Envidia Kotxina se despide, pero no muere

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Dicen que a los 15 años, en plena edad efervescente, todo pus e inocencia pura, la música que escuchamos es la que de alguna manera va a marcar nuestra personalidad y, del mismo modo, el camino que unos años más tarde vamos a seguir. Es la que nos moldea a su imagen y semejanza, creando ejércitos enteros a su entera y total disposición. Mi camino aquella tarde me llevaba a Mariano Rojas -al Garaje Beat Club, más concretamente- y, si aquella horda de sardineros satánicos y borrachos no lo impedía, esa noche disfrutaría del final, el triste -pero esperado- final después de 20 años, siete discos (los tres primeros convertidos ya en himnos totales) y varias fracturas por pogos, de Envidia Kotxina; una de las bandas que de un modo u otro habían marcado mi  efervescente adolescencia.

A las diez de la noche, armados con nuestros reglamentarios litros, acampamos en la puerta del Garaje sin miedo a que el concierto comenzara y nos pillara allí en pleno debate punkolítico. Mítico es ya el retraso que la sala ofrece a sus clientes antes de cada actuación. ¿Es correcto culpar a la sala por esto? Lo dudo. A los asistentes no parecía importarle. Es más, parecía que les gusta y hasta contaran ya con ello cada vez que hay un concierto en la sala. Tradición murciana.

Mientras la cerveza preparaba nuestros Kuerpos sanos, Mentes enfermas para el concierto y los punkis iban llegando a la sala con cuentagotas; dentro, las bandas murcianas Atxo y A Remojo! intentaban convencer a los asistentes de que, con la despedida de Envidia Kotxina, no todo estaba perdido y que aún quedaba esperanza en las nuevas generaciones del punk rock nacional. ¿Lo consiguieron? Atxo, con su repertorio mezcla de versiones clásicas y temas originales de la banda, pareció no convencer a muchos. También es verdad que aún era muy temprano y la gente prefería quedarse fuera bebiendo que entrar a escuchar a los teloneros. Aunque unos pocos, tal vez ya bajo los efectos de la cerveza desde bien temprano, parecían disfrutar los temas como si fueran los propios músicos sobre el escenario. Con un sonido bueno y limpio, aún es pronto para predecir el futuro que le espera a la banda. A Remojo!, con su punk-ska verbenero y un par de globos gigantes lanzados al público, pareció convencer a más gente que sus paisanos, quizás por el ritmo fiestero de sus canciones o por las letras originales de la banda; pero ¡ojo!, las bandas con trompetas son peligrosas y más si de un grupo punk se trata. A mí no me terminó de gustar el verbeneo machacón de A remojo! Quizás no iba aún lo suficientemente borracha como para disfrutar de la “profundidad” de sus letras. Lo que estaba claro es que ambas bandas, sin llegar a ser malas, aún tenían mucho camino que recorrer para alcanzar a lo que a continuación íbamos a disfrutar.

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Ya era la una y, mientras esperábamos dentro de la sala a que Envidia Kotxina saliera al escenario, aproveché para hacer eso que tanto me gusta: analizar todo y todos cuantos me rodean (podemos decir que es una manía fea pero tengo la excusa de llamarme periodista). Había bastantes jóvenes adolescentes sonrosados con las camisetas del grupo; varios punkis de carnet con el uniforme reglamentario (cresta incluida) y, sobre todo, gente normal. Mucha gente normal. Veinteañeros y treinteañeros sin ninguna pinta aparente de pertenecer a ninguna tribu social ni de ser los habituales asistentes a un concierto de rock. Aquello me sorprendía, me intrigaba y me divertía a la vez. Iba a ser fantástico ver la transformación de aquellas personas respetables en auténticas máquinas desfasadas de demolición bajo los focos del escenario volviendo a tener 15 años, y aún más divertido iba a ser observar cómo las nuevas generaciones colocadas estratégica e ignorantemente en primera fila salían huyendo despavoridas al terminar el pogo del segundo tema. No me iba a equivocar en nada.

A la una y diez por fin se elevó la pantalla que escondía a los integrantes del grupo sobre el escenario y comenzaron los acordes de los primeros temas. Ahí estaban Envidia Kotxina. Más viejos que nunca, pero, a la vez, mejores que nunca. Pantalones pitillo de colores, camisetas negras y rock. Comenzaban el concierto con las canciones más nuevas de sus últimos discos. Bastantes caras de desconcierto al no conocer las letras pero eso no impedía que los cuerpos chocaran unos con otros al ritmo de la música.

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Esta incertidumbre duró poco, porque, tras cuatro canciones, el grupo se lanzó con sus temas más clásicos, tocando casi en su totalidad el primer disco de la banda (Kampos de Exterminio, 1998): A falta de paz buenas son hostias, Estado Polizial, Se venden Guerras, Historias en blanco y negro, Ay-untamiento o Alimañas hicieron que los asistentes, servidora incluida, se volvieran locos. Los cuerpos se movían frenéticamente y la cerveza volaba sobre nuestras cabezas. Ya no quedaba ni rastro de los jóvenes efervescentes de las primeras filas. Poco a poco habían huido hasta los laterales de la sala buscando un poco de cobijo mientras que los que antes habían pasado disimuladamente por “personas normales” bailaban y reían como cuando tenían 15 años y la inocencia aún brillaba en sus ojos volviéndolos a ellos ahora los adolescentes. Los madrileños incluso tocaron El apóstol perdido, tema que muy pocas veces hemos tenido la suerte de escuchar en directo. Sobre el escenario Angel, Ziku, David y Hugo no daban ni un respiro a los cuerpos en trance que allí se habían juntado esa noche para despedirles. Era un concierto de despedida, se notaba, pero ni mucho menos era una despedida amarga, al contrario, era una despedida feliz, de esas que parecen decirte que no es un final absoluto sino un hasta luego.

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Tras dos horas de concierto que fue in crescendo desde el minuto uno, ningún descanso de por medio, mucha cerveza (mucha) e innumerables moratones que contabilizaría a la mañana siguiente junto con una nueva resaca, tristemente comenzaron a sonar los acordes de Lady Di, Lady Ño, lo que para pena de muchos indicaba el final del concierto y la triste despedida. Pero no, no era triste para nada. Aquellos cuerpos que antes habían luchado entre bailes y empujones desenfrenados para conquistar el pogo, ahora se abrazaban y levantaban sus brazos juntos para despedir y dar las gracias a aquel grupo tanto les marcó en su juventud.

Con diez copas y el maromo,

y un mercedes a 2000.

Con la viga de aquel puente

te estampastes en París.

 

Ahora que ya ha terminado

ha llegado ya tu fin.

En revistas se han forrado

Lady Di, Lady Di.

 

Lady Di, Lady Di, Lady Di, Lady Di,

somos Envidia Kotxina y nunca vamos a morir.

 
Lo dicho. Por mi parte, poco más que añadir. Larga vida a Envidia Kotxina.

Fotos de Ana Díaz.

1 comentario en “Envidia Kotxina se despide, pero no muere”

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