La Mar de Músicas 2023: De tanto tirar el carro por las piedras, lo vas a pinchar. [DÍAS 3-4-5]

El coche de mi tío no tenía aire acondicionado y él solía contar el mismo chiste: mi coche funciona A CONNNDICIÓN DEL AIIIRE. Hacía una brevísima pausa y cogía carrerilla para gesticular y enfatizar la gracieta. Ahora soy yo quien viene de Madrid en un coche con las ventanillas bajadas y contando el chiste al desgraciado que se suba. Alguna contrapartida debía de tener cambiar un coche por un salchichón y una botella de vino. Cerrando el trato Manuel me cogía del brazo y me decía delante de la funcionaria de hacienda: ¡¡CHSSS, QUE TE SIENTES, LEÑE, QUE PAGO YO!! Señorita, señorita, ¿se pue’pagar en dinero? Cuando le regalé el salchichón me espetó con desdén y ese tonito de burla que pone la gente cuando imitan algo que ha dicho un gilipollas: ¿Esto pa’ qué es? ¿Para que meriende con mi mujer? Venga, hombre… La cuestión es que quien está sufriendo las consecuencias es Andrea, una linda y seca capitalina que viene de máximas de 30% de humedad. Y en estas condiciones lo que nadie quiere escuchar al bajarse de un coche a 50ºC a las tres de la tarde es a una madre decir: 

  • Hijo mío, vete al Rey Del Pollo a por la comida.
  • ¡Pero mamá, mi coche no tiene aire acondicionado! 

(Con el extractor de fondo y el horno a mil grados contesta).

  • Mira, Javi… tengo más calor que tú, ¿eh? -se escurre la camiseta como una bayeta y se le ponen ojos de consejo de guerra- o vas a por el pollo o te cruzo la cara. 

Recuerdo que la primera crónica que hice de Carlos Madrid empezaba comiéndome un pollo a la brasa. A su mánager, Claudia Orellana, no le hizo mucha gracia, pero aun así me lo agradeció. Creo que en esta región tenemos una idea equivocada de las personas. Se crean bandos y luego se elige en cuál de ellos ser un imbécil. En fin, Andrea se está acostumbrando a brillar todo el día. Para que se olvide de que se le están encharcando los pulmones, le cuento bellas historias de Cartagena. Como por ejemplo que alrededor del teatro romano la gente no se daba la mano más que para pasarse la papela en los ochent… cuando de repente aparece un hombre y grita: ¡polietileno! 

Acabamos de bajar de ver a Fito Páez. Andrea dice que se ha tropezado, se ha caído sobre su polla y se la ha comido. A decir verdad ha sido un concierto extraño. He visto sobre el escenario una de las mejores bandas que va a pasar por estas tablas, si no la mejor, pero es asfixiante. Todas sus canciones van hacia arriba. No hay rellanos. Solo ascensores. Es como una película de porno deportivo: mete-saca, mete-saca. Y sinceramente, no entiendo las letras. Me he esforzado en atender, en leerlas, y nada. Son inconexas. ¿Son solo sensaciones? Quieren ser música, pero se quedan en literatura de gin tonic de Larios. Quieren ser fantásticas, pero suelen acabar en chulerías de pollavieja. Una buena letra goza de la dualidad ritmo-poesía. O bueno, pudieran ser onomatopeyas, o guturales con función instrumental, pero lo incómodo es que intenta ser poético. 28 discos publicados que podrían ser 28 libros de autoayuda para cuarentonxs divorciadxs. Y sí, esto no es la crítica al concierto, es al artista, porque al concierto solo le fallaron dos cosas: haberse celebrado en La Mar de Músicas Canadá e invitar a subirse a Andrés Calamaro. Por lo demás fue una euforia constante que mantuvo en vilo a sus fans coreando una tras otra cada letra, incluso dos veces para poder grabarla y editarla en un Bluray, aunque quedaría mejor en un VHS.

Páez se retrata cuando enarbola a la música argentina. Yo no sé qué se considera en Argentina “trovador”, pero Fito Páez me parece un cantamañanas aunque tenga 37 grammys latinos. Vanagloriarse de ser, es no ser. Y si lo es, hay que añadir algún adjetivo más. Se nota que estamos ante alguien que se tiene en alta estima cuando le lega el bastón de la trova argentina a un apadrinado. Gracias, Fito Páez, por dejarnos contemplar tu magnanimidad. Pero bueno, ya está, ya está… Siempre se me olvida que grabó un disco con Sabina. Este es el nivel, aunque bueno, peor sería ser Andrés Calamaro. 

Hoy estoy chistoso así que voy a contar otro: 

  • ¿Usted es nazi? 
  • Sí. 
  • ¿Y pederasta?
  • Y vos no sabés lo peor…

Me deja a la derecha de tu cuñado el usar este “racismo” para armar un chiste, pero creo que el fin justifica los medios. Además, por ser murciano te comes decenas de estos. En fin, sigo sin entender que dos de las grandes figuras de la edición Canadá sean dos argentinos. Contabilizo: 38 conciertos, 7 canadienses o medio canadienses. Hasta tres días seguidos desiertos. Si uno se tiene que ir de aquí con la impresión de haber aprendido qué es la música canadiense, no creo que pueda extenderse sin consultar ChatGPT.  Debe de ser complicado programar así, pero sobre esto hablaré en la siguiente crónica.

En fin, el chiste. Andrés Calamaro, un coleccionista de grandes éxitos con letras que sí atesoran sentido y gracia, se subió a cantar a petición de Fito Páez en su concierto. Fue como dejar a un gato en una bañera sin agua. Hasta el cámara le dijo dónde tenía que ponerse. Esto solo sería el augurio de lo que pasaría al día siguiente. Una caricatura. Se lió a tortas con un público que no lograba entender si se reía de él o le estaba dando un ictus. Dijo cosas que se han escrito por redes y no tengo intención de repetir, pero por la parte que me toca se metió con el trabajo de su técnico de luces, ¡y eso era de lo mejor del concierto! Pero lo peor, porque sinceramente, no me apetece decir nada bueno de una banda contratada, Niño Josele incluido (ojú) y un artista que en su arrogancia enarbola sus miserias; lo peor es que intenta hacerse un Bob Dylan desplazando constantemente el acento silábico de sus versos. No sé cuántas combinaciones puede haber, pero no suficientes como para que eso sea tan siquiera de interés musical. A todos se le criticará algo, pero a mí me parece de una habilidad superior versionar tus propias canciones como hace Dylan. Es entonces cuando tiene sentido desplazar sílabas, porque el conjunto goza de una idea, no de una ocurrencia. Si ya no sabes qué cantar, deja al menos que tu público lo haga.

¡Polietileno!, nos grita un vagabundo. Le decimos que sí, que es poliuretano expandido. ¡Obstruido! ¡Que no, que es expandido! ¡Os cuento un acertijo!

  • ¿Qué rueda más que una rueda?
  • ¡Dos ruedas!
  • ¿Y qué engancha más que un gancho?
  • ¡Dos ganchos!
  • ¿Y qué tienen las mujeres debajo de la ropa interior?
  • ¡Dos con leche y un cortado!
  • Y el más difícil, ¿que meto zumbeando y lo saco goteando?
  • ¡Un cubo en un pozo! ¡Malpensados!

No deja de sorprenderme el ingenio de la gente. Dice Fernando, el hombre descalzo con el que estamos hablando, que fuma colillas del suelo para olvidarse de que tiene hambre.

Fotos y collage de An Martínez.
De izq a drch: Martha Wainwright, November Ultra y Gabi Hartmann

El patio del CIM

Hay una cosa que me ruboriza hasta escribirla, y es la autodefinición. Uno tiene que decir a qué se dedica o describir someramente quién es. No tenemos tiempo de tomar café todas las mañanas. A veces siento un concierto como este tipo de entrevistas. En poco tiempo hay que conformar una imagen. Es horrible ser tú el músico y enfrentarse a ese examen. Por eso valoro tanto a los que improvisan o no tocan su último disco, o arriesgan en pos de lo que son en el momento presente y no el pasado o el futuro. Es un hecho constatado que, produce menos vergüenza decir “Sara Zamora es la nueva voz del jazz” que leerlo. En el programa de mano dicen esto de Gabi Hartmann y aunque tiene la clase de Diana Krall y la suavidad de Julie London, carece del ingenio de Cécile McLorin Salvant, por poner un  ejemplo. Es peligroso sentenciar estas cosas, porque pueden condicionar un concierto hermoso a algo que tendría que ser y no tiene por qué ser, no al menos hoy.

Gabi tiene una voz frágil, un scat dulcecito, amor por la MPB, por la música africana, por el swing y un imaginario que tiene un cierto aire cinematográfico. Todo esto fusiona excelentemente, y empaca en un proyecto ligeramente original. Hasta su diferenciación es suave, y eso, no sé por qué, me produce tranquilidad y agradecimiento. No hago ni el bien ni el mal. Podemos ser amigos o no. Todo está bien. Y te sonríe. Y su guitarrista, con el que toca por primera vez, tiene ese pulgar tan africano, tan a lo Wes Montgomery tocando a las 4 de la mañana para que no se despierte su mujer, que por poco no me acuerdo de que Gabi ha colaborado con Julian Lage y podríamos estar disfrutando de ese otro dúo. No sé si te recordaré, Gabi, pero me gustaría hacerlo. 

A los que nos dedicamos al mundo del espectáculo nos cuesta abstraernos de esas cosas invisibles que ocurren en el escenario. Es notable el poco interés de los músicos y las empresas de espectáculos por las luces. Creo haber contabilizado un total de 24 cabezas móviles (focos) sobre este escenario, pero ningún artista trae diseño y los operadores de la empresa no se implican. Digamos que hasta aquí no hay más que decir. A ninguno le importa y ninguno discute. Pero como espectador y diseñador de iluminación que ha recibido decenas de artistas internacionales en su teatro, no puedo evitar sufrir al ver cómo se maltrata la puesta en escena día tras día. Me gustaría sugerir desde este humilde lugar, la inclusión de una figura que diseñe o promueva montajes sencillos ad hoc. Los lenguajes no verbales afectan a la psique muchísimo más de lo que pensamos. Un festival que piensa en esto es un festival agudo.

Algo así pensó November Ultra. Se trajo a Salomé; su lucera, y fue la única puesta en escena meritoria sobre este escenario. Pero esto no se piensa de forma consciente a no ser que la propuesta sea buenísima, así que dejo de hablar de luz y me centro en el III Premio Paco Martín a artista revelación de las músicas globales que se entrega en este escenario. La francesa, ataviada con un traje de plumas rosas, faz purpurinesca y una lindísima sonrisa de Famosa, se acercó al micro y dijo: ACHO, MUCHAH GRACIAH A TOH. A esto le siguieron continuos agradecimientos en el murciano huertano más profundo que ¡otro murciano! pueda imaginar. Por un momento pensé: es una broma, es una gemela o una doble. Claro, es lo que tiene la desinformación. Llegas sin saber que tiene ascendencia huertana y te da un soplo en el celebro. Yo no sé si es que soy tonto o me he saltado algunas clases de humor, pero no me hace gracia que hable todo el rato de los comentarios en Instagram que le deja su abuelo. O sea, sí, es muy entrañable, y por contraste entre el preciosismo de sus canciones y su voz plumífera, te saca una carcajada cómplice, un “qué majica es la jodía”. Pero tras 5 de esas ya empiezo a escuchar las risas porque yo ya no las profiero. Pero bueno, esto, como las luces, no le importa a nadie. Hay que hablar de música, hay que describir el concierto, hostia. Mélanie Pereira, rebautizada como November Ultra, posee una de las voces más penetrantes del panorama actual. Su calidez y dulzura, pueden recorrerte el gollete acariciando cada terminación nerviosa hasta clavarte inesperadamente en la yugular, diente a diente, el ímpetu de la copla. (Puedo seguir periodístico. Y sigo.) Tras una carrera meteórica, la artista ha sido premiada por partida doble no solo aquí, sino en el país vecino con el Victories de la Musique. Para que os hagáis una idea ahí han premiado a Jane Birkin, Françoise Hardy o Carla Bruni. Y no sigo porque os da un patatús. Vamos, que su disco Bedroom Walls no es cosa menor. O como diría Rajoy, es, por contra, cosa mayor. 

Mélanie nos está dejando una retahíla de recursos justos y maravillosos. Cuando toca el teclado, cuando loopea su voz, cuando toca la guitarra y mete los bajos a terceras con el pulgar, es sencillamente una maravilla. No puedo decir más. Quizá, porque soy gilipollas, me pregunto si el artista son sus canciones o sus conciertos. También si esta disociación entre el personaje y la persona atiende más a una contaminación estilística que a una intención. El horror, la risa y la pena, salen por el mismo sitio, pero no respiran el mismo aire aquí que en Portugal. Y sobre todo, la música no solo pueden ser tus problemas. La música es algo más. Sucede que encerrado en casa nada sucede. El tormento es uno, y los problemas cientos. Al cruzar un semáforo o al decir “no llevo un euro”. Lo demás da para un disco y no sé si más. Estoy cansado de escuchar voces bonitas, estoy harto de oír a Silvia Pérez Cruz todos los años deshacerse en vibratos en este festival; cansado de creer en las nuevas mesías del canto; harto de que nadie sepa contar la verdad con la voz rota de tanto llorar.

Y entonces apareció Martha Wainwright. Mirad, no soy ningún fan, no soy un hater, no lo soy, joder. No me gusta nada el country, ni el irish folk, ni el canadian folk ni…, jamás me terminaré un disco de Martha Wainwright, pero lo que hizo el 18 de julio en Cartagena, es lo más auténtico que he visto. Esta mujer, ESTA MUJER, canta jodida, canta media rota y medio entera. Tiene unas historias que nadie querría, tan solo sus fans. Un amigo siempre me decía: Fran, sufre, que pueda escucharte tocar bien la guitarra. Esto pasa, aunque no debería pasar. Pero, bueno, pasa, yo no he creado al ser humano. Ni tampoco he doblado por la mitad al bajista de Martha. Está ahí que no puede encorvarse más y más, está tan metido en la mugre que se le ha olvidado lo que es un ángulo recto. Martha y él se han ido al Portús. Es la primera vez que se ven en pelotas y dice que ahora se siente mucho más unida a él. Yo también he estado ahí y no la he visto. Es lo que tiene la desinformación… 

Me pregunto qué es más difícil, ¿estar sometida a los cánones de belleza femeninos y a las RRSS en una sociedad machista o ser una mujer de mediana edad tratando de cantar canciones de verdad en una sociedad machista? Cuenta Martha que tuvo una crisis con esto, y lo cuenta a las claras y lo canta a las claras. Y su guitarra no suena ni bien, y su banda no es ninguna maravilla, pero lo tienen. No sé de dónde leches viene, pero tienen la música, tienen la intención. Hay más música aquí que en cualquier gorgorito de las nuevas voces del mundo. Se nota, se siente. No tienes que saber armonía para sentir que hay una estructura compleja, una preocupación escrupulosa por la composición. Es la educación. Siempre es la educación la que preocupa al vástago. Viene de familia; el talento ya es cosa tuya. 

Fotos y collage de An Martínez
Crudo Pimento

PLAZA DEL CIM

Me dice Paco Frutos: he ido a ver nuestro escenario para mañana. Son unas tablas tiradas en el suelo. Efectivamente, lo eran y estaban al sol. Hay cosas que de verdad no entiendo. ¿El escenario Somos de Aquí significa: toca ahí mismo, a las siete de la tarde de julio comiendo sol y lo del escenario ya lo vamos viendo? En realidad no hace falta montar tarimas, con coser un suelo de DM es suficiente, pero no una madera podrida y mal puesta. De verdad. La organización ni siquiera es capaz de conseguir un micro de solapa para que suenen los pies del bailaor. 

En fin, al igual que no me gusta el country, Crudo Pimento es mi banda fetiche. Aquí debería acabar la crítica si yo fuera una persona decente porque la crítica estaría más que influida por mi idolatría a este proyecto, pero creo que puedo decir algo sin que se me vea el plumero. No hay nadie que aúne con tanta maestría la sabiduría de los folclores, los géneros, los movimientos musicales urbanitas, el ingenio, la armonía, el ritmo, el puto ritmo y la producción. Ese es Raúl Frutos, un tipo que toca como si la música le debiese algo. Es increíble, no hay nadie a su altura, es colosal. Verlo a él enfrentarse a todo eso y a sí mismo invalida todo lo demás que puedas ver y escuchar al instante. Para colmo ha compuesto, producido y grabado El Carmen 13:7 que a mi juicio tardará en desbancarse como el mejor álbum compuesto en la Región hasta la fecha.

Pero… Todos estábamos de acuerdo antiguamente en que era mejor ver un directo de Crudo Pimento que escucharse un disco en casa, pero ha dejado de ser así. Los discos han mejorado muchísimo y el directo ya no está a la altura. Siempre fue y sigue siendo distinto. Siempre un nuevo riesgo, pero la asonancia se está apoderando de todo. Los enlaces entre temas suenan forzados, el batiburrillo de sonidos es abrumador, no es ruido, es caos. A penas se entienden ciertas cosas. El imposible prosperar de cara a un directo si no se delega en los profesionales que están en el control de sonido. Aunque entiendo que dada la delicadeza de todo es complicado, pero cuando uno quiere controlarlo todo, realmente está perdiendo el control de la situación. No entiendo esos samples de Albert Minot que vienen y se te clavan en el oído. Están fuera de lugar. Sí me gustó Pablo Egea. Sí me gustó Paco. Aunque dudo que ninguno de los dos escuchara lo que estaba haciendo. 

Fotos y collage de Andrea Martínez
De izq. a drch. Queralt Lahoz, Awakate y Yousra Mansour

Queralt Lahoz. Bien. Correcta. Aunque me gustaría que me sacara una navaja y me la pusiera en el cuello y sin embargo saca un abanico arco iris.

Rubén Blades. Repitiendo escenario y formación, pero ni una sola canción. Con tanto repertorio y tanto talante cualquiera… Grande entre los grandes. No hubo mucho baile, pero aquello sonó como tren. 

Y Bab L’Bluz. Lo mejor. Estoy sediento de esto. De proyectos distintos. De perder de vista la batería tocada como un occidental, de escuchar ritmos que no sé bailar, que no entiendo del todo, que no sé predecir. Todo lo que este festival ha prodigado y a penas se ve ya. Se mueven entre la psicodelia, el rock y la música gnawa. Tocan el guembri, los crótalos bereberes y la batería pero tocada como un moro. Yousra Mansour canta, solea y agita sus rizos. Tocan pellizcando hacia arriba y abajo el guembri, y mientras no se baila se pisa flojo, pero la intensidad aumenta. Esto es así, victoria por desesperación, si no eres capaz de aguantar la misma rueda de dos acordes durante diez minutos date por muerto.

Andrea le ha liado un cigarrillo a Fernando, el vagabundo descalzo. Mientras se lo fuma nos explica cómo pinchar la luz y el agua. Clavas una aguja caliente en el contador y deja de correr el reloj. Dice que él no se droga, pero la uña del meñique le llega hasta la nariz. Dice que era pescador y que tiene los nervios destrozados. Se toca el hombro, la cadera y la pierna. Le dice Andrea que yo también tengo esa enfermedad y se ríe, se ríe muchísimo. “Amigo, acuérdate de mí. Eso no se cura, va a peor, mírame a mí. Cuando nos veamos nos cogemos del brazo y vamos caminando las dos viejecicas como dos lisiaos.” Si no fuera porque es tan gracioso me echaría a llorar. En unos años (espero que muchos) quizá no pueda mover las manos. Ya estuve dos sin hacerlo. En ese tiempo aprendí que toda la música que no toque se perderá. Y bueno, viendo lo visto, quizá no sea tan grave. Nenica, a ti te gusta mucho tirar el carro por las piedras. Le vas a pinchar las ruedas.

Fotos y Collages de Andrea Martínez.

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