Estopa en El Cuartel de Artillería: «la finalísima y los himnos generacionales»

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Aquí me hallo escribiendo una crónica de Estopa. El crack del Arnedo quiere un texto “no al uso, algo bueno”. Miedo me da. El Santicos se ríe de mí por querer ir a ver a los hermanos Muñoz en directo. «Si son los Strokes de la península» le espeto. Se indigna. Habría que haberlos visto a los dos en el Cuartel de Artillería el pasado sábado 28 por la tarde con un mini fresco en la mano.

E iniciando con la típica frase, de una típica crónica, mal empezamos… El concierto de Estopa venía marcado en rojo en el calendario -usual frase de comienzo de crónica- del grupo de colegas. El típico grupo de colegas con el que te juntas a cantar canciones de Estopa con algún vaso de plástico y garrafón en algún sitio que es una ratonera y para ver los partidos de tu equipo favorito. Por otra parte, desde que nuestro equipo favorito se clasificó para la final de ese trofeo que tanto engatusa a las neuronas, ese mismo sábado 28 de mayo de 2016 tuve claro que sería muy especial. Por partida doble. De entrada no esperaba que nos acreditaran ni a mí ni al Montana, así que no planeé nada hasta el mismo día. Por otra parte puede que a vosotros no os guste esta tradición porque no le conocéis, pero se está convirtiendo en sana costumbre esto de nombrar al Montana en las crónicas que hago. Y eso que en esta ocasión no vimos nada del bolo juntos, pues en cuanto vimos los penaltis, le dejé irse al foso y yo me fui con mis amigos.

Pero mucho antes de esa despedida, a las 8, llegó un servidor al barrio del Carmen y me recibió una tremendísima cola de esas de doble dirección, de las que se ven en la tele alrededor de los estadios para sacar entradas. Pregunto que si puedo entrar. Los de prensa entrarán cuando vaya a empezar el concierto, «no podéis ver el partido en las pantallas que tenemos dentro», contestan. Ya empezamos con que si la abuela fuma. Me voy a los tres bares que veo a preguntar si van a dar el partido. Menuda obviedad. A algún camarero le falta morderme la oreja. Pues claro que van a dar el partido, Mario, qué cosas tienes. Y además van a hacer la mejor caja del mes, que pareces corto. Me siento en una especie de anfiteatro. Hay 3 yonkis, 4 niños haciendo volteretas y revolcándose en un suelo sucísimo, y 4 negracos muy altos, muy fuertes y muy serios; parecen el banquillo de los Lakers. Me pienso dos veces el ir a preguntarles que de que hablan. Se van antes de atreverme. Los aledaños del cuartel son un hervidero. Dentro de los bares las cañas son mitad espuma mitad cerveza caliente. Los bocadillos de 10 cm valen 3 eurazos. ¿Veis lo que os decía? Aun así no cabe un alfiler. Pero progresivamente la gente se va adentro del cuartel. Montana llega con su sonrisilla culé en ristre y diciéndome: «Vais a perder, vais a perder». Esta frase la repetiría unas 800 veces a lo largo del rato que estuvimos juntos. Yo lo estoy pasando muy mal. Le doy puntapiés a la pared y golpeo el poyete con el puño. Qué agonía copón.

Vemos la prórroga dentro del recinto. Ya me empieza a dar un poco igual el resultado. 90 minutos de mascullar y resoplar son suficientes. Ya están los fascistas, vuelve a decir Montana. Le explico que el Madrid es el equipo que más títulos ganó en la República y que diez años después de llegar Paquito, el equipo con la banda lila en el pecho no ganó ni un título importante. Entre el 39 y el 53 el Madrid solo consigue dos copas de España y dos subcampeonatos de Liga. «Menuda final me estás dando Diego, hijico», le digo por enésima vez. Como os he contado, en los penaltis me voy a buscar a los colegas con los que quedé a las 8 de la tarde. Ya sabéis cómo acaba todo. Juanfran, el galgo de Crevillent, tira al palo y Penaldo marca el decisivo. En lugar de gritar, me pongo la mano en la cara de la incredulidad. Menuda Champions de chichinabo, pero que nos quiten lo bailao. No vemos ni la celebración. Ya está bien. Las luces se apagan y empieza el bolo con una lavadora presidiendo el escenario. La gente está entregadísima y se saben de memoria todas las letras. Locura. Los hermanos Muñoz son unos jovenocuñados. Cuentan paridas y se ríen entre ellos con chistes malos: “seamos francos, bueno, mejor seamos realistas, porque ser franco en un cuartel de artillería no es buena cosa…”.

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Con Estopa ocurre esta cosa tan bonita, humana y tan natural de la dicotomía y de los sentimientos encontrados. Por ejemplo, que te guste el motor  y ser ecologista, o que te guste el Madrid y ser republicano. Todos hemos tenido 9 años. ¡Qué puñetera época! Estopa te recuerda cuando te gustaba el primer disco de la Oreja de Van Gogh, la discografía del Mago de Oz e incluso alguna canción de Avril Lavigne o de Bebe –suspiro de resignación profundo–. A mi favor diré que todo esto lo combinaba con discos de Bob Marley, Louis Armstrong, Eminem, US3, Ska-P, Siniestro Total, M-clan, Mala Rodríguez, Mano Negra y otros más. Era la época en la que las fatídicas ecuaciones empezarían a torturarte, así como el tortuoso análisis morfológico de sustantivos y adjetivos empezaría a fastidiarte. Era la época que lo único que te interesaba era vivir aventuras. Te pasabas el día pensando en cómo remodelarías la cabaña que acababais de esconder los chavales detrás de la «acequia pulgosa», que era la particular avenida de nuestra infancia, en trepar a la higuera para conseguir esas hojas de morera para los gusanos de seda gordos y moribundos… Era el año 2001 y no habíamos empezado aun a darle duro al jodido emule. Tu mejor aliado era el maravilloso nero burning. Te sacabas un montón de cómics de la biblioteca, algún libro de la serie Pesadillas, alguno de Enid Blyton. Y discos. Muchos discos. Para luego grabártelos. Y de fondo sonaba Estopa. Creo que llegué a tener que regrabar el primer disco de los catalanes al rayar el primer cd pirata. Esta música te recuerda a esos puñeteros viajes en familia. Como convencer al padre de que después de las épicas cantatas de Bach pusiera “Tu Calorro” de Estopa. En la tele veías la primera edición de OT y de GH. A la vez que disfrutabas con la nueva de Star Wars, con los Hermanos Marx y con Les Luthiers. Y de fondo sonaba Estopa. Cuando 16 años después, quedamos los colegas, y no sabemos que canción poner, ponemos Estopa. Una vez que he acabado con este cúmulo de recuerdos y de emociones alrededor de Estopa…

La cosa es que fue un concierto distinto a muchos de los que he visto. Había gente de mi edad, y de cerca de mi edad. Ni muchos mayores ni chavalines abundaban, aunque se podía ver absolutamente de todo. Pero también había más chicas dentro de que en todos lados la proporción tiende al 50/50. Normalmente, en los conciertos predomina el género masculino. Y que no tenía mucha gente alta delante. El escenario, en forma semicurva de diaporama, tenía una tremenda concatenación de pantallas de led. Creando la sensación de tener ante nosotros un simulador de fórmula 1. Cuando hablas con gente que les ha visto 7 veces te explican que este escenario es de los más normalitos, que otras veces las pantallas son mucho mayores y que tienen mucho más despliegue escenográfico, con figuras y decorados grandes.

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Las canciones de Estopa son lo que son. Himnos para un par de generaciones o tres. Flamenco para la masa del siglo 21. Dos acordes y a campeonar. Los 8 músicos acompañantes son muy buenos, pero tampoco es que sea una música muy propicia al virtuosismo. Las del primer disco, insisto, me ponen la piel de gallina. No se cómo explicar ni quiero justificarlo. Los hermanos cantan a la vez. Achinan lo ojos y ponen esa “carusa” de dolor, en este caso pasión, de cuando te das con el dedo pequeño del pie con alguna esquina. Cantan flojito. La maraña de móviles y palos selfies es un bosque. La gente no sabe dar palmas. El escenario está calculado. Desmontan la lavadora. Hacen 4 en acústico. Un show magnífico. Imposible no disfrutarlo. Ponen un vídeo de extraterrestres estilo Adult Swing cañí. Los medios tiempos son horteras. Las rumberas infalibles. Con las nuevas ni fu ni fa, aunque hay alguna que me gusta como una rockera de los bises y otras de las nuevas que me parecen insoportablemente vulgares. El espectáculo de luces bueno. El sonido extraño. Muy flojito. No sé si porque se retiraban el micro al cantar, porque eran 8 músicos, o porque el personal se desgañitaba y no les dejaba oírse. Pero dio el pego, sin ser bueno.

El caso es que sin querer he vuelto a hacer una “crónica al uso”, pero le echaré las culpas a la finalísima. Los malos ratos que pasa uno, hay que ver. Y los buenos tío, y los buenos, que no se te olviden.

P.D.: Espero que disfrutéis con los fotones del crack de Montana, al que solo le dejaron hacer su trabajo las dos primeras canciones como siempre. Porque menuda brasa os acabo de dar. Para que luego el Santicos me diga follaorejas y el Arnedo me pida crónicas de 500 palabras. Mis disculpas y mis dies para ustedes.

Fotografías de Diego Montana

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