Molotov en Garaje Beat Club: «Una botella de cristal, gasolina y una mecha»

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La crónica. Todo por la crónica. Me estoy diciendo esto a mí mismo mientras escupo sangre al suelo de la Garaje. Mi colega Chemi ha hecho que me reviente la lengua con los dientes a la mitad del primer tema de los Molotov. Tío, menuda descarga de electricidad. Han empezado con Noko, un pildorazo punky de su tercer disco. Tito juega con el cambio de pastillas de su guitarra con la misma facilidad con la que un perro llega a lamerse la breva. Los bajos de Micky «el Huidos» y de Paco Ayala se suman el uno al otro y consiguen un sonido más gordo que el socavón que deja de recuerdo la extirpación de una fístula perianal. El Gringo Loco le da empaque al conjunto pegándole leñazos con saña a la batería. Creo que nunca llegaré a decidir si me gusta más como cantante o como batería. Lo que sí tengo claro es que siempre ha sido el miembro más carismático del grupo; el mejicano yanki.

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Suena el riff de Amateur. El público está entregadísimo. Han llenado la sala pero no la han convertido en una lata de mejillones. Me toco la lengua, me lleno los dedos de sangre y me pinto dos marcas de guerra en las mejillas. La gente me observa con una mezcla de perplejidad, repulsa y admiración. Le digo a Mario (el redactor de Piso28 que ya se ha convertido en un personaje literario de esta revista) que me eche una foto. Quedará bien en la crónica. Después de disparar Mario me trae un poco de papel para que me limpie la cara. Ha considerado que ya está bien de hacer el payaso.

Cae una canción de Agua Maldita, el último disco. Oleré y Oleré y Oleré el UHU y Santo Niño (que no llegaron a incluirla en el álbum) tienen el alma rapcore de los primeros discos de los mejicanos. El grupo ha ido madurando su sonido hacia un tipo de rock alternativo con un sonido más indie (en el buen sentido). Pero las nuevas canciones suenan en directo con la misma consistencia que sus primeros temas y dan solidez y vigencia al repertorio. No estaríamos tan exaltados teniéndolos delante si sus conciertos solo mereciesen la pena por Gimme tha power y Puto. Mi amigo Chemi se ha sacado la polla por la abertura de la cremallera haciendo un inciso antes de volver a meterse codazos con la peña. Jamás he visto tan poco apego por la integridad de un miembro viril.

molotov-garaje-beat-clubNo dan cuartel. Filosofía ramoniana. Los tíos están cerca de la cincuentena y enganchan las canciones con la misma energía que le pondría un grupo de zagales quinceañeros que acaban de descubrir que se puede hacer música con rabia y cuatro quintas. En Lagunas Metales sueltan eso de «No creo en santería y nunca ví la Brujería/ Y no pudimos ir a lo de Charly García , «Cuando tocaba Manu/ Dijo Chao y me fuí//y el Café Tacvba no me deja dormir», «Yo no comer animales de Mar/ Y no conocer a Andrés Calamar«, y la mejor: » «Ni al Mägo de Oz/ Pensé que eran puro cuento/ Iba a ver a Los Toreros/ Pero que ya estaban muertos». Es cierto que siempre ha habido que echarles de comer aparte. No se puede decir que hayan formado parte de ninguna escena. Cogieron un estilo tan eminentemente yanki como el rapcore y lo latinizaron. Tres mejicanos y un gringo con más acento que ellos. Dos bajos, una guitarra, una batería y cuatro voces. Un ejemplo de grupo donde el talento está completamente  repartido.

Chemi sigue con .la churra fuera. A mí ha dejado de sangrarme la lengua. Pienso en pillarme un mini de cerveza, pero decido que un chupito de whisky es más convenientemente antiséptico en este caso; además de económico y transportable. Apuro el trago mientras la banda se intercambia los instrumentos para tocar la trilogía reivindicativa: Gimme tha power, Frijolero y Hit me. Tres canciones orgullosamente rabiosas sobre la problemática política de Méjico y el prepotente racismo de EE.UU. Randy agarra la guitarra y el resto de músicos se intercambian el sillín de la batería. Me sobreviene una imagen mental en la que Donald Trump está colgado en bolas como una piñata con la palabra «pendejo» grabada a navajazos en el estómago mientras  cuatro niños chicanos le molotov-garaje-beat-club-2016-murcia-conciertogolpean con palos de madera. Me relamo. Chemi se acerca y me dice que se estaba camelando a una tía pero que se ha acercado un tío y le ha dicho: «¿Por qué no dejas a mi amiga ver en paz el concierto?». Supongo que en ese momento ya tendría la polla dentro de los calzoncillos. Pienso en lo jodidamente divertido que hubiese sido que no.

A estas alturas la sala es un hervidero. Están tocando su versión cumbia de I turned into a martian de los Misfits. Bailo como supongo que bailará el camello de Albert Rivera mientras se mete un lizajo en los aseos portátiles de un mitín del PP mientras suena su himno merengue. A la  mitad la transforman en la instrumental de la canción original y bailo como supongo que se bailaba cuando los Misfits merecían la pena. Tocan una canción que dicen que nos va a fascinar. La verga me suena a Black Sabbath. Bueno, me recuerda a Black Sabbath. Justo después tocan Perra Arrabalera. No suena a Black Sabbath pero el riff da ganas de reventarse los dientes contra un bordillo. Queremos Pastel y Dance and dense denso suenan a los Fugazi haciendo que adolescentes rapados se revienten las narices pegándose cabezazos.

En los bises el Gringo Loco y un roadie de la banda ejercen de front mans sin instrumento en un temazo del ¿Dónde jugarán las niñas?. Molotov Cocktail Party suena a cuando los Beastie Boys ejercían de banda de punk. Mi colega Sebas me dice que Randy «Gringo Loco» debería dejar a alguien en la batería y dedicarse a estar en al frente del escenario. Matate TT y Puto funcionan como clasicazos catárticos de bis. Para Rastamandita se suben al escenario unas veinte mujeres con una bandera de Méjico y comienzan a bailar. He decidio perdonarles para siempre las tres veces que pensaba que iba a verlos y me destrozaron el corazón. Después de algo más de dos horas el concierto termina como ha empezado: siendo una fiesta. Los hijos de puta han hecho honor a su nombre y han sido inciendarios.

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Fotografías de Diego Montana

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