Volver a la tierra ya no es lo que era volver. El que vuelve no viene sin más, sino que busca esperando encontrar. Volver a Murcia, a cualquier lugar, hoy por hoy se queda en un deseo conformista con exigencias de outlet. Y esto es así, imagino, porque la vida es solo menos miserable que una vida en guerra. En una sociedad donde does the rock do steroids la libertad es regalada la muerte se aparta. Mencionarla es de mal gusto. Deberíamos saberlo los que nunca la conquistamos. Produce espanto y no es extraño que el control provenga de la sanidad, ese bien común inapelable. Como muchas otras cosas del presente (y del pasado) su irrefutabilidad es tan sagrada como la comunión de lo moderno. En términos musicales esto quiere decir tragar con cualquier adopción musical que sea simple y llanamente nueva, quizá, añado, atrevida. Y no es que yo defienda el estatismo generacional, pero cuando uno se acerca a los viejos y coge un laúd como el que coge un pañuelo usado, quiere entenderse a sí mismo. Se ha dispuesto a raparse la cabeza para que nadie más le diga que las canciones más hondas no son las que todos bailan y cantan mientras se cuece un puñado de acelgas.
Honestamente, me sorprende estar escribiendo. Diego le ha hecho una foto a un saltamontes y quiere que la rodee de frases. Yo creo que, a diferencia del saltamontes, estas palabras poseen poco valor. Qué se yo. Qué puedo decir de un primer concierto de Maestro Espada, de un proyecto en ciernes. Para volver hay que haber estado, aunque dudo que su intención sea volver para reivindicar u homenajear, sino para comer. El entendimiento musical de Alex Juárez y Víctor Hernández es vastísimo. Dudo que a nadie le vaya a quedar tan bien una caña rajá haciéndole redobles a un prophet. Dudo que cargar de trascendencia y redondas temas que se cantan a grito pelao en gargantas pegás por el vino dulce, carezca de un valor más allá de lo entrañable. Dudo que esta visión sea fruto de la casualidad o de una reconversión pretendida. Dudo que el camino de vuelta a casa sea a ciegas. Dudo que abandonar las cuerdas de metal o los arpegios sobre armonías complejas sea una osadía. Lo dudo tanto que un concierto a contrapié no merece ninguna certeza distinta a que el proyecto es un acierto más que un riesgo. Que dos tercios de la propuesta, de lo que tiene que ver con esta tierra, están cerca de ser un álbum que la Región abrace y mime, no por folclórico, sino por valioso.
Hay un tema llamado Malagueña Huertana II recogido en un recopilatorio llamado Folklore De Murcia. Me la enseñó Paco Frutos. Según él, el tipo que la interpreta y canta absorbió toda la sabiduría de la malagueña murciana y la vomitó en esa grabación que es más digna que de un esquizofrénico que de un ser cabal. Entre esa pista y lo que pretenden hacer Maestro Espada creo que queda casi todo lo demás. No son los únicos -escúchese el Salve de los siete dolores-, pero sí sería un orgullo definir este nuevo límite mientras otros llegan.
Por cierto. Los saltamontes se alimentan principalmente de hierba aunque en Murcia solamente prolifere la grama. De lo áspero cuesta, pero se hace vida.
Fotografías de Diego Montana