Me cago en tu raza, Ángel Stanich (Entrevista)

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Llevo un rato buscando el dinero del alquiler. No lo encuentro. Giorgio, mi casero italiano, está apoyado en el marco de la puerta de mi habitación. El tío tiene esa pinta de pequeño mafioso que dice que me-podría-partir-las-piernas-sin-pestañear-pero-que-un-Paulie-Gualtieri-se-las-partiría-a-él-también-sin-pestañear. Sé que está feo que recalque su procedencia transalpina, pero te juro que si lo vieras y tuvieras que escribir sobre él, dirías que es italiano. Súmale que estoy flipando con The Wire y que me ponen bastante estas situaciones. Tiendo a dramatizar: revuelvo las sábanas, me cojo la cabeza con las dos manos, resoplo, me muerdo el labio y niego, menciono a personas que no existen para justificar mi incompetencia…y el tío se lo traga. Creo.

Justo cuando empieza a martillear con el pie las baldosas sueltas, encuentro algo. He metido la mano en el bolsillo pequeño de mi mochila y he encontrado la grabadora. La levanto, eufórico. Creo que Giorgio duda entre matarme a palos ya o que le explique qué mierda hay en esta grabadora. Diría que piensa algo rollo: “mmmm igual este sucio bastardo ha conseguido pruebas de las últimas fechorías nocturnas de Joan Laporta…lo podría utilizar para sobornarle sobre aquel asunto…”. Buah, Giorgio, tío. Señor, quiero decir, me temo que esto no le va a pagar el alquiler. Pero está guapo. Le cuento. Eh, eh, no hace falta que se remangue. ¿Pero de verdad es necesario sacar ese puño americano? Se lo ruego, suelte ese machete. Señor, seguro que el dinero lo tiene el puto gallego. Na, esto es mentira. El tío sigue apoyado en el marco de la puerta. Parece que le interesa lo que hay en la grabadora, así que voy a disfrazarme de Scherezade barbuda.

El 20 de septiembre, mi colega Manu vino desde Berlín. Yo terminaba mis prácticas en El Periódico ese mismo día, así que a mi colega se le ocurrió un plan: ir a Madrid a ver a su tío Guillermo, recién operado de una movida de la cabeza, y desde allí bajar a Murcia. Todo en Blablacar. Entre que yo me apunto a todo lo que huela a En el camino y que él insistió, engolado, en sufragar la travesía, no pude decir que no. Para resumir lo que pasó entre que nos montamos en el coche de Pauline, la atractiva y distante psicóloga francesa de 27 años que nos iba a llevar a Madrid, y estar tirados en el Paso de la Independencia de Zaragoza cuatro horas después, solo diré que Pauline era una puta loca. Si quieres saber más detalles, párame cuando me veas y te los cuento.

angel-stanich-entrevista-El caso es que yo llevaba un rato follándole a Manu la oreja con la frase: “Bah, tío, tranqui, que yo viví un año aquí”. Se giró y me dijo: “Pues móntate algo, hostias”. La putada es que no conocí a nadie amigable ese año. Hice como que se refería a que le ofreciera una visita guiada por la ciudad. Ya teníamos un blablacar arreglado para el día siguiente, así que no había que preocuparse de nada. “Prepárate, mi orondo amigo”-le dije- “detrás de este caparazón de ciudad llena de viejos hay varias cosas guapas”. Nos recorrimos La Madalena y saludé a mis viejos vecinos romanís y cruzamos el Ebro por el puente de piedra y nos topamos con el cartel de una sala de conciertos que decía que Ángel Stanich tocaba allí en dos horas. Manu y yo salimos despedidos de la energía que generó nuestro cruce de miradas. Mi colega sabía que yo llevaba casi dos años intentando que Stanich, que no da entrevistas, me dejara entrevistarle. Lo había intentado casi todo, pero de esa noche no pasaba. “De esta noche no pasa”, dijo Manu.

El plan era que yo le asaltase después de la prueba de sonido y le contara la historia y que Manu se quedara, cruzado de brazos y rezongando en alemán, unos metros atrás. El plan no tenía ni una grieta. Nos colamos en la sala López y pedimos un par de birras y pasó una hora y apareció Stanich con su banda de peludos e hicieron la prueba de sonido y me levanté y le conté la historia y Manu se quedó, cruzado de brazos y rezongando en alemán, unos metros atrás. Stanich se partió el ojete y dijo: “Joder, si no he dado una entrevista hasta ahora es porque estaba esperando una situación como esta”. Me prometió una hora después del concierto.

El concierto estuvo guapo. Stanich parece Alias en Pat Garrett and Billy the kid: no sabes si es absolutamente estúpido o absolutamente genial, pero mola un capazo. Su banda suena de puta madre, y el tío canta como si tuviera en todo momento en la cabeza a Dylan aullando EVERYBODY MUST GET STONED!! Se puso bíblico, luego pareció un perro apaleado, luego rompió dos cuerdas y siguió adelante y luego le rezó a Manolo Caracol. Muy guapo.

El concierto terminó. Manu y yo volvimos a la barra a esperar a que el público desapareciera. A los diez minutos nos colamos por un pasillo que, supusimos, llevaba al camerino. Primero nos cruzamos con el bigotudo y espigado guitarrista, que nos preguntó quiénes éramos. Yo le dije que era periodista, que iba a grabarle un vídeo a Stanich, y que Manu era mi abogado samoano. Cuando terminé de decirlo, el guitarrista bigotudo y espigado ya estaba  a dos kilómetros. Seguimos por el pasillo y llegamos al camerino. Allí estaba Stanich. Manu se quedó en la puerta, contándole a una chica que había aparecido por generación espontánea no sé qué sobre el frío que hace en Berlín. “¿Qué pasa, tío, te ha molado el concierto?”, dijo Stanich. “Sí, ha estado guapo”, le contesté. Intenté que sonara interesado pero no extasiado. “Pues tú dirás”, dijo, incorporándose. Saqué la grabadora. Pulsé el botón en el que hace mucho tiempo había un círculo rojo. La cosa fue así:

-¿Por qué no das entrevistas?

-Joder. ¿De verdad esa es la primera pregunta? ¿De verdad no tienes nada mejor que preguntarme?

-Sí, quiero preguntarte por psicodelia rara, pero me parece que es importante saber por qué no das entrevistas.

-Es que flipo con los periodistas. Yo qué sé, pregúntame sobre mi música.

-¿Por qué no das entrevistas?

-¿Qué eres, Ana Pastor?

-Sí, me he dejado barba.

-Bueno, ¿qué quieres, la respuesta corta y jocosa o la larga y sesuda?

-Las dos.

-No sé cuál es cual, pero una dice que no doy entrevistas porque es un por culo y porque los periodistas sois idiotas y preguntáis gilipolleces, y la otra dice que no dar entrevistas es parte de mi identidad. Que todo lo que quiero que sepas de mí está en mis canciones, que no quiero que sepas qué hago los domingos por la tarde. Mira qué barba y qué pelos llevo. Todo eso es parte del mensaje. Es como Foster Wallace escribiendo un puto libro de 1212 páginas llamado La gran broma infinita, ¿por qué eso es un sacrilegio? ¿Por qué tengo que dar una puta entrevista?

-No te hacía lector de Foster Wallace. Te imaginaba leyendo ediciones de tapa blanda de Ken Kesey, doblando la portada sobre la contraportada y con un porro en la otra mano.

-Claro, pero eso es una consecuencia de que no dé entrevistas. Si a mí me haces esa pregunta hace dos años, ya no me imaginarías leyendo a Ken Kesey, que, por cierto, no sé ni quién es. Me mola que se creen esas historias. Es como si dijera: “Venga, a ver hasta dónde llegáis con vuestras historias mierderas sobre mí”. Tú has llegado lejos.

-Suena un poco pedante por tu parte, como esa imagen de tu Facebook en la que estás mirando al horizonte y escribes –tú o quien te lo lleve-, el siguiente diálogo:

– ¿En qué pensabas en esta foto?

– En qué clase de mundo le vamos a dejar a Keith Richards… ¡Y a Goku!

– Tú no dabas entrevistas por algo…

 Sé que es una broma, pero no termino de ver la relación. Quiero decir, estamos en 2015, a ningún periodista le sorprende que contestes eso. No has inventado lo de irte por las ramas. Dylan hacía eso hace 50 años.

-Tú tampoco has inventado lo de periodista-justiciero-tocapelotas, ¿sabes? Pero es curioso que menciones a Dylan.

-¿Por qué?

-Dylan, Dylan. Macho, me hago pajas con Dylan.

-Siento decírtelo, pero tampoco has inventado eso.

-¿Pero quién te dice a ti que yo quiero inventar algo? Esta es la puta razón por la que no doy entrevistas, no van a ningún lado.

 -Tu música es una interpretación de Dylan, pero choca porque no reinterpretas al Dylan trovador, sino al Dylan cabrón.

-Eso es verdad. Creo que esa primera etapa de Dylan, hasta 1965, está sobreexplotada. Me parece mucho más interesante lo que hace cuando se deja el pelo largo y se pone botines y le grita al público.

-Siempre fue dos o tres pasos por delante.

-Sí, me fascina esa desidia  genial que mostraba.

-¿Por qué hablamos de él en pasado?

-Porque ahora va disfrazado de personaje de Mary Poppins y es un señor mayor haciendo la música que le gusta. No tengo ningún problema con eso, pero ya no es DYLAN.

-Neil Young ha envejecido de otra forma.

-Sí.

-¿Por qué estás tan a la defensiva?

-No sé, tío, es que… ¿de verdad estamos hablando de la vejez de Bob Dylan y Neil Young?

-Una vez, en un concierto tuyo, mi hermana me dijo que no quedaba muy coherente con tu rollo el hecho de que sueltes esas peroratas entre canción y canción.

-Tu hermana es idiota.

En ese momento pensé que debía levantarme y partirle la cara a ese gilipollas. Se me apareció Zidane mandando a tomar por culo una Copa del Mundo por salvar el honor de su hermana. Y entonces volvió Manu. Dijo que la chica con la que estaba hablando se había evaporado. Se sentó a mi lado. Para comprender lo que pasó después, hay que saber que Manu es un tío que utiliza con frecuencia expresiones como “el arte  de la discusión” o “los laberintos de la dialéctica”. Siempre toma partido en una conversación. Cuando ve que dos personas están llegando a un punto en común, se encarga de sembrar la discordia. Muchas veces defiende argumentos en los que ni siquiera cree. Cuando ve que la llama está a punto de prender, el cabrón se frota las manos y corre a por palomitas.

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Fotografía de Katxo Kitxo

Manu escuchó lo de mi hermana y le soltó a Stanich: “Hombre, yo creo que no es necesario faltar el respeto”. Stanich resopló y negó con cara de asco. Me levanté y le empujé. “¡EH, EH!” gritó Manu. Se levantó y nos separó con facilidad. Hasta le divirtió. Dos gallos melenudos de 58 kilos y él en medio. Se le escapó una risa. “Eres un hijo de puta”, le grité a Stanich. Él intentaba zafarse del brazo de Manu. Entonces entraron en el camerino cinco GEOS y nos dispararon con pelotas de goma y nos agarraron del cuello y Manu soltó: “Los tengo controlados, agentes” y los GEOS nos clavaron a Stanich y a mí las rodillas en la espalda y nos despertamos en un calabozo junto a una vieja mellada y bizca que no paraba de decir que se acostó con José Antonio Camacho. Na, eso es mentira. Bueno, Manu nos separó y yo le dije a Stanich el insulto más quinqui de la historia: ME CAGO EN TU RAZA. Al poco, Manu nos soltó. Stanich se dio la vuelta y dijo entre dientes: “Por esto no hago entrevistas…por esto no hago entrevistas”.

Manu y yo salimos de allí. Caminamos durante un rato sin hablar. Luego me dijo: “Tío, es que te lo tengo dicho: a veces dices las cosas con un tono muy agresivo”. Yo resoplé, porque estoy hasta los huevos de esa frase suya. “¿Ves?”, dijo. Lo mataba.

-Porca puttana!!! Cosa è successo con lo zio Guillermo? Sta bene?

-¿Eh? Ah, Giorgio, pues sí, el cabrón está como una rosa. Dice Manu que mejor que antes de la operación.

1 comentario en “Me cago en tu raza, Ángel Stanich (Entrevista)”

  1. Hombre de voz aflautada

    Todo el mundo comenta por facebook que esta entrevista es la leche. Y yo que la leo y por decencia la comento aquí, hostia.
    BRAVO.
    ¡Carburad nenes de facebook, carburad!

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