La Patrulla Espacial: canciones para cuando todo te da vueltas

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Piloto automático. Vuelvo porque he vuelto otras veces. Sin pensar, porque es mejor. Porque, si pienso, igual no vuelvo. Piloto automático. Como las palomas mensajeras. La cabeza me da vueltas. Noto que las suelas de mis zapatillas están pegajosas. La culpa la tiene esa mezcla de mugre y alcohol y dignidad que tapiza los suelos de los bares de Murcia. La culpa. Lo digo en voz alta: La cuuuulpa…Me río. Se me escapa esa risa que se me escapa cuando digo que nada tiene ningún puto sentido y que todo es absurdo y caótico y que no puede ser de otra manera. Un tío acaba de soltarme: Me quedo atrás, sin dirección y sin futuro. Enlazo los dedos y estiro los brazos hacia atrás y me crujen dos millones de huesos. A veces, Murcia me pesa demasiado.

El tío dice: No me importan tus recetas para ser. Se llama Tomás Vilche. Hace ocho años fundó una banda, La Patrulla Espacial. ¿Sus compañeros? Colegas de la Universidad. Tomás Vilche nació en Comodoro Rivadavia y a los 18 se piró a La Plata. A estudiar música. Allí conoció a Tulio Simeoni, Werner Schneider y Lucas Borthiry. Y formaron la banda. Dos años después, un tipo de Clarín les preguntó si les gustaba la música clásica. Vilche dijo que sí, que le molaba el impresionismo. Entonces Schneider dijo esto:

«Vos dirás: ‘Estudian en la universidad y les gusta el puto impresionismo francés y amanerado, pero hacen rock pesado como AC/DC o Fleetwood Mac. ¿Qué pasa? ¿Por qué no hacemos una música más fina si nos gusta escuchar violines?»

El tipo de Clarín dijo: «¿Por qué no?»

Schneider respondió esto:

«Por el momento tenemos amplificadores chicos y baratos. Además, no vamos a tocar Erik Satie a las 4 de la mañana. No da. Es cuando están todos nuestros amigos y a ellos les gusta el rock».

Hace mucho tiempo que fueron las 4 de la mañana. La Plaza de Santo Domingo está vacía. Si alguien colocara una cámara en una rama del árbol gigante, podría grabar un corto sobre mis amigos y yo. Sobre cómo cruzamos la plaza a principios de semana peinados y duchados y con ropa limpia y una carpeta llena de currículums y cómo la atravesamos a finales de semana sucios y pestosos y borrachos y apaleados y empachados de puta realidad.

Tomás Vilche canta: Hay mucha gente que se siente sola/ Hay mucha gente que se cree especial/ A mí todo me parece mentira. Subo el volumen  y canto y muevo los brazos. Estoy cerca de casa.

La canción se llama Días futuros. Abre el segundo largo –homónimo– de La Patrulla Espacial. Antes editaron el EP Boogie en la luna (2008, Discos de la Flor Solar) y Todos los ocasos (2009, Discos de la Flor Solar/Mandarinas Records). Fueron una de las puntas de lanza del rock argentino post Cromañón. Y no se parecían a nadie. No encajaban ni en el sonido escuela Matador de La Plata ni en los devaneos psicodélico-folklóricos de Maxi Prietto. La Patrulla Espacial mezcla a Pappo’s Blues y La Pesada del Rock and Roll con los Stones, Cream y The Jimi Hendrix Experience. Y quizá algo de Blue Cheer y stoner. Mezclan lo que mezcla cualquier banda que dice que hace rock. La diferencia entre La Patrulla Espacial –entre estos tres discos de La Patrulla Espacial– y el resto es que estos patagónicos convierten la emoción en canciones, y no al revés. Quiero decir: llegan a la psicodelia a través de…Quiero decir…¿qué coño? Escucha esto. Ahora lo entiendes, ¿no? Esa guitarra que aparece hacia la mitad de la canción. Joder. Estos tipos no dijeron: ¡hey, sonemos psicodélicos! Se sentían perdidos y se hincharon a porros y surgió esta canción y entonces tuvo sentido sonar así de lejano. Digo yo: al menos, suena a eso. Es como esa escena de Menos que cero en la que Blair le pregunta a Clay si alguna vez le importó y él contesta que no. Dice: «No quiero que me importe nada. Si me importan las cosas es peor. Se convierten en una cosa más de las que me molestan. Es menos doloroso si no te importa nada».

La psicodelia como narcótico. Como nihilismo. Más o menos. La psicodelia como una forma de traducir una emoción, no como voluntad de abrazar una corriente estilística. Por eso suena auténtico. Por eso mola un capazo.

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Además de confusión, en La Patrulla Espacial hay mucha rabia. Y desencanto. Carretera perdida va de eso. De ciudades que se tragan a personas –acojonante ese Y, de a poco, la brisa va ocupando tu lugar- y cuentos chinos que ya nadie se cree y noches que se lo tragan todo. Desorden también va por ahí. A mí me arden las orejas cada vez que escucho a Vilche repetir Y cómo quema este calor. Ciudades que pesan demasiado. Hastío.

Una de las cosas que me fipan de esta banda es que suena a nuevo. Sus cánones son clásicos –diálogos de guitarra, riffs afilados, esa estructura setentera que mezclaba con bancales de talento blues, rock y psicodelia– pero no caen en ningún tópico. Y eso es MUY jodido en un país que inventó el término rolinga. Después de La Patrulla Espacial (2011, Mandarinas Records/Sadness Discos), Tomás Vilche se piró. Nunca se supo del todo qué pasó. Él dijo que el resto de miembros le vampirizó. Ahora lidera Los Bluyines, que molan-pero-no-tanto. Los patrulleros restantes editaron tres singles previsibles, tópicos y aburridos. Casi irritantes.

Así que llego a casa.

Contra todo pronóstico, encajo la llave en la cerradura. A la primera. La cabeza me da vueltas. Demasiadas vueltas. Me siento en el sofá. Vilche canta: Quisiera poder volver a ver/ La luz/ Que extingue el vacío. Me acuerdo de cuando escuchaba esta canción siempre que volvía a casa en otra ciudad. Cuando la suela de mis zapatillas estaba pegajosa por la mugre y el alcohol y la dignidad derramada en otros bares. Y recuerdo que la cabeza me solía dar vueltas. Y me asaltaba una lucidez extraña y me cagaba en los muertos de esa ciudad por no haber conseguido hacerla mía. Vilche sigue: Gotas que inundan el mar /Y se enredan en las olas /Atraviesan el cielo /Que quema y muere. Que quema y muere. Entonces vuelvo a sentir esa lucidez extraña y recuerdo por qué Murcia me suena a esto. Respiro hondo. Me quito las zapatillas. Los auriculares. Apoyo la cabeza en el brazo del sofá. Intento dormir. Todo sigue dando vueltas.

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