Día 3| Kamasi Washington, Rui Massena y Miss Bolivia: «Terrorismo legal» [La Mar de Músicas 2019]

Vivimos con un terrorista. El casero ha hecho churros y de todas las historias inverosímiles que tiene que contar nos relata cómo un día, harto de ir a liarla al Ayuntamiento de Cartagena y que ni se dignaran a detenerlo, mandó un escrito a la delegación del gobierno para pedir que lo reconocieran formalmente como terrorista. Nunca le respondieron, así que, con la ley en la mano ese silencio administrativo lo convirtió oficialmente en terrorista legal. Por suerte, si quitamos las cien herramientas de trabajo, no hay armas en la casa, al menos a la vista. Otro punto a favor es que cuando un oficio se legaliza uno trata de hacerlo mejor y elegir con cariño sus objetivos. Hoy hemos llegado temprano a casa y el casero se sorprende. Los gitanos de enfrente tienen la música a toda hostia y él, que padece un acúfeno en un oído y del otro no oye, nos dice: está tranquila la noche, ¿no? Menos mal que ya han dejado la mierda del reggaeton. Al principio me creía que estaban serrando algo y he tenido que asomarme. No sé qué me pasa hoy, pero lo único que escucho es ruido. Ruido en mi cabeza que me quema y me pone furioso. Ni me imagino qué sería además tener un acúfeno… ¿Escondería las armas en el altillo por si los gitanos se pasan de la raya?

Desde que la canción de autor se volviera gangosa, no hay muchos músicos que se atrevan a protestar sobre un escenario. Aunque Miss Bolivia haga música festiva lo que se ve en primer plano es el pañuelo verde contra las leyes antiabortistas en Argentina. Lo saca por dejar claro de qué va este concierto, y por qué se juega los cuartos. Su proyecto es duro, nada de cumbia fiestera. Si quieres bailarla tienes que ganártela, al menos si estás entendiendo lo que canta. Por algo la inspiraron a escribir, hablar y denunciar las madres de la plaza de mayo. Aunque estoy escuchando, en el escenario tengo poco que mirar hasta que llegan las bailarinas a moverse como les sale del orto. Son auténticas fieras. Pero en algún momento me atrae el sinuoso ondear de una bandera al fondo. Su solemnidad me abstrae. De pronto la música deja de sonar. María Paz arranca un alegato poderosísimo bajo el Ayuntamiento, pero los discursos se dan en los balcones y este no debería estar debajo sino arriba. Es su canción Paren de matarnos a cappella. No hay ser vivo con los capilares tranquilos ahora mismo. Acto seguido la tocan. Y aquí viene el único pero. Su cumbia, su dance y su hip hop son suficientemente buenos como para usar un ska tramposamente comercial en pos de extender el mensaje. Una venta innecesaria para una activista. Ya lo decía Miguel: el año pasado os engañaron con Nathy Peluso, esto es de verdad.

Acabamos de trabajar todas las noches a las siete de la mañana, dormimos cuatro, escuchamos a nuestro casero durante el café y seguimos currando con el sol en la nuca. Estamos exhaustos. Así que mientras me ducho le pongo a Diego un disco de Rui Massena. El efecto es inmediato, cae fulminado sobre la cama. Al llegar al CIM me temo lo peor. Me han recetado un medicamento, legal por supuesto, y a penas noto mi respiración. Por alguna razón lo escucho todo con una nitidez excesiva. He llegado a codiciar un silencio prohibitivo en los conciertos y estoy completamente equivocado. El ruido es un contexto que aporta y roba a partes iguales. El ruido no es más que la vida sucediendo a nuestro alrededor. Las gaviotas hablando entre ellas le quedan bien al piano de Rui Massena. No tanto el de las máquinas chequeando entradas, pero sí el de la niña buscando a su madre, o el del viento traqueteando las estructuras metálicas a su paso. En los primeros compases, el pianista luso cae en la trampa del lirismo que aporta la cuerda frotada a un piano. Es la enésima vez que alguien repite fórmula con trasnochado éxito. Dura poco. Lo que realmente trae a Cartagena a este compositor y no a otro es ese desprendimiento que otorga protagonismo a otros instrumentos en vez de al suyo: sintetizadores, percusiones electrónicas y por qué no, un glockenspiel. Con este set sí es capaz de transmitir esa idea que le coge prestada a Pessoa: «No te preocupes de la carretera que hay tras la curva antes de llegar a ella». Yo, que sigo sin sentir mi respiración, puedo ponerme nervioso cuando interpreta la angustia de Memphis. Por cercanía hasta podría osar decir que es un Ólafur Arnalds terrenal. Uno que sabe qué preguntarle al oráculo de Delfos, aunque no pueda responder. Lo hace con tranquilidad y dulzura, si los instrumentos tienen que sonar por debajo del ruido o desafinados, que lo hagan, esos son los defectos del hombre que expone en Lazy. Vaya manifiesto… Qué pena, me equivoqué de disco en casa, sino Diego se habría quedado conmigo hasta el final en el mundo de los vivos.

El plato fuerte viene ahora. Kamasi Washington. El hombre del momento. El proyecto de jazz más sólido y potente que pueda verse a día de hoy. Pobre San Javier que aún no se ha enterado que hemos cambiado de siglo. Rescatan sonidos de los 70 y los modernizan hasta lograr uno único. El planeta del que viene la banda ni se ha descubierto, solo hay que verlos reinterpretar sambas. Es justicia para el jazz. Por desgracia no soy capaz de mentiros. El nivel es tan alto que solo intentar escribir una letra más sería una falta de respeto. Pero tranquilos, que Ignacio Benedicto por fin ha salido contento de un concierto y quiere contarlo. Mañana en este mismo piso.

Por hoy basta, necesito dormir o fumar, o pensar qué atentado me gustaría cometer. Hay que planear porque de qué sirve gritar si ni la guardia civil te arresta. Los gitanos se han ido a la cama, ya no hay música ni serrucho. Sin ruido no tiene sentido hablar de música.

Fotografías de Diego Montana

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