LA MAR DE MÚSICAS 2023: Se ahorcó, se pegó un tiro en la sien, ayer, hace 20 años. [MINYO CRUSADERS, MARO, FATOUMATA DIAWARA, RODRIGO CUEVAS Y GECKO TURNER]

“El otro día se ahorcó un policía nacional. Lo pillaron vendiendo pruebas. Sus propios compañeros lo metieron ayer al calabozo, se pegó un tiro en la sien y se mató. No lo habían registrado. Esto fue hace ya… lo menos 20 años… Yo lo conocía. “ Pues Pedro, haces las líneas muy rectas, le dice Andrea. “Claro, la costumbre.” Pedro Pablo lleva años pintando por las calles de Murcia. Sobre cartas de bares, servilletas, panfletos. Pinta, pide la voluntad y se va a la Fama. Pero la voluntad ya no es en efectivo y Pedro Pablo no tiene datáfono. Entonces, ¿qué más da? Casi que uno respira aliviado cuando se echa la mano al bolsillo y no se palpa más que la tarjeta. Tiene excusa. Andrea mira atentamente cómo Pedro Pablo dibuja más y más rayas. Creo que no quiere que siga. Le encantaría decírselo. Pedro Pablo, estaba bien. Me gustaba así. Pedro Pablo, ¡para joder! ¡QUE YO SÍ QUE TENGO EFECTIVO! ¡NO SIGAS! ¡ESTOY MÁS AGRADECIDA DE LO QUE PUEDAS IMAGINAR! ¡GRACIAS, JODER, GRACIAS! 

Yo estoy agradecido de volver a este festival a escribir. La organización me invita y yo me veo como en 2019, recién dimitido del trabajo, soñando con que alguien me pagara aunque fuera la voluntad. Pero solo hago rayas y ni siquiera están rectas. Soy 4 años más viejo y no le encuentro sentido. Nunca funcionó y nunca funcionará. Pero, ¿qué importa? Es la única forma de escribir sin que el director de un festival venga a decirte cómo tienes que hacerlo. Menos mal que esto no es Jazz San Javier y no se te acerca Alberto Nieto a darte golpecitos en el hombro mientras te dice: Déjate la poesía y esas tonterías y escribe como Sopena. ¿Me has entendido? Eso es. Hablando se entiende la gente.

Fotografía de Andrea Martínez

El escenario del ayuntamiento ha pasado a ser mi favorito. Es el primer año que suena técnicamente bien. Tan solo ha costado nosecuantísimas ediciones conseguirlo, pero por fin podemos escuchar un japonés cristalino de parte de los Minyo Crusaders. Su apropiación cultural mola, aunque el máster en congas del percusionista durara solo medio curso. No obstante me da un vertiguillo escucharlos cumbiear o salsear. Es como una de esas carreteras mexicanas en las que estás más tiempo pensando en que te vas a caer que cayéndote. Dudo de los trajes regionales y me hacen gracia los bailes. Dice Andrea que parecen tiktokers. Las señoras y los críos salen de allí remando, no por el 200% de humedad que hay en Cartagena, sino porque casi todos los bailes sucedían en canoa. No sé, acabo de llegar y no quiero ser crítico, pero tengo el presentimiento de que esto va a ser de lo que más se parezca a un La Mar de Músicas atrevida. 

Fotografía de Andrea Martínez

Remando y cantando cosas que un japonés consideraría un insulto, vamos a ver a Maro. Nos encontramos sobre el escenario dos guitarristas mudos y una cantautora con otra guitarra. Para un fanático de las 6 cuerdas, por poner un símil, sería algo así como celebrar tu cumpleaños en un puticlub comiendo caldero. Recuerdo cómo esta barbarie se ofertaba en los gigantes carteles de publicidad entrando a Murcia. Si era tu cumpleaños no pagabas. Ahora los sustituyen crecepelos y un ignominioso Abascal ofreciendo seguridad y patria; ah, y más puticlubs. En fin, me aburro muchísimo y Andrea tiene cara de estar bailando tik toks orientales por dentro. Ha grabado un timelapse y no se han movido un centímetro. Por afán a la guitarra, yo sería el cumpleañero, pero este arpegio excelentísimo dura tanto como una eternidad atravesando el campo de Cartagena. Dice Rohmer en La Rodilla de Claire que el lugar de sus vacaciones era tan bonito que estaba deseando irse. Es de un sentimentalismo abusivo. No hay colores, solo autocomplacencia. Y fíjate que a Maro se le agradece un acústico, pero así no. Ellos deberían estar pagando los cubatas y ella no, y está siendo al revés. Algún pasaje se asoma a la luz y dejan salir las bondades de sus canciones, saudade, saudade por ejemplo, pero el resto es como fingir que se está buscando algo hasta que acabe el turno de trabajo. Si estás pensando en aprender a tocar la guitarra, no te compres un curso CCC, mírate un concierto de Pau Figueres y Darío Barroso. Por si te animas, el primero es el talentoso. 

Fotografía de Andrea Martínez

Hace unos años escribí barbaridades sobre el nuevo folclore. Fue en este mismo festival, tras la pandemia, cuando, con gran acierto, La Mar de Músicas decidió celebrar las exaltaciones musicales nacionales. Lo he vuelto a leer y tengo la sensación de que podría haberme pegado un tiro ayer o ahorcado hace dos años, que la historia seguiría siendo la misma. Me gustaría vertebrar la crónica en orden temporal, pero voy a hablar de Rodrigo Cuevas. Al fin y al cabo se decidió que fuera el eje del sábado y a Fatoumata Diawara la relegaron a telonera. 

Qué leches, acabo con Fatoumata Diawara. Ella es la hostia, la puta ama, canta y toca que te mueres, pero su banda podría ser como sus coros, una grabación enlatada. Ni aporta ni suma. Mejor ahorrar en personal si no vas a aprovechar todo su potencial.

Gecko Turner compone letras tontísimas, pero tiene una banda alucinante. Perturbadora, pero alucinante. Parece un grupo de fugitivos reunidos en una isla desierta. Mientras desarrollaban lentamente cada tema, Fernando, estuvo sentado refunfuñando. Tras cuatro temas se despide con sorna por la mala gestión del tiempo del festival: “Ha sido divertido, ¿no? Pues nos vamos”. Y es que sucede algo inadmisible. Un usuario compra una entrada para acceder al Castillo Árabe, en la información lo citan a las 23.59 y hasta las 2.30 no empieza su concierto. Si además el concierto dura media hora, el agravio es mayúsculo. Este concierto, por bueno, mereció no solo lo pactado, sino algo más.


2021

Tengo 16 años. El verano está terminando y hoy -que es el día en que se recuerdan las cosas- hace frío. Dejé la persiana subida y se filtra una luz blanca y difusa. Creo que pocas veces he tenido la capacidad de observar lentamente un día. Puede que ocurra al viajar al silencio. El que se encuentra en las montañas o en los parajes vírgenes. También en los pueblos aparentemente deshabitados donde las voces se escuchan solamente al acercarse a los muros de las casas quedándose muy quieto. Esos lugares conectan al ser civilizado con el cultural pero ausente de sí mismo. 

De lugares similares nacen las madreñas; los zuecos, para que nos entendamos. Un calzado prehistórico que con decenas de artesanos conformaba una producción en masa. Toda la masa que dos manos multiplicadas por la primera columna de un ábaco puedan confeccionar para una región. Soy incapaz de imaginar el sonido que producen puesto que no se inventaron para el hogar. ¿Cómo suena la tierra? ¿Y el barro? ¿Cómo los charcos en la madera de una horma? Imagino que el sonido y el ruido que te cría es una forma en sí misma de entender el mundo. Y si lo es el chorrito de una fuente y el crujir de la madera vieja del suelo, ¿cómo no lo va a ser la música? 

Le he dado muchas vueltas a este pensamiento: ¿el nuevo folclore es una mierda? Podría haberle puesto mejores palabras, o no haber usado mierda, pero últimamente me ahorra toda una retahíla de justificaciones odiosas. ¿Qué te ha parecido el concierto? Una mierda. ¿Y el río? Otra mierda. Uno se da cuenta de que las palabras van perdiendo valor a medida que Instagram crece. Ahora mismo valen para buscarte un linchamiento cibernético. Mucha gente lleva años llegando a la conclusión de que el periodismo ha muerto. De que los periódicos son panfletos. Por alguna extraña razón nunca llegan a usar el pretérito perfecto simple. Es posible que hayan decidido olvidarlo. Yo no estoy de acuerdo, pero yo no he estudiado periodismo. Por lanzar una conjetura me atrevería a decir que en el s.XVII la verdad sería más o menos la misma que la verdad de hoy. Puede que también fluctuara, a saber, a razón del capital y la política. Viviríamos más tranquilos pensando que lo que existe es la medio-verdad. La verdad es cosa de ricos, y así tiene que ser. ¿Por qué pretendes tú, mequetrefe, saber a qué sabe el vino? Nuestras vidas dan para botellas de 5€ de algo alcohólico y rojizo. Y ya está.

Pero bueno, estaba diciendo que presiento que el nuevo folclore es una mierda. Una estafa. Es como uno de esos mecheros satinados de colores fucsia tirando a azules y un tacto aterciopelado. Esos mecheros los hace una empresa. Y también los normales, de plastiquete blanco. Diría uno que lo que mola del nuevo folclore es la electrónica. Tú le quitas el folclore, le pones música de iglesia y pasa lo mismo. Que te lo tragas con plástico y todo. Percusión electrónica bien dura, autotune p’hacerse el chulo y cuando haya que emocionar, un subgrave bien gordo. Esta fórmula vale tanto para las hamburguesas del McDonalds, como las del Burguer King, como las del KFC.

“Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”. Cuando Paco Ibáñez musicó esta poesía de Gabriel Celaya con su guitarrucha, estaría haciendo algo así como C. Tangana versionando a Los Panchos. Aunque yo quiero imaginar que no. Que creía en la poesía como un valor político y no económico. A día de hoy le quitaría lo de lujo cultural. La poesía actual, aunque diga mucho, vale poco, y la de antes, es violada en manada. No abusada. Nada de atenuantes engañosos. Violada. 

En fin, yo lo que quería explicar y no lo consigo, es que para parecerte a tu madre tienes que haberle chupado los pechos. ¿Sabría decir el avezado lector a qué sabe la ubre de una vaca? ¿O a qué huele la flor del acanto? O por poner otro ejemplo, ¿a qué edad puede ordenarse uno monaguillo? Para tocar parrandas te tienen que haber dicho una docena de veces que te pongas detrás y toques flojo. Y otra docena que lo hagas delante y sin miedo. Del conflicto se aprende y del conflicto sale el arte. Tengo un amigo que dice que lo bueno llena y lo malo no. Que lo bueno triunfa y lo malo no. Hoy en día es posible que eso sea un debate estéril. Pues si uno no sabe qué pensar, ¿de qué le va a servir el gusto? Donde hay gusto no hay crítica, y si el interés del aprendizaje se manifiesta, pobrecito aquel. Ya no queda nadie que referencie ni analice para los que no nacen aprendidos. 

Dice Rodrigo Cuevas que el flamenco no es el folclore andaluz. Que en Andalucía hay otras formas de exaltación musicales con calado. Asevera que el flamenco, de ser folclore, no tendría un diálogo con el oyente de tú te sientas y escuchas y yo te toco y te canto. Un paseo por Jerez de la Frontera igual cuestionaría esa idea. Pero entiendo su punto. Cuevas dice: si tocas arriba, toca abajo. Él lo hace y él lo exige. Ahora bien, me pregunto cuántos de esos otros nuevos folclóricos cogen su instrumento para ponerse a servicio del baile en un encuentro casual u organizado. Me pregunto si es ahí, en la unicidad del yo te doy y tú recibes, donde se le ven las costuras a esta trama.

Hay otra justificación manida: poner en valor (…). ¿Por qué el artista trata de poner en valor algo? ¿No es el modo de expresión una necesidad? “Usar algo para”, convierte un bello acto en pretencioso. Es más. Con el objetivo cumplido de un disco y 30 conciertos, ¿después qué? ¿Continúa la lucha? ¿Se pone en valor otra cosa? ¿Se abandona la cruzada? 

Puro ejercicio de estilo. Leyendo a Amin Chaachoo he descubierto que hay música que se rige por lo emocional y sus leyes escritas no tienen otro objetivo que adecuar lo que se toca al momento y el sentimiento. Nace improvisada en un sentir colectivo. De algún modo así elige el cantor las coplillas, y el que toca pica más o menos fuerte, más o menos impulsivo. Si esto que escuchamos tuviera algo que ver. Pero no es posible. Yo te doy y tú recibes. Yo te vendo y tú compras. Cuentan que Manolo, el mejor feriante de Santander, en 2018 vendía la imitación de un pela patatas capaz de decapar un verja de hierro macizo. Cada día rompía diez pela patatas demostrando a la gente lo poco que cuesta pelar una patata. El verdadero costaba cincuenta euros. El suyo diez.


2023

El punto de inflexión es qué harán cuando se les acabe el crédito del primer disco. Y aunque el caso de Rodrigo Cuevas es excepcional, ya le ha pasado.

Rodrigo Cuevas es el mejor showman vivo en el estado español. Su show es él mismo. Sus galas, sus chistes, su socarronería, sus vaciles, su repentismo, su garbo y su control sobre todo lo que ocurre. Nos cantó 7 veces una cumbia Cartagenera. Sabe dónde está y sabe quién y cómo lo está mirando. Nadie tiene el control que Rodrigo tiene sobre su público y ningún público está tan agradecido de ser controlado por su artista. Entre las alabanzas que se merece Rodrigo está el elogio a su primer disco. Un álbum lleno de personalidad aunque cojee de la misma pata que todos los folclores electrificados. Pero esto ya nos lo presentó hace dos años y dos años después nos lanza como zanahorias rellenas de algún fármaco las nuevas canciones que ha compuesto para su segundo trabajo. Es probable que me equivoque, pero Rodrigo será de los pocos que sepa realmente dónde nace el acuífero de las pozas de su pueblo. Canta y baila como quien sabe. Transforma y une desde la vivencia. Que haya compuesto un segundo disco sin mucho gracejo no es cosa de un engaño, más bien de que su acervo tiene el peso de los años. Su discurso es original y atrevido, pero ha sido un concierto en el que era preferible oírle hablar que tañer instrumentos. Eso sí, algunos grabados y con poco volumen. Nadie entendió que en el auditorio Parque Torres hubiera menos decibelios que en el CIM. Publica disco en octubre. No creo que a estas alturas varíe nada, pero estaría bien seguir escuchando al Rodrigo Cuevas más terroso, aunque sea ya en el tercero. Que vuelva y lo haga pronto.


2021

En mis notas tengo un zueco gigante, un sombrero de pico enorme, una flor entre patrones rítmicos, una espiral con ribetes y círculos, una cruz y “que la pachamama te entre por el coño”. También escribí “Es una tristeza vivir la música así”. Creo que me refería a estar sentado al aire libre sin poder fumar mientras un vigilante no te quita ojo por si te bajas la mascarilla. Cosas del pasado y quién sabe si del futuro. La guitarra ya no importa, la cuerda está desfasada, la poesía se agota, el planeta se calienta, en Polonia se baila flamenco. 

Rodrigo Cuevas, Rodrigo Cuevas, dinos tú que sabes, ¿cómo se afila un hacho?

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