Lunes, 3.41 de la madrugada. Es un poco tarde para empezar a escribir. Como en 2019, no tengo un jefe que me apremie. Tampoco miles de seguidores. Ni siquiera un blog que aspire a convertirse en la nueva sensación periodística por el hecho de publicar 5 minutos después de acabar el concierto. Esta autoimposición tiene más que ver con que echo de menos 2019. Aquel año Diego y yo decidimos cubrir La Mar de Músicas XXV al completo alojándonos en un Airbn’b de Los Mateos gestionado por un puto loco excandidato a alcalde de Cartagena que pinchaba la luz, el agua y nos gritaba todos los días que cerráramos la puta puerta de su casa, que levantáramos una viga de 500kg o que si estábamos durmiendo. La proeza habría sido mayor si escoger uno de los barrios más deprimidos de Cartagena infestados por la droga hubiese sido intencionado. La cuestión es que no. Fue un desconocimiento absoluto de la subdivisión urbanística de Cartagena. Sin embargo nos regaló una de las experiencias más grandiosas de nuestra vida: conocer a El Casero. Hoy, antes de empezar nuestra pequeña incursión de 2021 por este bello festival, hemos pasado por la puerta de su cueva. No se le oye gritar, el lugar está demasiado tranquilo. Sabemos que dejó de hospedar a gente, pero de ahí a traquear la puerta (no tiene timbre) hay un mundo. Publicamos sobre él durante 9 días durmiendo bajo su techo. Dos años después, frente al mismo escenario, Diego arranca el coche y me dice con cierto arrepentimiento: Javi, tío, perdona que te diga esto, pero todavía no sé por qué no te impedí publicar aquello. Ese hombre podría habernos atravesado con una motosierra. Sin embargo Diego sabe que de habernos ido de allí sin haber escrito aquello, La Mar de Músicas habría sido solo pasearnos por conciertos, engullirlos, tomar cerveza en vasos de plástico y largarnos sin más. Y aunque ninguno de los dos somos periodistas, NO concebimos estos reportajes como un ejercicio de estilo, ni como un regalo informativo, ni siquiera como un compromiso con la verdad. Hacer estas crónicas solo es posible desde una acomodada burguesía o como las hacemos nosotros, desde la miseria. Dice el pobre, por pobre, que el hambre es el mejor cocinero.
PILAR: Muy buena hospitalidad, y la ubicación de la casa está muy bien. Lo único malo es que había unas arañas enormes.
Querida Pilar lamentamos que hayas tenido ese problema con unos bichos que tienen tanto derecho a existir como tú, y fíjate si son buenos y educados que jamás han hecho una mala crítica de nadie haya venido a invadir su espacio. Además, se comen a los mosquitos y demás insectos molestos.
Y en cuanto a lo de «enormes»… sólo tienen las patas muy largas, nada más, y apenas se mueven de donde están. Y no te olvides que están en nuestra casa y aquí las normas las ponemos nosotros, no tú. Gracias por tu visita y recuerdos de las arañas que, por supuesto, siguen vivas… se empieza por las arañas y se termina con los judíos… Pilar pilar… Estas cosas se dicen en privado pero ya que has tenido tan poca delicadeza…. preferimos acabar contigo que con ellas.
Que tengas un buen día, spider-kill.
JERRY: This bnb is just as pictures show. Plants and patio so cute. Enjoyed all the personal touch.
Que después de todos estos consejos nos des un 3 en TODO… jerri jerry, nos quita realmente las ganas de hospedar a más tipos como tú. Que estuvistes paseando por mi casa como si fuera la tuya y cuando mi esposa todavía no se había levantado y andaba en ropa interior…jerri jerry….
Tú sí que eres poco recomendable. Eres el tercer estado unidense con el que tenemos problemas…. Vais por el mundo como si os perteneciera y, la verdad, después de ver a tu presidente… sois un algo Mac harras… Salú para seguir invadiendo. Carlos, un español que se permite hablar español en su casa… Jerrri Yerry.
Estas son algunas de las contestaciones que el casero daba en su página de AirBnb a huéspedes con buenas palabras hacia su alojamiento pero no con la puntuación esperada. Recuerdo cuando me cogió de la pechera, me puso el puño en la cara y me dijo con los dientes cerrados y una voz muy aguda: ¡¡¡Como no me pongáis cinco estrellas os mato!!! Ahora no me cabe duda de que hablaba en serio. Tan seriamente como que este hombre percibe la realidad a su modo. No me extraña que luego surjan dudas sobre quién le dio un golpe de Estado a quién. Relativizar el mundo es la mejor manera de sobrevivirlo. Eso si no eres un cabrón, en cuyo caso es la mejor manera de aprovecharlo. O si no eres un loco, por lo que la relativización es perpetua, involuntaria y problemática. En esa eterna dicotomía objetividad/subjetividad se me pasa por la cabeza esta idea: ¿Y si no percibiera el mundo tal y cómo es? Probablemente aquí tengamos el principal problema tratado en las terapias de medio mundo: cómo nos contamos la historia y si nos la creemos. Según Antonio Escohotado la verdad de las cosas solo se encuentra en el nombre de las mismas, puesto que las cosas son lo que son, a no ser que sean un trampantojo como el keso vegano o un payo de espaldas con el pelo largo y buen culo. También dice que la verdad se defiende sola. A este hilo de Twitter le responde un graciosillo: Que se lo digan a Galileo. Bueno, hay veces que tarda, pero la verdad suele alcanzar su lugar por muchos cadáveres que deje por el camino. A la crítica musical le pasa constantemente. A los músicos también. Lo normal es que éstos desprecien el criterio de los periodistas aunque sea de tapadillo. Otro gallo cantaría si hubiese más caseros por el mundo amenazando a quien no le ponga 5 estrellas en todo. No encontraríamos la verdad, pero sería más entretenido.
MARÍA RODÉS
Tras 1000 palabras de introducción llegamos a la terraza de El Batel. En ella se están preparando María Rodés y su banda. La primera vez que la escuché fue hace un mes. Me puse su primer disco y lo quité dos semanas después. Me demostró que un álbum de amor y rupturas no tiene por qué ser un absoluto coñazo plagado de lugares comunes, metáforas de parvulario y frases moña carentes de rima y ritmo. Así fue y así ES. Sentando cátedra, hostia. María es una exploradora del sonido. Su equivalente en teatro sería lo que llamamos espacio sonoro: toda cosa sonante que ayude a la narración o que directamente narre valiéndose de sí misma. Un ejemplo muy tonto: suena lluvia pero no cae agua. Otro ejemplo: hay un bizcocho en el horno a punto de quemarse y suena una frecuencia grave que hace vibrar las butacas hasta que suena una alarma y la tensión ya es insostenible, ¡el bizcocho va a arder! El sonido genera espacios, tanto de lugar como de tiempo e incluso las sensaciones que lugares desconocidos albergan. Rodés vive en cientos de ellos y es capaz de grabarlos e incluso de encajarlos en sus temas. Además firma unas letras que viven interesantísimos y complejos lugares que se entrecruzan por los pies de un gato, y que sin ser obras magnas te identifican sin recurrir a la poesía universal. No sé cómo hace para ser honesta, pero no le avergüenza. Mostrar las miserias es un acto de valentía hoy más que nunca, que solo tenemos la opción de ser chachis pirulis o criticar que otros no lo son.
Así que aquí estoy, predispuesto de cojones, temiendo que mi fanatismo me aleje de la verdad. Y en esas se acerca Miguel Tébar y me dice: claro, si ya sé yo que a ti te gustan estas artistas moñas. Hace 3 años nos dijo sobre Nathy Peluso: os habéis dejado llevar por la bragueta. Está bien, Miguel Tébar. Deja de meterme el dedo en el culo. Si yo estoy aquí es por la música, no por el idealismo romántico o el mundanal sexo. ¿NO? ¿…no…? ¡¿…no??! JODER. ¿Cómo es posible? Con mi talante y demostradísima profesionalidad, ¿estoy juzgando en positivo a una artista por cuánto hipotéticamente me gusta? ¡No! ¡¡¡No!!! ¡Me niego! No puedo ser una adolescente con fotos de los Jonas Brothers en la libreta. Joder, ¿me pasará también mañana con Rodrigo Cuevas? ¿O el jueves con Maria Arnal i Marcel Bagés? Puedo asegurar que hasta hoy lo único que había visto de María Rodés era el lomo de Una forma de hablar [2010], un dibujo lineal de ella misma. Muy enfermo tendría que estar para enamorarme de un puñado de líneas antropomórficas sin color. Pero no hay que bajar la guardia. Analizarse en estas cuestiones es más importante de lo que parece. Reconocerse en actitudes machistas y/o sexuales en detrimento de la valía de un artista. Aunque también es cierto que ambas cosas pueden confluir, me refiero a la admiración y la atracción. De hecho una buena relación parte de la admiración, no de la superioridad y eso, joder, eso genera atracción, y si encima te atrae sexualmente puesss… ¡pueessss!! Estás jodida o jodido, porque amiga o amigo, es un concierto y tú eres público. Ya está.
Venga, sigamos hablando de música, que ya oigo cómo los lectores empiezan a toser, arrastrar las sillas y reptar por el fondo para largarse discretamente. Han empezado el concierto con A la luna venidera, el tema que desenfunda Lilith [2020], un disco que dice haber dedicado a las brujas de todos los tiempos. Es decir, a esas mujeres pérfidas, casquivanas, demasiado listas, demasiado ilustradas, en fin, putas, marranas e insolentes, que tenían la osadía de querer, qué se yo, ¡derechos y libertad! Volvemos a lo mismo. María tiene talante. El mensaje es claro, pero la forma elegante. No rima melón con jamón pasado por autotune y se lo estampa en la cara a su productor para que le haga una super base trap mezclada con castañuelas y un chorrito de purpu. Escribe con la misma delicadeza de su voz. Muchos músicos componen así: se cuelgan la guitarrita, escriben algo y van cantando, van probando hasta que sale. Lo mismo no. ¿Cómo podría saberlo? ¿Entrevistándola? ¿Qué soy yo, un periodista? Seguimos en A la luna venidera. La banda crea un ambiente inquietante de masa boscosa, bruma baja y rayos de luna colándose entre alas de búhos y murciélagos. Son las ocho de una tarde calurosa y me entra un escalofrío. Me recuerda a Midsommar, una película de terror filmada a la luz del día. Una mujer bella y delicada canta suavemente mientras sucesos terribles acontecen. Por suerte no muere nadie, y aunque el espectador quiera una habitación psiquiátrica, un callejón sin salida, un pasillo angosto, largo y oscuro, la voz de María Rodés alcanza los lugares así, a la luz del día. Ni rota, ni aguerrida, ni virtuosa.
El técnico de luces sigue esperando con los brazos cruzados a que el terrorífico sol le deje trabajar. María aprovecha para preguntarle a las últimas filas abrasadas por el Lorenzo que si se han traído cremita. Se tiran un buen rato con el chiste hasta que alguien hace ademán de levantarse a pegarles una guantá a toda la banda [fantaseo], pues entran en comunión tanto para reír como para tocar. Es sencillamente sublime. A la mierda el bajo, Marta Roma afila y pellizca su violonchelo. La guitarrista flamenca Isabelle Laudenbach está tocada con la varita de la elocuencia, pues es capaz de empezar con unas falsetas aparentemente sencillas, continuar con una cumbia y terminar con un swing sin que te des cuenta. La guitarra eléctrica de Marina Tomás procesada por pedales y cachivaches, consigue ambientes y sonidos sin tener plantado delante un horroroso Mac. Y por último, el casero. Su nombre artístico es Pep Pascual pero físicamente es como el casero con una ducha y un corte de pelo.Tampoco tiene mala hostia. Se pasa el concierto sonriendo con el mentón hacia arriba. Tiene, además de buen rollo, un clarinete, panderos, panderetas, ollas, teteras, conchas, una botella de anís, flautas de émbolo o un serrucho sin sierra. Todo este arsenal es hasta poco teniendo en cuenta todos los ratoncillos multiinstrumentistas que tocan en los discos.
Diego lleva un rato quejándose de que le van a picar los mosquitos. Aunque sean las dos de la tarde de un 3 de diciembre se quejaría de que lo están acribillando como si estuviera desnudo en la albufera de Valencia al atardecer. Es raro que Diego no se esté quejando de algo. Diego ha levantado muchos flight-case, pero lo que le jode es que le piquen los mosquitos. A mí me jode no coger nunca el setlist, puesto que tocaron un tema, un experimento, en el que invitaron a desear algo. Marina Tomás deseó que se fueran los mosquitos. ¿No podía haber deseado otra cosa? Cómo me jode darle la razón a Diego y a sus putas quejas. Lo bueno es que esta vez no me ha dicho: vaya una mierda gorda a las que me traes. Le está gustando. Incluso es capaz de mantener la atención cuando María explica durante un rato lo que es una Enana Negra. ¿Sabéis lo que es? ¿Os lo cuento? Na… mejor os cuento que Eclíptica [2018] surge de un inusitado interés por la astronomía. Su bisabuelo era un Galileo del siglo XX; aunque él ya podía observar el cielo sin miedo a que lo ataran a un palo y le pegaran fuego. Lo hicieron bien, como todos los temas que tocaron. ¿Qué os voy a decir yo que desde hace un rato he decidido quedarme embobado mirando al cielo?
Isabelle Laudenbach es la hostia. En el tema ese de la bruja soltera [sí, ese] crea una guitarra que me atrapa más que la voz de Rodés. Supera desde el arreglo a la obra. En otro momento del concierto se da un paseo por los sets de cada músico y se permite tocar el caldero y los pedales de Marina Tomás. La banda no es solo buenísima, sino que se lo pasa de puta madre. Yo sí me creo a María Rodés. A pesar de cumplir con el estereotipo de mujer de piel blanca y fina, con voz suave y aterciopelada, que a penas mueve un músculo en el concierto, y será por supuesto frágil e indefensa necesitada de un viril hombre, tiene un mundo interior que no tiene que ver con lo aparente. Se demuestra en los hilos tejidos a rueca de sus canciones y en los engranajes sin aceite que chirrían cada vez que acciona una de sus finísimas cuerdas vocales. Tuve una novia que perdió un pedal de voz suyo. Lo repetía siempre: era el pedal de voz de María Rodés. Qué error no haberle preguntado quién era y fingir orgullosamente que lo sabía y ni aun así buscarla al llegar a casa. Qué orgullo tonto. Y así, mientras versiona Si me das a elegir [Los Chunguitos] y pienso en mi ex, se acerca Miguel Tébar y me dice: ahí te quedas con las coplas. Yo me voy a Rocío Márquez, que eso son palabras mayores. ¡Maldito, Miguel Tébar, siempre por delante! En una cosa sí le doy la razón. Se le quedan grandes. Le pasaba lo mismo a la ex que tenía su pedal y sus mismas ganas de cantar estas salvajadas. Supongo que hay óperas que solo pueden cantarse con 4 octavas de registro vocal. No es culpa de nadie.
ROCÍO MÁRQUEZ
Ya hemos llegado. Estamos en un costado del escenario. No vemos la mitad del escenario pero no importa porque solo hay tres seres sobre él: Juan Antonio Suárez ‘Cano’ o Canito, Rocío Márquez y una masa de humo que me hace dudar de que los otros dos estén. A Rocío hay que verla siempre. Esta es la cuarta de un servidor. La primera fue en el TCM. Le acompañaba Miguel Ángel Cortés en El Niño [2014] aquel disco colaborado con el Niño de Elche -muy presente en este festival-. Yo creí que era imposible superar aquello, pero lo hizo en 2017 cascándonos un disco flamenco sin guitarra: Firmamento [2017]. No contenta con ello coge a Fahmi Alqhai, sus violas da gamba y los pone a coserle un traje a su cante en Diálogos Viejos y Nuevos Sones [2018]. Los vi de reojo casi en el techo del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Vamos, en los asientos baratos. Lo que escribo sobre Rocío siempre es igual: su capacidad para generar proyectos muy preciados y su gran personalidad. Eso es algo que me consta que ella valora en los músicos, pues así son todos con los que colabora, arrolladores. Me hace pensar un poquito en quién es el inversor principal de cada uno.
El Canito es increíble. Cómo toca. Le falta una chispa de pulgar, pero el molinillo y el deo índice y el corasón, te quitan el hipo. Al tipo le gusta tocar de pie. Probablemente sea lo más parecido al toque barbero por la posición, aunque lo más distinto en cuanto a sonido. Hacía tiempo que no veía a alguien moverse tan bien por el mástil. Como dice la canción Tiene son, tiene sabor. Y es que corretear por los trastes puede casi cualquiera, es cuestión de horas, pero hacer la rayuela es más complicado.
El dúo consigue una solemnidad fastuosa. Impresiona. Impresiona ver la talla, que se eleva enorme ante ti. No sé cómo explicarlo, se percibe. Son capaces de moverse tan lentamente que deberían estar temblando y no lo hacen.
Comenta Rocío que han venido a difuminar fronteras. Lo mejor que podría decir de Visto en el jueves [2019] es que a pesar de llevar un set tradicional no es nada ortodoxo. Y quizá sea esa la frontera que aparece y desaparece. El disco es una maravilla. El directo no tanto. Iba yo al CIM pensando en haber desarrollado con los años una especie de afasia auditiva puesto que en aquel concierto con viola da gamba y estando tan lejos la escuché desafinar una y otra vez. Le he dado muchas vueltas. Rocío se mueve por cuerdas flojas flojísimas y afinar una música plagada de melismas y microtonos es complicadísimo por lo que no me pareció raro que mi oído la malinterpretara. En el peor de los casos que fallara o tuviera un mal día. Pero el fantasma se me volvió a aparecer. Me tiré medio concierto preguntándome qué me pasaba. Hasta que recibí un mensaje de Manuel diciéndome: ¿soy yo o está fuera de tono? Al salir el silencio era tenso. Todos querían decirlo pero les frenaba la vergüenza de quedar como gilipollas, hasta que Manuel lo soltó sin tapujos: estaba desafiná. A partir de ahí se hicieron dos bandos: los músicos que opinaban que sí y los oyentes que opinaban que no opinaban porque no se habían dado ni cuenta y nos llamaban tiquismiquis a los demás.
Le pregunto a Manuel si estarán afinados a 442Hz y me dice que al menos uno de ellos sí. También le digo que igual no se da cuenta de que desafina, y él me contesta que sus acompañantes deberían decírselo. Le pregunto si alguno de los veinte que la han saludado lo han hecho. Me dice que no. Y no puedo evitar sentir aprensión. Es mejor decir las cosas con cariño que enterarse con violencia. Pero qué sé yo. Es la cuarta vez que la veo y es la tercera que la oigo desafinar. Si yo fuera un amigo ya se lo habría dicho sobre todo para que al salir de los conciertos pensemos solamente en el gran favor que le hace al flamenco y no en si el cuarto de tono estaba por arriba o por debajo.
Javi no sabe cómo terminar la crónica y está muy cansado de tanto viaje ida y vuelta a Madrid, así que me dice que lo haga yo. Me llamo Diego y soy un quejica profesional -o eso me dicen-, no sé qué decir, supongo que es cierto.
En lo único que pienso es en si realmente se va a notar tanto el cambio de sistema a una cámara sin espejo, la maldita Nikon D600 montada con el teleobjetivo debe pesar al menos 5 kilos y mis dos hernias de espalda me dicen que así no voy a durar mucho sin partirme en dos, así que pienso en esa Nikon Z6 que está a punto de llegar, ven pronto y regálame un algo de salud, por favor.
Fotografías y cierre de Diego Montana