A ciencia cierta nadie sabe lo que es un “cronopio”. Cortázar los explicaba como unos seres «verdes y húmedos», aunque prefiero quedarme con su otra definición: «Un cronopio es un dibujo fuera del margen, un poema sin rima». El Cartagena Jazz festival se suele llenar de cronopios, y no fue para menos el viernes, cuando Jorge Pardo exhibió un lienzo lleno de seres verdes como el pecho de un flamenco, húmedos como la garganta de un saxo.
¿Cómo le gustaría a un músico de jazz que escribieran sobre él? Premisa:
<<Jorge Pardo presenta «CUMBRE FLAMENCO LATIN JAZZ» Jerry González, Javier Colina, Antonio Serrano, Caramelo, Rycardo Moreno, Israel S. «Piraña».>>
Si bien es cierto que todos participan de un proyecto común, el narcisismo cubre con su manto este estilo. Entonces, ¿cómo le gustaría a un músico de jazz que hablaran sobre él? Pues ni idea, pero partamos de la base común: ellos tocan solos.
CAPÍTULO 1. El cristiano Rycardo Moreno.
El coliseo está lleno y las gradas jalean gritos mortuorios. Se abre la trampilla y de un empujón lanzan a Rycardo Moreno que tiembla por dentro para no darle el gusto a la Roma traicionera. Algo tendrá este guitarrista que, durante 5 minutos, hace olvidar la sed de sangre. Le aplauden, sí, pero no el resto del concierto. Al parecer nadie se ha dado cuenta de que este guitarrista es casi el único que tiene jazz en sus manos. Un diamante en bruto que por falta de trayectoria es ajusticiado por los leones y los romanos que por unos días han tomado Cartagena.
CAPÍTULO 2. Caramelo se vuelve blanco y argentino.
Los festivales a veces te dan sorpresas. Por ejemplo, el pianista que fuera bautizado por Enrique Morente como «Caramelo de Cuba» de repente perdió el pardo de su piel y ganó la nacionalidad argentina. Su ausencia debió ser porque andaba tocando con Diego «el cigala» en Maracay. Sin embargo el festival, hasta donde yo sé, no avisó de que en su lugar tocaría un Federico Lechner correcto pero inadvertido. Algo que tampoco ayudó fue el pésimo sonido que este teatro es capaz de sacar a los pianos que lo visitan.
CAPÍTULO 3. Israel S., la “piraña» carmesí.
Si lo llaman así por comerse las tapas de los cajones, me lo creo. “El piraña” es un tipo que no dejaría con vida ni al árbol milenario de la fuente de la vida. Él es la fuerza bruta del concierto, la juerga y el cachondeo, es quien aúpa a Rycardo cuando más tímido solea, y es el tío que, con manos desnudas, ataca al cajón intercalado con las piezas más básicas de la batería, para darle al jazz la dimensión más térrea, salvaje y enérgica que he tenido el placer de ver en este festival. No obstante lo valiente no quita lo vulgar y en ocasiones el exceso de intensidad empañaba los extraterrestres tempos que era capaz de imaginar.
CAPÍTULO 4. Javier Colina: conde, señor, juego, set y partido
Sale a arropar a Rycardo junto con Piraña, pero nadie, nadie, nadie, «se destaca» (que así es como decimos en el pueblo a los que molan) más que Javier Colina cuando de hacer jazz se trata. Se le juntan Jorge Pardo, Antonio Serrano, Jerry González, pero nadie, nadie, nadie «se destaca» más que Javier Colina. Al latin le da el sabor, al flamenco le da la raza, la rabia y el virtuosismo, y cuando acompaña, el flow. Cae con su contrabajo hacia delante, no grita, no hace solos de 20 minutos, en solo 1 ha resuelto con cinco o seis técnicas diferentes los reclamos que le pide Jorge Pardo o Piazzola o Paco de Lucía. Hay un premio nacional de la música en el escenario y yo no entiendo por qué cojones no son dos.
CAPÍTULO 5. Antonio Serrano, el iluminado.
El 50% del público ha venido a ver a Antonio Serrano, el 30% a Jorge Pardo y el 20% restante son indolentes abonados. Claro que el público es de todo menos tonto. Antonio Serrano es el gran revolucionario de la armónica. Ha colaborado con artistas que ni siquiera han nacido, todo músico lo quiere haciendo una versión en miniatura de sus grandes éxitos y joder, Serrano es colosal. Toca su adaptación de Libertango (Piazzola) y por momentos me imagino cómo están haciendo desde la producción de sonido para enarbolar una mierda de armónica hasta hacerla parecer un bandoneón, pero descubro que no hay nada, es Serrano doblando las celdas hasta poner en pie al teatro. Joder, claro que habían venido a verle a él, salió Pardo y parecía el acompañante. No obstante hay un truco en Antonio, es sabio y utiliza las intensidades como nadie, cosa que por desgracia muchas veces no tiene que ver con el puro arte.
CAPÍTULO 6. La muerte del enterrador, Jerry González.
Solo hay algo más triste que enterrar a alguien, y es enterrarte a ti mismo. El sonido crepuscular de Jerry González no hizo ningún favor siendo la pavesita de un espectáculo de lozanos virtuosos. Es jodido para un fan verle así, pero lejos del arrepentimiento he de decir que en el único momento de desasosiego lo puso él y fue sencillamente soberbio. Al final de los tanguitos con los que se disponían a cerrar el concierto, Jerry se levantó temblando de sus percusiones mudas, e interpretó un breve solo que únicamente puede salir de un cuerpo cercano a la muerte. Fue tras Antonio Serrano, nadie aplaudió; dudo si alguien lo oyó, o lo entendió, o yo qué sé, Jerry iba vestido de enterrador y al final fue enterrado, pero antes sopló su réquiem.
CAPÍTULO 7. Jorge Pardo, fóllame así, sucio.
El gran cronopio es Jorge Pardo. Esto es curioso porque parece seguir instalado en su pose de acompañante. Pardo es el vivo ejemplo de que para ser un genio no hace falta contar la música en semifusas. Alguien que ha sido capaz de hacer casta flamenca de dos viento metales no puede ser visto como un simple instrumentista. Cada artista de este proyecto ha interpretado la música a su manera, pero Pardo es el único capaz de seguirlos a todos. Es él y no sus vientos los que crean la unicidad de este flamenco tan poco latino. Y es normal, porque es la marca de la casa. No estamos ante la fusión más experimental, pero el proyecto asombra ya que a cada poco aporta dos o tres sonidos únicos, que no esperas y que, para suerte de los teóricos que buscan las cuerdas que unen esta maraña de sonidos, consagran la armonía total. Pardo, Serrano y González son consonantes en Sanlúcar-Mojacar (Huellas). Es un viaje de flamenco-fantasía escrito por los vientos que soplan las aventuras. Sin embargo, algunos que, por complejo, las preferimos pequeñas y sucias, deseamos que aparque el saxo y vuelva a follarnos con la misma rabia y pasión con la que homenajea a Paco de Lucía. Que le den a corrección académica. El sexo es sucio y la flauta fálica.
El tributo a Benny Moré disfrutó de tener un magnífico director y una big band que solo se vió abatida por un exceso de butacas o una ausencia de pista. De nuevo hubo engaño, no hubo Alain Pérez, hubo un cantante que lo intentó con todas sus ganas, pero que sin el arte de los que te rodean poco éxito podía alcanzar. Aun así el tributo que Luis Guerra rinde a este compositor y cantante dejaría con un gran sabor de boca a muchos. Qué quieren que les diga, un lugar y un frontman mal escogidos pueden convertir el oro en mirra.
» Caramelo se vuelve blanco y argentino.» Esta frase es para invitar a chocolate con churros y a una mamada. Muy jodido esto de que cambian parte del cartel sin avisar, que desde aquí digo que no comparto el escepticismo cultivado de este señor y a mi este concierto me pareció más bello que mis futuros hijos, pero aún así es para sentirse estafada por el cambio.
Y el tributo a Benny Moré porque al final pasé de todo y me subí a la última fila a bailar, que si no me expliquen como se disfruta eso.
Muchos caímos en la «trampa» de la intensidad, pero al parecer no se pueden disfrazar los sabores a todos los paladares. La ignorancia trae felicidad y disfruté muchíiiiiisimo de este concierto, pero oiga, ni la mitad de lo que disfruto sabiendo que quedan de esos otros paladares que no dejan a la música dormirse en los laureles.
Genial la crítica.
Yo también lo disfruté como un enano, no obstante mi labor es fruncir más el ceño.
Con toda franqueza es uno de los mejores comentarios que me han dejado: es crítico, honesto, respetuoso y elegante. Gracias por tus palabras.