Día 4| Antonio Zambujo, Salif Keita y ¿Dino d’Agostino?: «El Mar de plomo» [La Mar de Músicas 2019]

Hay un tipo con un ordenador que se sienta todos los días en la última fila del Parque Torres a escribir. O es la primera crónica que se publica o no quiere dejar nada a la imaginación. Y nosotros creyendo que íbamos a ser los primeros… No podemos competir contra esa obstinación. Nuestro día a día es acostarnos tarde y que temprano el casero dé dos puñetazos en la puerta y nos grite: ¡EH, VOSOTROS! ¡¿Estáis despiertos?! ¡Os dejo el desayuno en la mesa! ¡Si queréis os lo tomáis y si no me lo llevo! Hoy está un poco nervioso porque viene toda la familia a comer. Le pregunto algo, me dice que está muy ocupado, le digo que no se preocupe, que tranquilo y me responde ¿¿¿TRANQUILO??? UNA LECHE TRANQUILO. Nos está explicando cómo hacer una ruta por la costa que le gusta que incluye pozos donde nos aconseja tirar a gente, un bar elegante llamado Los Tres Pacos y un resort de golf. Su hijo lleva sentado cinco minutos en una silla y cuando termina con nosotros, sin mirarlo le dice: Eh, hijo, felicidades. Le ofrezco paso en la puerta y me dice ¡QUITA! Jamás me he sentido tan frágil ante alguien. Al salir nos encontramos con toda su prole que son arquitectos, periodistas o abogados y seguramente pacientes de algún terapeuta. Sin saber cómo, charlar un rato con el casero se está convirtiendo en uno de los momentos más gratificantes del día.

Atravesamos en moto toda la costa sin dejar a la derecha la refinería. Confiamos tanto en las indicaciones del casero que ni siquiera abrimos el mapa. Todo sea porque no se aparezca en nuestra conciencia con una pala y nos zurra por haberle mentido cuando nos decía ESTO LO ENTIENDE HASTA UN AMERICANO. ¿¿SÍ O NO?? Me pregunto qué hemos hecho los murcianos para merecernos. La mayoría cantamos como orangutanes Cartagena pueblo Murcia capital sin saber qué significa, sin saber qué esconde. No se me ocurriría decir que una costa asediada por la colonización petrolífera es hermosa, pero cada vez creo más en que lo bello es tan relativo como la excitación que produce un descubrimiento. Ocurre igual cuando vas a ver a Salif Keita o a Antonio Zambujo sin saber casi nada de ellos. Ocurra lo que ocurra, la experiencia es el bien que se atesora, es la historia que luego se cuenta por necesidad.

A penas podemos respirar a causa de los gases. Continuamos y sobrevuelan las mismas gaviotas que cantaban ayer junto a Rui Massena. El hedor cambia y se vuelve más intenso y agrio. Que haya gaviotas solo puede significar que estamos sobre las vergüenzas de la civilización humana: un vertedero. En este punto empiezo a dudar del casero. Antes hemos visto desiertos y naves, depósitos esféricos que parecen los úteros de una civilización alienígena, engranajes, poleas y estructuras que Mad Max podría haber filmado o un programador de Metro Exodus –un videojuego– podría haber diseñado, pero no, es pura decadencia. El paisaje del futuro está a tan solo unas colinas del pasado. Hierro y petróleo. La edad que nos hizo prosperar y la edad que nos matará.

En Los Tres Pacos se comen baratos los mejores calamares a la romana de Cartagena al ritmo de David Civera, Blink 182, Mago de Oz y Paulina Rubio entre otros músicos de actualidad. Nada de Kamasi Washington o Elza Soares. Nos dice José, un tipo que hemos conocido en el interior de una mina al aire libre abandonada –obviamente– que Portman es uno de los pocos pueblos mineros que no se abandonaron. Supongo, por esos calamares, que se reconvirtieron a la pesca más que por vocación por necesidad. Aunque no sé muy bien en qué estado biológico nadarán esos peces en una de las costas más contaminadas de Europa. Nos hemos zambullido en el agua y al salir la boca nos sabe a sangre. «Vertiendo plomo 40 años las 24 horas del día, hijo», nos cuenta la regente del centro de mayores. Un hombre en la barra lo corrobora: «mira esa foto». Son las fiestas del pueblo la semana que viene y con el levante que hay no van a sacar ni a la virgen. Ah, el paseo en vez de a hombros se lo dan en barco. «Aquí ni pesca ni leches. Si ya no queda ni puerto. Esto es un pueblo dormitorio de 900 personas que en verano se convierte en 3000. Lo sabemos porque hace 5 años se le pegó fuego al campo y tuvieron que sacarnos a tos del pueblo». José sabe mucho sobre minas y tiene ganas de contárnoslo, pero su mujer lo coge de la oreja y se lo lleva porque, dice, está hasta la seta de que él se divierta y ella no aguanta más con su madre enferma de alzheimer intentado orinar en la carretera.

Cartagena es excepcional, es única y nos da historias que contar, pero es difícil lidiar con un estado de trabajo continuo no remunerado. Como imbéciles, esto lo hacemos por gusto, pero me consta que mis compañeros periodistas no sacan mucho más habiendo profesionalizado su trabajo. Yo al menos tengo a Diego, aunque se descojone después de resbalarse y caer sobre mi teléfono móvil y hacerlo chicle. Me tienta matarlo y tirarlo a un pozo… Volvemos a Los Mateos esquivando los cientos de melones que obstaculizan la carretera del vertedero. Si la vida en Los Mateos es dura no quiero imaginar cómo es un campo de Cartagena que desecha sus frutos. Otra víctima que acabará en el fondo de un pozo.

Tras esta breve introducción nos ponemos en marcha. Nuestra relación con el casero ha alcanzado un punto en el que preferimos quedarnos con él a ir a los conciertos. Escuchamos el último álbum de Dino d’Santiago mientras nos quitamos la sal, pero nos cuentan que el concierto ha sido mejor. Otro descubrimiento al saco de San Nicolás que nos regala La Mar de Músicas este año. Aunque no está todo perdido. Va a empezar Antonio Zambujo en el CIM y promete tanto o más que la historia de cómo el casero en 1993 denunció al constitucional la ilegitimidad de la Región de Murcia. Sobre esto volveremos… Ahora dejadme –déjame tú, Javi, y deja de contar mierdas– que os cuente que hoy hemos visto un concierto tan bonito como exquisito como chistoso. Zambujo es un cantautor y habla de amor –amor a muchas cosas– como lo haría cualquier cantautor, con la diferencia de que éste lo conoce desde la tranquilidad y la confidencia. Muy bien debe explicarse para que Nuno Rafael (director musical del proyecto) sepa exactamente cómo hacerlo sonar. Dos vientos, un piano, un contrabajo y tres guitarras. Parece mucho y poco, pero lo estrictamente necesario. Son de estos músicos que saben escucharse en un escenario. Escucharse permite trazar todas las dinámicas que acariciar un corazón exige. Acabo de leer cómo se define el propio Zambujo y se aproxima a mis borrosas anotaciones: un poco de João sin el mal gusto de la bossa nova yanqui, guitarras y pesadez que abrillantan a Tom Waits y fado como checkpoint. «Un calientaburras», me dice Lidia, una limpiadora punki de Callosa de Segura que ha ido a verlo. Ha intentado entrar con un cubata en el bolso y el segurata se lo quita por si se lo tira a la cabeza, y ella le dice que si le tira algo son las bragas. Este hombre si quiere repuebla Cartagena. Para mí, oír cantar a Zambujo con su guitarra es algo parecido a lo que se siente escuchar Acabou Chorare en la garganta de Silvia Pérez Cruz. Caminar cerca de una madre sin coger su mano. La paz que da la sola cercanía de unos ojos que te ven. «Es mucho menos lo que sé que lo que siento», canta Zambujo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, me recuerda Raymond Carver. Pero no es solo eso, es la primera vez que veo fingerpicking en una guitarra portuguesa como puente armónico de un tema hacia otro fingerpicking de guitarra eléctrica. Este viaje, aunque pase por Escombreras, desemboca en Cabo de Palos.

El año pasado no pedimos invitación para acceder al concierto especial que se hace en El Batel. Y como errar es de sabios, hemos vuelto a hacerlo. Por suerte, esta vez nos cambian el pase de prensa por dos entradas. Salif Keita recibe el premio La Mar de Músicas 2019 aunque para ostentar tan dichoso galardón y siendo este un auditorio de renombre –o de pronombre– le han hecho un flaco favor con la iluminación que raya la verbena y el mal gusto. Por si no fuera suficientemente albino le cascan unos focos bien cerrados y bien quemados sobre la cocorota cuando no están yéndose a las fiestas de Cehegín. Salif arranca tranquilo con su guitarra. Vaya afinación, vaya voz. África supo quedarse con nuestros Jeeps y nuestras Gibsons. El público de momento está sentado sintiendo esas emociones alegres que florecen de las verdes coronas africanas. Lo extraño es que todo el que tiene un abanico lo haya sacado para quitarse las goteras de sudor. ¿El aire acondicionado no iba dentro del sobrecoste de este auditorio? Lo importante. Es música hermosísima, pero no logro conectar. Lo importante es el mensaje y no entiendo ni la música por muy occidentalizada que esté. A los guerrilleros hay que entenderlos si no queremos ser la España del 68 que canta mi video no tiene mando a distancia cuando suenan The Buggles. Obviamente no abogo por un poliglotismo global, digo que estamos al borde de bailar a favor del genocidio. Eso sí, nos fiamos porque se nota que las trazas del maliense miran al sol de cara con los brazos levantados. Le grita cada vez que reclama un derecho porque sabe que lo está haciendo ante quien tiene la llave. Mamadou Diabate eleva al kora al nivel de violín primero. ¿Puede ser lo más interesante del concierto? Mory Kante (guitarra) sin embargo se está durmiendo en su silla. Los demás tienen coreografías bastante realistas. Sobre el final el público explota de júbilo y suben espontáneos a marcarse bailes que de no ser absolutamente demenciales parecerían pactados. Cómo no allí estuvo el bailongo más bailongo de todo el festival al que si podemos grabaremos para que sepáis cual debe ser la actitud ante la vida.

Quizá debería empezar a fumar marihuana. Mi amigo Alberto tuvo una experiencia extracoporal con Salif y una sesión de humo que hizo con más gente. No a todos los luigares se accede por el mismo camino. Hay gente que necesita un ritmo largo, repetitivo y bonito para arrancarse a bailar. Yo, que no consumo THC, espero que los proyectos musicales me lleven al centro del planeta sin tener que drogarme. Enhorabuena por el premio, no tengo duda de que es un merecido reconocimiento.

2 comentarios en “Día 4| Antonio Zambujo, Salif Keita y ¿Dino d’Agostino?: «El Mar de plomo» [La Mar de Músicas 2019]”

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