Escrito a 30 de noviembre de 2016
Si has decidido leerme te confirmo que sí, vas a leer cómo insulto a alguien por su obesidad. El cabrón de Frostino es abusivamente gordo; uno de esos gordos que trabaja por generar su propio campo gravitatorio; uno de esos gordos con voz grave y apagada debido a las grasas que pueblan sus paredes bucales. Es un gordo y ni siquiera me molestaría en decir Frostino de no ser porque ayer Adrián (un ex gordo) me dijo que «gordo» no es un nombre propio. Así pues estamos hablando de una «persona» llamada «Frostino», gorda hasta provocar el vómito. El puto gordo se mueve de forma torpe pero segura, es como un elefante con piernas delgadas y gráciles lo cual lo hace más enfermizo. Viste un negro adelgazante y una boina engordante que hace de su cabeza una nuez. Me gustaría aplastarla, estrujarle la cara hasta sacarle las mantecas por los poros, como se aplasta un palo catalán relleno de crema, pero no puedo, debo mirar al suelo para no enrabietarme. Hoy trabajo para él; yo y un grupo de músicos que, por la energía generada en el auditorio –un silencio quejoso y macilento– preferiría estar en la academia de La Chaqueta Metálica de Kubrick antes que bajo su mando. Este suele ser el problema de algunos gordos, el complejo que les hace vengar su desdicha.
Llevo años siendo vapuleado por ser un tirillas, un plato de olivas, un enclenque, un famélico, un mierdecilla; insultos, gracietas siempre proferidas por gordos. Un gordo como Frostino tiene derecho a mostrarte su asco en público por tu delgadez porque claro, él es un pobre gordo, un enfermo, provocado quizá por el tiroides y no por las grasas trans. ¿Y los delgados? Podría ser bulímico, anoréxico, sufrir trastornos alimenticios, un estómago muy pequeño, un metabolismo de mierda. ¿Nadie piensa en la puta bulimia? Yo quisiera normalizar esto, reclamar mi derecho a decirle gordo a un gordo sin ofensas, pero no es posible, así que lo escupo aquí y suelto la bilis en este momento porque este hombre merece ser reprendido, no por gordo –gordos hay de todos los colores y formas– sino porque faltó –y falta– al respeto a cosas que estimo: el flamenco, la farándula, el espectáculo, y cosas que particularmente me importan: el arte y la guitarra.
Frostino, aunque habla y aparenta ser un buen tío, es en realidad puro ego. Él mismo es el técnico de la compañía (el que se encarga de planificar y diseñar la parte artístico-técnica del espectáculo). Desde que existen tiendas online como Thomann con productos semiprofesionales a precio de usuario, el problema de la proliferación de técnicos no cualificados se ha acentuado (eso sin contar las continuas reducciones que las partidas del Ayuntamiento hace a los auditorios y teatros de la Región de Murcia que les impiden contratar a especialistas). Ambos factores provocan que Frostino –el cual no tiene ni puta idea de sonido– monte en el escenario una mesa digital, sonorice el concierto con una tableta digital, deje a los propios músicos que controlen sus monitores con el móvil (esto provoca pitidos y demás ruidos, el responsable nunca debe ser el músico) y finalmente desde el propio escenario, sin oírse, se sonorice a sí mismo. Frostino, a diferencia del resto de músicos, toca sobre una tarima para él solo que lo eleva a un nivel superior. El concierto de la polla de Frostino transcurre con mediana normalidad. Como lo controla él, nosotros (los técnicos de sonido e iluminación) no podemos hacer nada así que, además de sonar mal, de vez en cuando hay instrumentos que chirrían o no se oyen, como la voz del fantástico cantaor que le canta. Un hombre, un gitano que saca su raza en cada verso y al que con su sonorización está haciendo desagradable escuchar. Lo mismo con una cantante de jazz buenísima, que interpreta Y sin embargo a mitad del concierto. Curiosamente, lo que mejor suena es su guitarra, lo único que no ha sonorizado oyéndose.
Frostino hace una fusión de flamenco y jazz –o eso dice el cartel que seguramente también él habrá diseñado–. En el cartel sale Frostino de joven. Dos mentiras impresas con la misma tinta que nos llevan a tener que tragarnos un concierto lleno de introducciones de guitarra plagadas de picados sin sentido a toda hostia; como el que sale a correr a la panadería para adelgazar. Se tocan un Minor Swing de todo menos flamenco, una trilladísima Alfonsina y el mar en la que el piano se equivoca más que acierta, un Spain, y para qué decir más; los temas únicamente flamencos no están mal y la energía de la bailaora que ha engañado para venir es impresionante. El resto pasa desapercibido no por invalidez, sino porque no hay espíritu de grupo. Parecen actores contratados para reinterpretar Two Girls One Cup. Así que yo me pregunto, ¿quiénes son estos que han venido a verle? Por curiosidad en la apertura de puertas me he fijado en las caras por si viera alguna reconocible. Me entristeció no poder saludar a nadie y me alegró cuando ese señor gritó como alma que lleva el diablo «¡FROSTINOOO, SOMOS TUS SEGUIDORES! ¡¡¡FROSTINO!!!» después de que Frostino se dirigiera al público de la siguiente manera «Estoy muy contento de que ustedes hayan venido, y quiero darle las gracias a ustedes, al público y a los aquí asistentes, así que les pido disculpas a los que han venido por lo que podamos a hacerles». Bravo. ¡Bravo!, clamaba el orador que llevo dentro.
Cuando antes del verano me enteré de que Ulf Wakenius (un señor que jamás volverá a Murcia) venía a San Javier me puse a saltar de contento, pero días después supe que ese mismo día Hindi Zahra tocaba en Cartagena. Acabé en el de la segunda, y me alegro porque fue el segundo mejor concierto que vi este año. Pude elegir. Mientras Frostino tocaba también lo hacían los Corizonas en la Sala REM. La Terol me espera fuera del auditorio porque a partir de ahora tengo que ir a trabajar en bici (ese maldito semáforo…). También lo hace porque quiere bailar y yo quiero bailar y la única oportunidad que tendré de bailar será sobre la tumba de Frostino que se ha marcado algún bis que otro, que ha alargado sus paupérrimos temas y que todavía tiene los santos cojones de, con un pie fuera del puesto de trabajo, preguntarle a mi compañero por si el ruido ese que casi nos deja sordos a TODOS era problema de las reverberaciones de no sé qué hostias que el tutorial no le ha explicado. Según los chinos es el año del mono, el año en el que se te devuelve todo lo malo. No me perdí a Hindi Zahra, pero algo hice mal y ahora ni la Terol ni yo vamos a bailar. Acabaré escribiendo un artículo ridiculizando la obesidad de Frostino, no porque guste de meterme con los físicos ajenos, sino porque esta falta de respeto que imito demostraría mi ignorancia, mi mal gusto y mi desfachatez, características que, por si tienes curiosidad, pueblan los espectáculos de Frostino.