«Las cosas están cambiando, ¿no?». Así presentaron los Stones sus credenciales para el cambio en Cuba: parafraseo al gran Bob Dylan y ya de paso identificándose ellos mismos (o el propio Jagger en exclusiva, a saber) con el cambio, lamentable palabra de moda en el último año, que a fin de cuentas entraña un vacío por principio; ya se sabe, mencionar el cambio queda estupendamente como herramienta publicitaria, pero se muestra inútil en cualquier otro campo. Animo, pues, a quien esto lea, a tirar de memoria o bien acudir a las fuentes, para constatar el tremendo éxito del concierto; no necesariamente por el número de espectadores –que también– sino por la anunciada posteridad a la que han entrado los Stones visitando Cuba: «concierto histórico», «los Stones hacen historia en La Habana», «el deshielo se llama Rolling Stones» y demás lindezas, se mire al medio que se mire, por más reparos ideológicos que pueda presentar respecto a la situación política en Cuba.
Resulta, por tanto, que al final se trataba de eso: cuando ya se tiene una fama considerable –además de bien merecida, por cierto– y una vez instalado en la cresta de la ola comercial que no se detiene, la máquina comercial en que se torna la banda de marras necesita conquistar nuevos espacios, a fin de asegurar que la pretendida inmortalidad será ya inequívoca. Todos los medios, claro, se pegarán de codazos para poder informar con total exactitud de los pormenores de la hazaña, excepción hecha de la financiación del asunto, un tanto sospechosa; mejor será obviarla y acudir, como no podía ser de otra manera, a la retahíla de lugares comunes en cuanto a titulares y al texto, de contenido raquítico pero, ay, que no quepa duda, del entusiasmo popular que recoge. Más tarde –apenas una hora cuando no un día– se requerirá al grupo de intelectuales que opinen al respecto, en aras del regodeo general, para acto seguido levantar acta y pasar a otro asunto, no vaya a ocurrir que lo que se vendía como conquista heroica unos días después pueda ser matizada o rebajada y, llegado el caso, refutada.
Es la obsesión general de inaugurar el mundo, una voluntad férrea y colectiva que, desde todos los ámbitos, actúa y deforma la realidad a fin de convertir la vida que uno vive en única, perfecta y adornada con los broches que otorga el capricho de la Historia. Como si fuéramos todos el pequeño Pulgarcito, conforme avanzamos en la línea del tiempo, y a fuer de dar un sentido a la existencia, se van dejando garbanzos en el camino que impidan el vértigo de la desmemoria, pero con la particularidad de que no se sabe tanto si vamos recordando lo que vivimos o por el contrario recordamos lo que vamos anotando en base a lo que nos dicen que ocurre. Es todavía más extraño que esto ocurra en los tiempos del Fin de la Historia, la tan abrazada por tantos doctrina de Fukuyama, que en resumidas cuentas viene a decir que el mundo ha concluido con la, por así decir, meta de la democracia liberal; no esperen, pues, más cambios, es esta la que encarna la perfección, la que más y mejor ha sabido proveer satisfacciones a los individuos, y la que mejor lo hará. Esta jactanciosidad con la que Fukuyama –y tantos abrazadores– proclaman sus postulados es realmente incómoda, pues, si se había llegado a la meta ideal en la que lo histórico pasa a un segundo plano, o a ningún plano en absoluto, ¿a qué tanta obsesión con apropiarse los sucesos –en este caso el cambio– históricos?
Pero, como decía antes, más tarde pueden aparecer noticias –imposibles de ocultar– que pueden reducir la tajante y elevada noticia de la conquista histórica, como es el caso de que el Partido Comunista Cubano, en su Congreso celebrado escasas fechas después del concierto de los Stones, rechazara de plano cualquier reforma democrática en el funcionamiento del país: si bien alguna reforma aperturista “estilo China” sí habría –como ya viene habiendo en los últimos años–, el tronco del sistema seguiría su habitual funcionamiento monolítico. Por supuesto que se podrá argüir que el acto de partido no es más que contrapropaganda tras el celebérrimo concierto. Pero bien es sabido que cuando Jagger hablaba del cambio, no se estaba refiriendo a las reformas de mercado, sino a la apertura democrática del país; es decir, que Cuba se sumara al exitoso Fin de la Historia. Lo cual no deja de ser un siniestro brindis al sol.