Yo qué sé

Yo no creo que Jim Morrison esté sobrevalorado. El tío lo partió en muchas cosas y tal, pones a los Doors, te cuestionas tu sexualidad y cuando acaba el disco te sorprende tener cuatro extremidades y pertenecer a la raza humana. La hostia en verso, sí, pero eso no es lo importante aquí. Lo importante es que el otro día dije que pensaba que Jim Morrison está sobrevalorado. Estaba con tres colegas en la terraza del Ocio. Como no había nazis ni nada, una dijo: Si en realidad te gusta, pero es que tienes que ir a la contra. Aunque clavé las uñas en lo que había dicho y “argumenté” gilipolleces como que Lou Reed odiaba a los Doors, mi colega tenía razón. Lo reconocí, y juraría en La Haya que no fue la clásica cágate-en-alguien-a-quien-todo-Dios-venere. No, no: el tema es que hace unos meses me di cuenta de que mola contradecirse a uno mismo.

No estoy hablando de ser Coordinador Regional del Área Animalista de Izquierda Unida y luego dejar al tío del Salzillo sin chuletas de cordero ni de entregar tu vida al Señor y luego darle por culo a niños. Ni siquiera me refiero a los votantes del PSOE. Lo que quiero decir es que nadie está tan seguro de todo como parece. Quitando cuatro o cinco realidades que te explotan la cara (Ramones, la distribución coja de la riqueza en el mundo, Beatles, tu-madre-te-quiere, Fante…) nadamos en un mar de incertezas y cosas raras.  Y la mayor parte del tiempo nos comportamos como si tuviéramos opinión de todo y, peor aún, como si estuviéramos seguros de todo lo que pensamos. Supongo que es parte del sino de los tiempos y de todo ese rollo de que sea más importante la opinión de X sobre algo que ese algo en sí mismo. No lo sé, pero no estar seguro y contradecirse a uno mismo con honestidad es de las cosas más coherentes que puede hacer un ser humano. Eso lo tengo claro. No tengo ni idea de la vida, pero intuyo que aprender a vivir con esta movida es una parte importante de ella.

Fíjate: hubo un tiempo en mi vida en que flipaba con Guns N´Roses y Pearl Jam. Me pasaba las tardes rajando de todo lo que no oliera a machotes de voz grave y videoclips no oscarizables. Me dio por decir que Nirvana era la banda más sobrevalorada de la Historia. Yo qué sé, fui infectado por los virus Gilipollas Rose y Follaorejas Vedder antes que por la crema. El caso es que un día me di cuenta de que me esforzaba más por disimular lo flipantes que son las canciones de Cobain que en entender las de Gn’R. Es cierto que tampoco hay que ser Heidegger para pillar el rollo de los angelinos, pero ese es otro tema. Me encontré de frente con eso que dice Carl Wilson de que el gusto se forma por oposición y entendí que había llevado aquello demasiado lejos.

Un ejercicio guapo es poner a tus ídolos frente al espejo. Lo de disfrazarte de ellos y avanzar con paso furibundo  por el pasillo de tu piso y parecer un puto loco lo dejo a tu elección, pero es muy interesante ponerte en la piel de alguien que odia lo que tu amas y tratar de argumentar –o sentir, esto es lo más jodido y seguramente sea imposible– desde ahí. Y ojo, no se trata de ser un cínico de mierda y de dejar de ser mitómano (muerte a las personas que utilizan este término como insulto, por cierto), sino de estar en constante revisión de todo. O no. Yo qué sé.

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