¿Hasta qué cantidad está mal beber? ¿Está mal hacerlo todos los días? ¿Qué coño es ser un borracho funcional? Supongo que la única forma de darte cuenta es cuando destrozas tu familia o tu cuerpo. Aquí estoy, con una petaca de whiskey en la mochila, viendo a Rosalía y a Raúl Fernández Miró. Me está gustando; así que acompaño con traguitos a la petaca. No muy grandes porque toso y aquí no respira nadie. Ignoro si estamos muertos o no. El disco va de eso. De la muerte. Original, ¿verdad? Ya nos quedan pocas cosas de las que hablar. La muerte, eso de lo que nunca se ha hablado. ¿Cómo cojones van a hablar una zagala de 24 años y una mierda de productor indie de la muerte? No sé, yo aún no he destrozado mi vida; no se me ha capitalizado como un borracho o como un borracho funcional. Simplemente asumo que no es lo mío pero no deja de serlo; el beber. Está bien. Asumir. Es un tabú. «Solo los fines de semana una copita de vino». El médico del reconocimiento de conductores apunta 100 frases de ese estilo al día cada vez que pregunta con qué frecuencia bebe el paciente. El tema es que Rosalía y Raúl interpretan letras que hablan sobre la muerte, lo hacen bien, o al menos lo han grabado bien, duro, recio, visceral, sin fisuras. Tengo la sensación de que cada vez es más difícil hablar de estas cosas. Fíjate, cuando acabe el artículo solo quedarán dos opciones: se la han metido doblada (panoli) o, joder, es un crítico que ha visto la misma verdad que yo. Funciona. Así funciona un mundo polarizado en el que yo puede que sea un condenado Borracho. Hip.
Está aquí media Murcia o todos los jóvenes que caben a la vez en un auditorio. Suelen ser pocos, pero hoy se arreglan como los mayores. Si algo he aprendido de mis afrentas a la música clásica es que el alma del intérprete sí está patente en las obras. La obra se ha de tocar como el compositor querría. Eso ya es un deseo. El director imprime su propia personalidad. Ese es otro. Cada sección se atiene a otro distinto y cada músico a su propia personalidad. No es desdeñable y por supuesto la obra siempre tendrá otro color aunque las notas sean idénticas. Entiendo que la reinterpretación es peligrosa, pero quizá debamos fijarnos más en el ritmo y el latido y no pensar tanto como occidentales. Aún no soy suficientemente viejo como para afirmarlo y puede que cuando llegue el día me equivoque, pero ese latido tan primitivo es algo que la raza humana entiende, precisamente por su carácter primario. El flamenco «bien tocao» es hermoso, e indudablemente tiene unas métricas que Raúl sabe usar perfectamente. Una intensidad, una pasión y una verdad. Me decía un gitano que para él algo hermoso era flamenco. Si nos alejamos un tanto del significante y nos vamos o nos inventamos un significado, esto cabe. Este proyecto cabe y la detracción suele venir, como habitualmente pasa, del miedo a lo nuevo, de la posesión de lo que no se puede poseer. ¿Perversión? Lo hicieron aquellos colgaos en la Leyenda del tiempo, ¿no? Los flamencos devolvían el disco porque decían que no era Camarón, no porque no les gustara. Los Ángeles, no es un disco a devolver.

El mundo es nuestro. El aire, los ríos que pasan por delante de nuestras puertas, la lluvia que cae en nuestro tejado, el árbol que crece bajo nuestra montaña y ni siquiera hemos plantado. Flamenco, patrimonio cultural intangible de la humanidad. Y una polla. ¿Se quiere ese título? Si se quiere que se asuma. Que la humanidad haga lo que le venga en gana con él. Que se regule, al igual que este mundo nos echará de él mismo. Que se coja el fruto, que se eche a la tierra, que germine o contamine las aguas. Hay una opción que se llama creación. Uno lucha así. En ella va inscrita la conciencia, la dignidad, el altruismo y lo bello. Decía Rafa, un funcionario, que su tío era más listo que todos nosotros. Un hortera que cantando a la huerta y escribiéndole poemas de amor, también cantaba por Julio Iglesias. Es la comida. Quien necesita comer come lo que tiene porque si no se muere. Se vende uno porque lo necesita, por el afecto. Eso la gente no lo sabe porque todo el mundo tiene mucho amor propio y mucha vanidad de vanidades. Todo es vanidad y caza de viento, como dice la biblia. Quien crea está comiendo de lo que fabrica. Quien come, aunque sea un fruto prohibido por quien se erija como Dios, está viviendo más libre que cualquiera de los religionarios.

El joven saca el móvil y graba un audio y lo manda. Se le despierta la pasión. Llevan un par de canciones generándola. Rosalía está empapada. Lleva tanto maquillaje que las gotas de sudor se quedan atrapadas en él como perlillas. Pero aun así sale. No se suda solo por el calor de los focos. Ella se cree lo que está haciendo. Y para nuestra suerte está arriesgando más que en el primer concierto en que la vi. 24 años frente a un auditorio lleno de jóvenes grabando con el móvil. Me gusta esta imagen. Yo mismo he luchado contra ella y es cuanto menos estúpido. Hay gente sintiendo cosas. Seguramente otros muchos no sientan nada y no vuelvan. Bien. Para eso se hacen los conciertos, para eso se graban los discos. Para eso se crean las expectativas que quizá en este caso sean muchas o tan solo suficientes.
Tiene las uñas largas, y cuando le cae un haz de luz sobre la mano se alargan sobre sí, sobre el escenario, sobre nosotros. Son guadañas moviéndose de forma sinuosa sobre nuestros cogotes. Ha tomado el papel de muerte y como muerte no teme nada. Pero todo papel debe ensayarse. Canta todas esas canciones de ESE disco como en ESE disco, así que uno, por momentos, piensa que está frente a su equipo de música. Por otros momentos no. Salen los rugidos de rabia, porque Rosalía se atreve a marcharse por otros caminos, a tomar un riesgo, pero siempre dejando atrás a Raúl. A nosotros, por respirar, nos chistan los espectadores de detrás.
Raúl está y no está. El verdadero artífice de este proyecto, la fuerza arrolladora de una guitarra simple y mortecina que entiende mejor el flamenco de lo que puede parecer, se ha ido de cañas o ha estado de ellas. Ni siquiera la sonorización le acompaña. Es triste, porque en Tarragona hizo lo que le salió de las narices. Se gustó a sí mismo tantísimo que a veces, complicándole la cosa a Rosalía, no era capaz de volver ni él mismo. Esa confusión, ese directo, ese nos estamos cargando algo ahora mismo para ver si podemos hacerlo más grande. ¡Au! ¡Eso es verdaderamente excitante! Pero en el Batel puso cara de niño cansado queriendo irse a casa. No gusto de hacer comparaciones porque no es lo mismo, pero el proyecto es tan similar (en formato) que parece necesario. Entre Silvia Pérez Cruz y Raúl había un aire húmedo, caliente, casi tangible; entre Rosalía y él, uno frío y seco. Será cosas de caracteres, o de tiempo, o de directo. Si yo supiera, compañero…

A la salida todo el mundo discute sobre lo que ha visto. Yo suelo preguntar por cortesía y con ánimo periodístico, pero en realidad lo único que me importa es no haber perdido mi tiempo y que otros no lo hagan. No lo siento así hoy, pero es cierto que no he llegado a emocionarme. Eso sí, sé que con este dúo es posible hacerlo. Tienen un año o dos para conseguirlo porque inevitablemente Refree buscará a otra muchacha para seguir con su locura, y Rosalía Dios sabe, pero esperemos que no con C. tangana.
Una amiga de una amiga nos indica cómo ir al Parque Torres y nos da ánimos con la cuesta. Emplumados subimos. A los primeros 10 metros ya vemos un señor sentado cogiendo aire. Yo me cago en mi estampa por haber bebido tanto. Nos esperan Michel Camilo y Tomatito con su Spain Forever (2016). Un disco hijastro del Spain (2000) que grabaron hace 17 años. No sé si es porque llevo 20 minutos esperando a que me den una empanadilla o es que desde el concierto anterior me he quedado tocado y ahora odio a los verdaderos guitarristas flamencos. El caso es que Tomate cherry –como dice Paco– tiene menos alma que Emilio Botín. Michel es un genio y lo será hasta que se quede artrítico. Uno toma las riendas del proyecto, dirige y pone la sonrisa y el corazón, y el otro se encierra en una barricada de monitores con un sonido y unos arreglos mustios. Han tocado temas hermosos, lejos de Spain, eso sí, pero hermosos. Con los últimos resquicios del alcohol en sangre le escribo a la Terol: «Me decía mi profesor que era un viejo, que no me gustaba el tomate, que había que escuchar a estos y a Vicente. Yo le dije que me enseñara algo de Diego del Gastor o de Serranito. Na. Lo sigo manteniendo, hasta Raúl se acerca más al “viejo” al que se refiere Pepe Habichuela cuando dice que Rosalía canta como una vieja. No será lo mismo que decírselo a una vieja, pero viéndolo me siento un viejo. Tiran cohetes los marinos y no es cosa de hoy sino de ayer».
Supongo que he realizado el ciclo. Manuel de Lorenzo habla en un artículo de un eterno retorno del indie. Es decir, un movimiento para pocos convertido en fenómeno de masas que fluctúa del valle a la cima. En teoría, Rosalía es algo similar. El flamenco de pocos llevado a un Batel lleno en cuestión de meses. Ahora es la cima y por ello el propio aficionado la repudia. Un estilo abandonado por sus propios fans que volverán cuando tenga otra forma, a ser posible a un cubículo oscuro bajo el suelo. Pero vaya. A mí no me termina modernismo sofisticado (por no decir edulcoramiento) del Spain aunque no creo que nadie se atreva a catalogar esto de flamenco. ¿O sí? No sé, solo soy un Borracho con una petaca dando sorbitos entre canción y canción, entre la herida y el puñal.
Fotografías de Lelé Terol