Hay una forma muy sencilla de ponerle los cuernos a tu pareja. Una trampa legal de la que existe en cualquier sistema político y conocen los más pícaros. Tan solo has de cortar con tu novio/a tantas veces como ganas de practicar el coito con otras personas tengas. De este modo, nadie podrá decir de ti, «qué hijo/a de puta que lo/a engañaba», ni tampoco del engañado «pobre cornudo» más bien «pobre gilipollas…». Porque hay que ser gilipollas para que te peguen alguna venérea y no estrangular con tus propias manos al susodicho mientras niega. El mundo está lleno de malas personas que siguen vivas. Tú, yo, aquel que se fue… podríamos ser algunas. Nadie nos ha ajusticiado. ¿Os imagináis a Izal o a Second o a Lori Meyers cantando sobre el día que invitaron a churros a la chica que le acababa de pegar una ETS? Hostia, eso sí que son cosas duras… Igual en vez de esquivarlos en las recomendaciones de Spotify, los guardaba en una lista. Se trata del compromiso. Escribir un poema y cantarlo es un acto político. El Cabrero ha vivido entre cuernos, pero lo que le han puesto realmente es la zancadilla. Recuerdo aquel casero que tuve el verano de 2019 a tan solo unos kilómetros de La Unión. Me dijo que, si el pueblo gritara más, si la gente no se quedara callada como imbécil, el mundo sería un poco más justo, pero que vamos a un bar, nos timan y todavía damos las gracias, cuando tendríamos que darle una patada a la mesa y un puñetazo al jefe. El Cabrero es de los que la arman.
He llegado sin entrada a la puerta del Mercado Público de la Unión aka Catedral del cante. El taquillero no quiere venderme de las baratas porque dice que no voy a ver nada y yo creo que es una estrategia para endosarme las caras, pero no tengo dinero así que voy a un cajero. De camino un bebé de 18 años, 90kg, tupé fijado con saliva de su madre y camisa de marinero, hace las veces de tipo chungo en reventa. De las primeras cosas que me dice es que las entradas no son falsas, pero estoy en La Unión y de lo que menos me fío es de alguien que me asegura que lo que me quiere vender no es falso. La negociación es vertiginosa. Empezamos en 55€ y ya vamos por 30€. Es fácil regatear cuando no tienes dinero. Cuando estoy sacando 20€ un tipo por detrás hace como que se raja el cuello. La madre del bebé que ha venido para cerrar el trato le espeta: «seguro que las tiene más baratas…». Me acerco al nada sospechoso señor y me dice: «NENE, ¿QUE TE VAS A QUEDAR TÚ SIN VER EL CONCIERTO?? Y UNA MIERDA. TOMA DOS ENTRADAS, PA’ TI Y PA’ TU POLLA». Mi polla no necesita ninguna entrada, pero yo la voy a disfrutar como si sí.
Si no fuera porque llevo un tiempo viendo al Cabrero en YouTube me asustaría de que estuviese tan quieto. Bueno, me asusto, como casi todos los presentes. Por eso cierra honrosamente su carrera con esta gira, para no ser un cadáver paseado en trono por los escenarios de un lado a otro de España. Los que estamos en los laterales del Mercado solo escuchamos el aire acondicionado, así que por delegación de sentidos, hay dos cosas que llaman nuestra atención: sus manos y sus ojos. Pequeños y cóncavos. Son los ojos de quien ha visto la vida al sol y ahora ve las sombras. Ojos sabios que solo se ven en los pueblos. Aunque yo jamás le lleve la contraria a Facundo Cabral, sí creo que el aspecto es otro relator más. Si José Domínguez tuviera que salir al escenario en silla de ruedas, no lo haría; en embargo, nos permite ver esas manos rectas que ya no dobla. Ese gesto de cerrar los puños que les nace a los cantaores cuando llegan a lo alto de la cima, al Cabrero le salía natural –o eso creo–, pero hoy apenas se doblan. Excepto los de los laterales, nadie se fija en las manos aunque la kinésica las incluya en sus estudios. El cómo se disponen las piernas al sentarse, los brazos, y los ojos, los puñeteros ojos. Que sí… «[voz profunda] Me puedes mentir, pero tus ojos dicen la verdad…». A cuántos ilusos le habrán pegado una venérea después de haber dicho esa frase… Las manos. Con las manos se hace casi todo lo útil y bello de la vida –a no ser que no tengas–. Las del Cabrero son sumamente expresivas, aunque ni gesticulen. Son las mismas que le han servido para trabajar las que aprueban si está cantando mejor o peor. Un hombre tan auténtico se juzga con más dureza de lo que lo hacemos los demás, porque «¡¡este hombre es un prodigio de la naturaleza!!» (dice el jefe de Diego y productor del evento). Lo primero, por superar las barreras políticas del flamenco más conservador, y segundo, para estar 54 años después de eso dejándose las tripas sobre el escenario.
Nadie se acordará ya de Martin Fierro. Ese gaucho borracho, pastor, desertor de las milicias argentinas que acabó siendo un huido pendenciero, trovador y justiciero. Hasta TVE le hizo una serie. En ella pueden verse duelos de payadas entre malhechores y un Martin que para los españoles encarnaba José Larralde. Nadie paya como el argentino. En dos versos hay más oro que en todas las iglesias de Malta. Tiene el Cabrero mucho de payador, mucho de gaucho. Lo primero, porque pastorea, y segundo, porque odia al que oprime. Esto ya se resuelve de varios modos: a tiros o a plumazos. El Cabrero lo haría a plumazos, pero ni escribe; como versa su cuenta de Facebook, solo dicta. Vamos, que o apuntas lo que dice, o tú que seguramente tengas menos memoria que él después de un ictus, lo olvides.
No tarda mucho en soltar la frase que casi todos esperamos. «Señores, por fandangos…» Baja la cabeza poco a poco, respira, masca el embate, y da todo lo que le queda. Pero hay un momento, un lapsus, «No me hablen de igualdad mientras haya un hambriento…». Lo intenta hasta 2 veces, tres no. El público aplaude, él se queda quieto y se calla, parece que está acabado, lo han empitonado y se desangra en la arena, y cuando lo van a sacar muerto, a porta gayola, le roza el lomo al cabestro y vuelve al centro. «Ya se encargan el capital la monarquía y el clero de que haya desigualdad». «¡Un prodigio!», sigue diciendo el jefe de Diego. Para acabar se atreve el muy suicida con un martinete. De pie, detrás de su silla y a sola voz. Sí, se le va, a veces no llega, ¿y? Es honesto: «Señores, me retiro ya porque me duele hasta el diafragma…».
«Estamos prisioneros carcelero…». Ahora entiendo por qué me vino a la cabeza Martin Fierro. Borges, Horacio Guarany… Hay mucho latinajo, mucho trasvase reivindicativo de los pueblos. También mucho humor. «Cómo voy a creer que Dios hizo el mundo en 7 días si en alicatarme el baño han tardado 2 semanas». Ya no se caga en Dios, aunque podrí… bueno, tal y como se están poniendo las cosas no estoy tan seguro. Igual lo vuelven a meter en la cárcel. Eso sí, bien perfumado. Algo bueno debe haber hecho el Alcalde del PSOE para repetir legislatura, porque tener de aquí para allá en el escenario al Cabrero y endosarle un perfume como obsequio del festival, es para apedrearlo en la feria y no a un gallo. Las señoras más maleducadas se tronchan de la risa aunque todos vamos perfumados. Nos han regalado un frasquito al entrar. No se me ocurre cierre más garrulo para despedir de los escenarios a una leyenda viva. Antes de irse repitió una coplilla: «Tienen los hombres la sangre más roja que la amapola. Si alguno la tiene azul que la tire o se la cambie, para ser como yo y tú». Se fue riéndose. La única risa del concierto. A él iban a jugársela…
Cerró Samuel Serrano. Me lo vendieron peor de lo que era. El tipo resuelve conciertos con bastante solvencia, aunque puede tener el San benito de Rafa Nadal: juventud y mucho músculo. Le sube la bilirrubina en cada sílaba. Se dejó hasta la cartera sobre el escenario. Dice Paco que cuando tienes esa voz o te lo dejas todo o no te comes nada. En apartado letras, bueno… Mucha virgen, mucho toro, o algo así, porque poco se entendía entre tanto adorno. Eso y que parecía Judas. No paraba de señalar con el dedo a alguien del público al que debía odiar mucho. Hasta la cuarta fila estuvo sacando ojos a los que estaban por delante de él. Pobre gente… Normal que no le pidieran un bis, estaban pidiendo una ambulancia.
Era mi primera vez. Para ser una Catedral se oye y se ve regular. Entre silla y silla a penas cabe una rodilla. Imaginad las tensiones que se crean cuando uno pide paso. El aire acondicionado debería estar anunciado como cabeza de cartel de todas las “galas”. Si un festival llama a cada noche de conciertos “gala” y tiene dos pantallas gigantes para un aforo de 1000 personas, sospecha… Al menos no tiene un puesto de churros en la puerta y entre manso y manso sale un gaucho.
Fotografías de Paco Frutos