La (re)calificación de los terrenos musicales

puntuacion-monty-python

En los últimos tiempos, concretamente desde la instalación en el imaginario colectivo de las redes sociales, se ha venido imponiendo una obsesión concretizada en la etiqueta; al parecer es necesario ponerle nuevos nombres a elementos o acciones consabidas. Surgen de este modo términos tan pedestres como horteras: llamamos selfi (así reconocido por la RAE) a la mera autofotografía, fofisano al señor, sea este joven o no tanto, sedentario de toda la vida. Particularizando este tipo de actitudes, cada vez más sintomáticas, aparece en el asunto cultural una necesidad acorde con lo expuesto: hay que poner notas a todo lo que se encuentre al alcance de la vista, tacto u oído: películas, museos, cuadros, corridas, toreros, representaciones teatrales, operísticas y un largo etcétera en cuyo difuminado e impreciso campo se encuentra la crítica musical.

En estos casos – bastante frecuentes – en los que el crítico de turno puntúe del uno al diez o mediante las cursis estrellas (en este caso la puntuación oscila entre una y cinco estrellas) el concierto visto, el disco escuchado, tanto dará el texto que se escriba al respecto; la importancia de lo trabajado durante no menos de unas cuantas horas (a las de escritura en sí hemos de añadir las preceptivas de escucha o, en su caso, visualización – también escucha – del concierto) quedará en mera anécdota y su contenido en todo punto irrelevante. Dado el enfoque que suelen recibir en los medios este tipo de críticas puntuadas, con el número de marras ocupando su buena porción del espacio disponible, no sería de extrañar que lo que se nos estuviera diciendo fuera: no hagan ustedes el esfuerzo por informarse con lo redactado y debidamente argumentado, quédense en la superficie chapoteando alegremente, pues ahí está todo lo que necesitan conocer.

En resultas de lo cual surge la siguiente pregunta: ¿es lícito puntuar la música – o ya que estamos, el arte en general – con un número? O peor aún: ¿una crítica, por breve que esta sea, puede resumirse en un simple número? Es comprensible que, ante tamaña ambigüedad mostrada por el gremio crítico, ahondando sin pudor en los lugares comunes, sin el mínimo riesgo perceptible, se hagan valer del método de la puntuación, de manera que el lector pudiera hacerse una idea más o menos cabal de la opinión de quien aquello ha escrito sin el esfuerzo de leerlo. De un lado el crítico, indagando en la cobarde ambigüedad (decir mucho sin decir absolutamente nada) en tanto que delega su opinión al número fijado por él mismo; del otro, el lector perezoso y consentido, que recibiría con los brazos abiertos la simplificación, ahorrándose un poco apetecible calentamiento de cabeza.

Añádasele a esto otra característica del lector de nuestro tiempo: no contento en aquellos casos de discrepancia con el crítico, rápidamente acudiría a la búsqueda de entre la amplia oferta de reseñas en la red, hasta dar – es esperable que sin mucho esfuerzo – con la que satisfaga su vanidad, a saber: creerse portador de la razón. Lo curioso es que en estas situaciones de discrepancia y posterior indagación de opiniones compartidas, a mi entender, sí que se produciría la deseada lectura de las reseñas, aunque con un modus operandi en verdad indeseable.

Es por eso que me sorprendió, para mal, la nueva concesión de El País en su particular descenso a la irrelevancia comunicativa. En octubre del año 2015 se puso en marcha una sección musical fija los miércoles; como los reputados miembros de esta sección tenían apariciones bastante dispersas y anárquicas, y teniendo en cuenta que en el periódico se le venía dando mayor presencia a las secciones de cine, literatura y teatro (entre otras), se optó por la decisión mencionada. Además, el flujo de visitas en la web –motor de cualquier medio que se precie sin excepción– debería ser bastante discreto. En cualquier caso, lo llamativo es lo siguiente: se inauguró la sección El disco de la semana, en la cual el álbum que se considere es convenientemente reseñado y (he aquí lo llamativo) puntuado. Además, en la edición digital del periódico se le suman otros dos discos aparecidos en el transcurso de la semana, también con su respectiva reseña y nota.

Si precisamente en El país no se puntúan ni las películas, ni las representaciones teatrales, operísticas y demás, ¿por qué los discos sí? Sin ningún pudor, se trata de una nueva cesión a las plataformas digitales donde, como se viene apuntando, la calificación del producto cultural mediante el número es denominador común. Más allá de que los agoreros y los no tanto prediquen el fin de la prensa escrita de aquí a no muchos años, es necesario reflexionar acerca del papel de la misma acaso durante su caída, es decir: si mantendrá la dignidad, peleando, con las espadas en alto, o por el contrario, irá, como el Imperio Romano en su día, cediendo poco a poco sus dominios a los bárbaros, hasta que, qué casualidad, se encontraban a las puertas de Roma, cuya caída fue ya irremediable.

2 comentarios en “La (re)calificación de los terrenos musicales”

  1. Me gusta la expresión «como gato panza arriba». Le ha faltado la guinda, señor Almaciguero Mayor. Pero creo que los de El País se habrán dado por aludidos igual. Desde luego, si la dignidad periodística y crítica se va reduciendo hasta solo mantenerse en lugares fuera del circuito popular, como éste que nos encontramos, vais a salir ganando. «Lugar de culto» lo tendréis ganado, fijo.

    1. No me corresponde a mí dilucidar si esto será lugar de culto o no; en cualquier caso seguiremos dando guerra, sea por dar cuestionable placer a lectores ávidos como usted, sea por seguir en nuestro estado natural: gatos panza arriba contra los dogmas periodísticos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio
Ir arriba