Artículo escrito por Manuel Romero
¿No resulta raro eso que sentimos por dentro cuando un gran artista que nos ha marcado la vida se muere? Es como si, no sé, como si en el fondo esperáramos poder conocerlo, tomarnos algo con él y que nos hiciera alguna revelación trascendente, o simplemente verlo en directo algún día. Yo desde luego me he sentido así al desaparecer Prince, y eso que en mi vida no habré escuchado más de diez o quince álbumes de los más de treinta que publicó en sus muy intensos 57 años de existencia. Los motivos de esa extraña emoción, mezcla de rabia, tristeza y melancolía se fundamentan en la música, pero también en una serie de elementos simbólicos, estéticos, filosóficos, económicos y de diversa índole.
Siendo muy conscientes de la indiferencia a la que la cultura española ha sumido a «the purple one» en los últimos veinte años y de que en Murcia todo el tema de lo negro sigue siendo un culto bajo tierra, creo que citar elementos positivos del paso de His Royal Badness por nuestro planeta es una apreciación apetecible.
- La capacidad de síntesis musical: Prince era el último artista vivo cuya música estaba influida por lo que ocurre, lo ocurrido y lo que ocurrirá, y así seguía siendo en sus últimos trabajos aunque fueran excelentes y no geniales. Él inspiró una “asexualidad musical” en base a esa multiplicidad de géneros y momentos del tiempo que, aún ceñida al funk, era un género en sí misma.
- Lo que representaba: Prince era una figura que su mera existencia y consciencia de que estaba trabajando te hacían mantenerte arriba. Una persona con ese torrente creativo y de autenticidad era una responsabilidad para con todos los implicados en lo negro. Y lo hacía en gran medida con su forma de vestir y sentido de la estética, arriesgando el culo mucho más que nadie.
- Responsabilidad directa: Prince es responsable de todos los negros que han tocado la guitarra tras él. Todos. También marcó caminos a la hora de programar cajas de ritmos y de convertirlas en instrumentos dignos, lo cual nos lleva al siguiente punto…
- Fue el gran puente de entre lo viejo y lo nuevo: Entre 1975 y 1985 se introdujeron y popularizaron los sintetizadores y cajas de ritmos hasta trastocar toda la estructura de la industria musical. También es la década de auge y apogeo de Prince, y no es casual. Muchos artistas previos al 75 no supieron coger el ritmo de los nuevos tiempos y dieron mucha vergüenza ajena en los 80. Otros lo pudieron hacer con dignidad, y en parte fue gracias a la grácil manera con la que Prince reconvirtió las texturas funk y disco para aplicarlas a la sensibilidad pop.
- Mediocre pero bueno, bueno pero mediocre: Su enorme capacidad creativa ha sido muchas veces un blanco fácil para criticarle, pero esa sensación de simplicidad y repetición es una clave para entender la música negra en diferencia de la blanca. La tradición afro, como ha demostrado principalmente el jazz, tiende a la búsqueda en bucle de la respuesta. Prince aplica esa noción a los géneros en boga que le toca en su época, recogiendo el testigos de James, George y Sly (todos flojos durante la subida «púrpura») y manteniendo ese espíritu hasta que los mencionados volvieron a estar en forma.
- Fe: Él creía en sí mismo y en la necesidad de ser fiel al propio latido, seguir a donde vaya con todas las consecuencias. Controlaba todos los procesos creativos imaginables para conseguir ejecutar su visión y jamás sintió miedo a desafiar lo establecido. Fue un ejemplo de ellos toda su vida.
Muchas más razones caprichosas y subjetivas podría dar, y serían ciertas, pero es que es sencillamente difícil de asimilar tal pérdida, tal figura avanzada y contraproducente que, como Sun Ra o Miles Davis, vivió para dar al mundo su interminable regalo. Para concluir, una celebración de su música mezclada por el abajo firmante.
Gracias, Prince.