) [2009]. Se mueve y pisa el suelo con rabia. Me creo su propuesta y lo que dice. Joder, con ese ímpetu me trago mi orín si así lo ordena. La cuestión es que la venida de Dios estaba cerca y el público lo percibió, pero lo que nos cayó fue una intro pretenciosamente melosa de Purple Rain seguida de una versión pretendidamente plana de Purple Rain. No hay magia ni en ésta ni en Stand By Me, ni en Knockin’ on Heavens Door ni en Every little thing gonna be all right. Estas últimas tocadas nada más volver del descanso como lubricante buenrrollista. Había ocio, divertimento, pero ni pizca de arte; con Jonah the Whale (contenida en el último LP) sí, pero eso está elaborado y además comulga con el espíritu de Farris más que el setlist radiofónico. También se atrevieron con Proud Mary a manos de su brutal corista que brincaba con un gran gozo en el alma y un gesto retador en la cara que jamás tendrá Farris. Por último el Texas Blues de Stevie Ray Vaughan demostró que son tan grandes músicos como estáticos. Imagino que no querrían verse forzados como el clásico novio que se levanta a bailar porque la novia lo obliga, y él, queriendo ser un tipo divertido y bailongo, se mueve de izquierda a la derecha entre las butacas mientras se remanga la camisa y mira alrededor convulsamente por si alguien se estuviera riendo de él. En este concierto había varios de esos, pero finalmente fueron todos. Un auditorio casi lleno bailando y comulgando con el profeta.
No pude comprenderlo. Estirar los temas hasta lo cansino, pretendiendo la progresiva intensidad que como músico no se ha sabido dosificar. No me cupo en la cabeza y tras tres horas, en el último bis, le dije a Diego que me tenía que ir. Pasamos por la puerta de un bar y un señor con camisa, pantalón corto, piernas canijas, brazos cruzados, cuello encorvado y un labio inferior que le rebasa el mentón, escuchaba con cara impertérrita a unos jóvenes riendo por las historias del más extrovertido. No podía irme, ese hombre estaba sintiendo lo mismo que yo: NADA, y lo peor es que era incapaz de comprenderlo. Le pedí a Diego que lo fotografiara, que esa era la única forma de explicar mi paso por el concierto. Por respeto no lo hizo, me dijo que tendría que describirlo. Me es imposible, ni a él ni al bolo. No sabemos si la pena es que no hayamos sabido entenderlo o que realmente fuera malo. Entonces Diego imita a Farris gritando con falsete «The pooower of looove, ohohohohhh» y riendo saco mi entrada del bolsillo trasero, la termino de arrugar y la tiro.
Fotografías por Diego Montana
Solo tu podías fijarte en lo del precinto.’
Deformación pofessional… Pero es que no veas cómo tiraba. Me excitó un poco y todo.