Llevo toda la tarde tratando de autoconvencerme de que esta vez sí. Toda la tarde escuchando a mi lado hipocondríaco repetir: “Daniel, vas a ser capaz de respetar el jodido tratamiento. ¿Tan difícil es para ti pasar un puto fin de semana sin beber? Mira a toda esa gente que sale de noche, se bebe un par de Coca-Colas y consigue aguantar las ganas de meterse un puto tiro. Algunos incluso mueven el pie y los hombros al compás de la música. Sí, vale, es una putada que te haya tocado meterte este atracón de antibióticos justo el fin de semana que tocan los Ilegales, pero tú mismo te lo has buscado. Piensa en esa agradable sensación de tu cuerpo sintetizando el Doxiclat. Casi puedes notar cómo, desde el momento en que empieza a bajar por tu esófago, va neutralizando pequeños trozos de vida aquí y allá, implacable hacia el foco de la infección. No se lo pongas difícil y en unos días estarás como nuevo. Además, Madre tiene razón. Últimamente se te ve demasiado pálido. Deberías de tomarte todo esto un poco más en serio. Vas a agradecerte a ti mismo el demostrarte que eres capaz de hacerlo. No es para tanto. Siempre nos queda la hierba…”
Pocas horas después estoy con mi colega Luis comprando latas de cerveza en el chino. En un pequeño arrebato de sibaritismo decido que esta ocasión merece que las latas sean Amstel. Como las dos primeras latas no terminan el viaje en coche, llegamos a Murcia meándonos, como siempre. Meamos en uno de esos pequeños e íntimos rincones que tiene el parque Fofó mientras suena Abogado y escritor, de M76. Nos sentamos en los bancos cercanos al recinto a terminarnos las dos latas de cerveza que nos quedan. En estas se nos acerca el Cantona, un punk de Alicante. El colega nos cuenta que ha intentado colarse en el concierto tres veces. Le acaban de sabotear el tercer intento. Le pasamos una lata de birra y nos ofrecemos a intentar ayudarle a colarse restregándole el sello o pasándole la entrada una vez que la tengamos. El tío se ha cogido un tren desde Alicante solo para oír a los Ilegales. Se lo merece. Me acerco a la taquilla a por mi acreditación. Mientras estoy en la cola veo como dos policías municipales se acercan al banco donde están sentados Luis y el Cantona. Van a intimidarlo un poco para que no le de la tarde a los seguratas.
Le prometemos al Cantona que en el descanso nos reuniremos con él para el asunto del sello. Dentro nos encontramos con Rocío y Julio y nos dicen que ni sello ni pollas. Que una vez que se sale no se puede volver a entrar. Asiento cabizbajo dedicándole un culpable pensamiento al Cantona. Los M76 están en la recta final de su concierto. Tienen energía. Hacen ese rollo de punk rock que está más cerca del rollo garaje que de, digamos, Eskorbuto o Tijuana in Blue. Más cerca en espíritu a Siniestro Total que a La Polla Records. Cuando gritan que son unos animales no les suena pretencioso. Se despiden y llega la hora de aceptar la cruda realidad: la organización nos ha cercado en un espacio que invita al consumo despreocupado de alcohol y las opciones de mercado en este aspecto se limitan a una: la barra.
Le toca el turno a Los Marañones. Creo que si buscas
el significado de veterano en el diccionario aparecen las jetas de Miguel Bañón
y compañía. Llevan haciendo rock and roll desde los tiempos en el que el
Centrofama no parecía un edificio kitsch. El recinto se va llenando. Siento
algo parecido a lo que sentí hace unos años cuando vi en este mismo sitio a Los
Enemigos. Hay mucha gente con pinta de oficinista. Mucha gente con pinta de
funcionario. Chupas de cuero encima de camisas y cinturones a la altura del
ombligo. Bueno, a fin de cuentas, pintas de fan de Dire Straits. También se
empiezan a dejar ver algunas crestas, cadenas y botas altas. Los Marañones
suenan impresionantes técnicamente. Manejan a la perfección esa fórmula de rock
clásico con melodías pop a lo Kinks. Rocío dice que se aburre un poco. Estoy a
punto de darle la razón, pero entonces Miguel Bañón se marca un duelo de
guitarra con Oscar Campoy, el organista, y me dan ganas de subir al escenario a
abrazarles y darles un beso en la frente. Miro a mis colegas y asiento. Lo
están flipando. Van cayendo temas como Mi amor
es para Lucy, Shangri-La o El
hombre del melón. Julio aparece con un vaso de birra y me lo pasa. Bebo y noto algo
totalmente anómalo en el sabor. Por un momento pienso que se trata de algún
estimulante químico. Vuelvo a beber y entonces caigo en la cuenta: es cerveza
con whiskey. Una mezcla que es un insulto para las dos bebidas. Pero, joder,
cómo te empuja esa mierda. Miguel Bañón vuelve a follarse a su guitarra y esta
vez me dan ganas de subirme al escenario, bajarle los pantalones y meterme su
polla en la boca. La suya y la de su organista. Muevo la cabeza y los hombros,
caigo sobre mis rodillas y hago movimientos que supongo que estarán pasados de moda.
Terminan y me hacen sentir ridículo por tener una guitarra eléctrica en casa.
Llega el turno de Ilegales. A estas alturas, el recinto ya está
lleno. La cola para mear es ridículamente larga y los seguratas han
empezado a hacer la vista gorda con los que estamos meando en los setos. Nos
colocamos delante del escenario y los vemos salir. Aparecen primero Alejandro
Belaustegui y Willy Vijande. Willy fue bajista de la formación durante los
ochenta y ha vuelto para ocupar el hueco que ha dejado Alejandro Blanco al
morir. Es irónico que fuese el miembro más joven y más sano de Ilegales. Ahora
en su lugar, calvo y gordo, está el bajista que vivió junto a Jorge la época
más destroyer del grupo para volver a interpretar himnos a la autodestrucción y
toda clase de letras excesivas. La muerte tiene un sentido del humor bastante
hijo de puta. ¿La muerte o la vida? Da igual. Sale Jorge, mete el primer
guitarrazo levanta el brazo y pone esa expresión en la cara. Esa de boxeador
que acaba de noquear a su adversario. Como haciéndose una ovación a sí mismo.
Empiezan con Los chicos desconfían y Voy al
Bar. El sonido se asienta y la gente está ya completamente entregada. En Suena
en los clubs un blues secreto, Jorge le mete zarpazos a la
guitarra y cuando suelta eso de “deja de joder la música a los negros” y me lo
imagino en un camerino, reventándoles la guitarra en la espalda a Jack White,
John Frusciante y Dan Auerbach.
Introducir a Mike Vergara como organista y guitarra de apoyo en la gira ha sido
un acierto. Cuando tocan Chicos
pálidos para la máquina, el riff de guitarra y órgano hace que casi le
clave los piños en la nuca a los que tengo delante. No paran de tocar clásicos.
Hay pocos temas suyos que no lo sean. Canciones como Yo soy
quien espía los juegos de los niños o Europa
ha muerto tienen incluso más vigencia y razón de ser ahora que en los ochenta.
A mí al menos me parece que el Estado es más fascista y la gente más idiota. La
rabia en la voz de Jorge está intacta. Cuando hace solos lía una tormenta de
armónicos. Sus sienes están hinchadas. Tiene esa pose auténtica de tipo duro y
calvo. Pero no como Bruce Willis. Más bien como Mike de Breaking Bad, pero más
impredecible y con más sentido del humor. Esta banda siempre ha ido sobre él.
Sobre Jorge y la gente que ha sido capaz de seguirle el ritmo. Es una fuerza de
la naturaleza. Es un vampiro porque se niega a envejecer. Cuando suelta lo de
“Saber vivir es ir hacia la muerte alegre y despreocupado como si fueses a la
muerte de otro” me hace sentir una mierda seca por lo neurótico que me he
puesto con lo de los antibióticos. En Tiempos
nuevos, tiempos salvajes pienso en lo que molaría que apareciese el
Cantona entre el público perseguido por dos seguratas. El concierto termina
con Hombre Solitario y Destruye. Se me hace un poco
raro escuchar a los fans de Dire Straits corear el “Destruye, destruye”. Pero
entonces un grupo de punks veteranos forman una olla a mi alrededor y me hacen
tomar conciencia de que quizás soy un poco niñato para ponerme a hacer juicios
de valor. Yo aún tengo pelo. Salimos del recinto y nos encontramos al Cantona.
Dice algo acerca de que no pueden taparle los ojos y se pone a romper con la
nariz trozos de una tira policial de plástico amarillo. Le deseamos suerte y
volvemos a Torre Pacheco. Me pongo la alarma para no olvidar tomarme el
antibiótico por la mañana.