Artículo escrito por Lelé Terol
Hemos decidido hacer un experimento. Los cronistas por lo general vemos y oímos cosas siendo poco o nada conscientes de los demonios de los artistas. Excepcional es el caso en el que el escribiente atisba ya no solo lo que ocurre de cara al público, sino de cara a uno mismo. Lelé Terol se ha ofrecido a escribirnos cómo vivió su concierto. Creemos que en un medio subjetivo no hay nada más subjetivo que esto. El concierto fue un 24 de abril, pero aquí el valor no es la inmediatez. (Piso28)
Son las 17:35 del domingo 24 de abril. Una jovencísima Rocío Segura se desgarra el alma cantándole al mundo acerca su burrico blanco a 10 km/h dentro de un Fiat Stilo que va a palos de ciego por los caminos estrechos que llevan a Ítaca. Dentro del coche, aproximadamente tres años de trabajo en negro con final feliz que saco ahora de su zona de confort: Guitarra, presente; amplis, presentes; micro y pie presentes; loop y vatulea de cables, presentes.
Así las cosas, pongo los cuatro intermitentes en la puerta del bar, dejo los tres años de trabajo en negro con final feliz a Rubén (al que ya han descargado allí previamente) y me voy a buscar suerte con el aparcamiento. Tras un rato con Carmen Linares cierro el coche ochenta y tres veces en la Fama y quince minutos más tarde, llego al bar.
-¿Lo has hecho? ¿Has hecho lo que te dije?
El tipo que esa tarde había roto el hielo conmigo vía Facebook hablándome sobre los beneficios de la-masturbación-pre-perfomance (él es que hace teatro) le está metiendo una buena paliza al hielo y se me ocurre que podría hacerme un agua-limón con él. Asiento con la cabeza varias veces, me doy cuenta de la hora que es y empiezo entonces a dar rienda suelta a mi histerismo.
¡La prueba de sonido! Lleva siendo tarde para la prueba de sonido desde el mediodía cuando me acabé los macarrones, así que corro hacia el escenario de Ítaca sin dejar de malquedar con los ya presentes que van a esperar un buen rato hasta que empecemos a tocar. Allí está Jorge. Toqueteo y trasteo, saco la guitarra, coloco amplificadores. Tengo algo así como muchísima prisa, el bar se está llenando, estoy estorbando a Jorge, no dejo de levantarme y sentarme en la silla en la que voy a tocar. Pasa otro rato y la prueba no empieza. Yo de esto no tengo ni puta idea. Jorge sigue montando y me dice que no lo puedo ayudar. Sigo haciendo sentadillas en el escenario.
Tras una prueba de sonido anecdótica y con el bar lleno de gente sobrecogedoramente expectante, Tom me hace una seña para empezar, y empiezo. Me para a la mitad, al parecer tiene que presentarme primero.
Tom hace una presentación escueta e ininteligible y se va del escenario. Estoy sola y tiemblo, sigo teniendo algo así como muchísima prisa y me tiro al río. Las salpicaduras empapan la cara de Juan López que, pese a estar poniendo suéhh de limón en el bingo, recibe de pleno mi escupitajo en su cara de príncipe mitológico. Acabo y la gente sorprendentemente aplaude. Me da por reír, el vómito y los llantos me esperan 5 minutos más tarde, cuando meto dos notas disonantes y fortísimas en el loop infinito de la guitarra de The place. Entre destiempos y notas disonantes el técnico de sonido se pone también a hacer sentadillas en el escenario, me cambia volúmenes, e incluso se dirige a mí mientras intento cantar «mama I really need to wander now before I crown the mountains you want me to crown». Me quiero morir. Es más, me he muerto.
Poco que decir de El año del cambio más que he visto gacelas correr más despacio delante de los leones. Visualizo el naufragio y lo siento mucho por las personas que han venido al bar esta tarde. Lo siento por Rubén y por Jorge, y con las mismas me da por reír.
Tom vuelve a subir al escenario con su eterna sonrisa irónica y me hace unas cuantas preguntas abstractas mientras se santigua continuamente con el micrófono. Respondo al estilo político (saliendo por la tangente, oníricamente, metiendo con calzador) y me falta claudicar con un buen muchas tardes, y buenas gracias. Pasado el gran trago (éste y el de la cerveza) llamo a los dos pedazo de músicos que han venido de Cartagena para subirse al escenario esta tarde conmigo. Rubén al piano y Jorge a la guitarra eléctrica comienzan a tocar la intro tremenda que preparó Jorge y que bien ejecutada transporta a los océanos mansos de los directos de Interpol. Estoy feliz en mi espectáculo negro de naufragio en directo.
Comenzamos Sobre A. en stop motion. El tema está cansado, yo estoy cansada, me quiero ir a mi casa, a la de Totana, donde siguen las palmeras en el camino que hace el tren que cogía para ir a su casa, donde la música aún se aparecía sin invocarla y las cosas importantes no eran tanto sujeto de crítica.
El público sigue presente y sobrecogedor. Los adoro y mientras sonrío de buen rollo les estoy arrodillada suplicando clemencia. Tom se vuelve a acercar con talante serio y profesional y me susurra que chapamos en cinco minutos. Cojo la guitarra y al poner la cejilla en el segundo traste para tocar Again and Again la guitarra acaba con una afinación en la que todo acorde implica cuatro tritonos y veo al mismísimo diablo asomarse entre las cortinillas de los ventanales del bar.
El final ya es para mear y no echar gota. Rubén y yo tiramos de repertorio. Entre recuerdos de apacibles días soleados en Islas Menores cantando al cielo y a Silvia Pérez Cruz con vino y café y ganas de comernos el mundo, Jorge se baja del escenario realmente jodido por mi culpa. Acabamos y por fin me puedo bajar de ahí e ir a acostarme con el corazón ardiendo. Al recoger para llevar las cosas a casa suspiro profundamente y decido que no debo coger el microKorg que hasta ese momento me había estado dejando Rubén.
Tras despedirme de la gente que me mira con sonrisas que representan la belleza del mundo, me voy al coche apoyándome en una tabla ruinosa del naufragio: pensando mucho, pero sin pensar absolutamente nada.
Supongo que dejar la música es fácil, yo ya lo he hecho ocho veces.
Fotografía de Alejandro García Menchón
pues ya ves Maikela