Erik vive, decidle que no he muerto

Me gusta salir al balcón de la Terol. Suele haber dos opciones: o está la luna o están las nubes. A veces no sé si una con las otras. Ayer estaban ambas. Ellas hacían un colchón estriado y el calor de ella se extendía por sobre sus texturas como un charco que empieza a brotar. Terminé Pedro Páramo y ahora los muertos me hablan, me hablan como si estuvieran vivos y yo los veo. Ahí, tras la loma. Se lo digo a la Terol: «me persigue ese “Erik vive, si lo veis decidle que Erik, vive, que no está muerto”». Nos santiguamos y cerramos la ventana.

Por el ventanuco se cuelan dos tristes rayos de luz. Hay tres momentos en el día. Empiezan por un costado, chocan en la pared, y vuelve la oscuridad. El tiempo que tardan en caer al suelo es infinito. Lo sé porque no puedo pensar en otra cosa que no sea verlos reflejados en estas piedras negras. Cuando las alcanzan encuentro un leve consuelo, pero en seguida desaparecen y después reaparecen en la pared contraria. Hay días que no vienen a visitarme, entonces solo espero a que me den algo de comer. Como solo para poder esperarlos de nuevo. Poco importa lo que el frío o el calor tengan qué decir. ¿Qué hay entre medias? La pared, el suelo y la pared. Ellos tampoco hablan, poco dicen, a poco saben pero los atesoro. El vasco me ha preguntado qué hago aquí. Le conté que metía droga envuelta en papeles de caramelo y me iba a la puerta de los colegios a dárselos a los niños. Casi me arranca el bigote. Debe tener un sentido del honor que no entiende de bromas. El muy maricón llora por las noches. Llora por su mujer y por su hijo. Lo quiero. Por qué no iba a hacerlo. Dice que esta noche va a pasar algo importante. Los maricones dicen tener una intuición especial.

De parte de Dios te aviso que trates de confesarte si no quieres condenarte.

Poco he aprendido aunque los curas siempre nos decían eso al paso del Cristo. Yo no me encomiendo a ninguno y aunque estoy preso soy libre. Uno que ha perdido la noción del tiempo al privarle el horizonte que nace y el horizonte que muere. Oigo llorar al vasco, oigo mis tripas queriendo escupir las limosnas que le echo, pero hoy oigo tambores y oigo silencio. El vasco, que lo sabe, se agarra a las rejas y le grita a Dios.

                        En la reja de la cárcel (1)                               Todas las madres tienen penas

       al pasar el Nazareno                                       pero la tuya es mayor

       le dije: ¡Jesús del alma!                                  porque lo lleva dentro

       y al instante quedé asuerto.                             al Divino Redentor. 

 

No se sabe de dónde vienen. La saeta es un canto que recoge el flamenco y exalta el fervor de la historia andaluza. Puede que venga del s. XVIII de la mano de los franciscanos. Poco importa. Puede que fuera Enrique el Mellizo en Cádiz y luego Manuel Torre en Jerez, o eso conjetura el exiliado Paco de caí. Eso sí, de ahí vienen las carceleras que el mismo Paco escuchaba salir de los muros a tan solo unos minutos de su Puerto de Santa María. No es sino un clamor del pueblo que a oídos de un llanto desconsolado hacía que uno de ellos, el que mejor la cantara, saliera absuelto, por supuesto, de un crimen menor. Erik sigue dentro.

Ahora caminamos por Granada. Llevamos más de una semana tostándonos al sol con poca comida, poca bebida y menos dinero. No hemos dormido bajo techo desde que saliéramos de casa. Nos para un mendigo, nos pide una limosna y nos invita a dormir en el mercado de San Agustín. Conoce al vasco. Por él han pasado los años en los que huyó de Murcia dejando atrás dos hijas y una mujer. La razón, una mentira: vivir la vida, pasarlo bien. Dios sabe que ser el señor que regala caramelos en la puerta de un colegio es una mofa a sí mismo revestida de vergüenza y revancha. Compartieron la cárcel y ahora comparte un mensaje con nosotros, uno que nunca hicimos llegar a su destinatario. «Erik vive, decidle que no he muerto». Pero hace unos meses se tiró por la ventana. Y con él muerto muere el mensaje sin morir el mensajero que aún lo carga.

Los rayos han vuelto a la pared, volverán al suelo y de nuevo a la pared. Ojalá pudiera yo también llorar para hacer más grande este cubículo. Ojalá fuera más grande mi fe pues la falta de ella me tiene aquí muerto. Cristo de San Telmo y de cerro fuerte, ¿por qué te llevan como si fueras un mal ladrón? Las palabras se me escurren entre los dedos y no puedo llevarlas a mi boca. Si pudiera tragarlas, si las manos solo me sirvieran para estrechar esos barrotes… lloraría por ti y por tus hijos, por ese Cristo del cerro fuerte, por que ni al paso ni a la imagen se lo coma el silencio. Espero al próximo redoble. No sabré cuando llega. Estaré vivo para entonces. Me llamo Erik, afeité mi bigote y ha vuelto a crecer. Estoy vivo aunque no sé cuándo. Esperad. Aquí vienen. Los veo.

COMENTARIOS:

cabriola que bonito es mi caballo dice:

18 Mayo, 2017 a las 5:22 pm

Tu tranquilo que según la historia verdadera Jesús estaba casado y su esposa era la Magdalena, la del Evangelio de María Magdalena , El Apostol, el Discípulo preferido. Y si ves a Jesús entre barrotes , déjalo, no te entristezcas, porque la Magdalena , su puta esposa, le da cobijo, historia , y eternidad…Así que la próxima vez que Erik te pida limosna en Granada , recuerda que eres un teleco que le quiere quitar el puesto de periodista a otro, mientras Erik es un rico por mérito propio al que Magdalena pone máscara de pobre para que te envanezcas un instante , que al siguiente , la mejor mansión de Betania en Jerusalen le espera para regocijo de todo aquél que libró sus batallas y se atrevió a vencerlas aún cuando fuesen por la espalda. No te preocupes por Erik , ni por su Magdalena, ni por sus hijas, preocupate más bien por Juanita Banana que fue a por lana y salió esquilada.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir arriba