Tindersticks en el edén

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Colocar una pica en Flandes, como diría aquel, es lo que hacen Tindersticks con cada nuevo trabajo, eso sí, al modo «velazquiano», abriendo brecha en el a veces monolítico panorama. Así, esta asombrosa banda prosigue su devenir en la industria con la equilibrista y siempre arriesgada propuesta de ser fiel a uno mismo y sorprender con lo aprendido en el camino. De ahí un carácter escurridizo en su propuesta y no siempre apreciado, ajeno a las modas o imposturas estilísticas tan frecuentes por estos pagos. Y esta vez, como podía intuirse, no iba a ser menos.

En The Waiting Room prosiguen una aventura de postulados llamativos, en la que se dan la mano tradición y modernidad rayando en el vampirismo. Concurren aquí desde temas instrumentales de extraña belleza, en ocasiones gótica (Follow me, Planting Holes), hasta flirteos con el jazz más prosaico (Help Yourself), y un retorcido country que llama con desconsolado grito desde el arraigo a la tierra (We are dreamers!). Además, buena parte del álbum se sustenta en espléndidas y preciosistas baladas donde pueden dilucidarse visos de pop-rock (Like Only Lovers Can, How he entered) o bien todo lo contrario, suspiros moribundos que demandan suplicantes auxilio (The waiting room).

Por así compararlo, y en ejercicio a buen seguro inútil, en las escuchas se perciben ciertas similitudes con Nick Cave y sus Bad Seeds; ahora bien –cabe puntualizar– en la forma que no en el fondo, pues al igual que aquellos, Tindersticks sienten particular inclinación por la exploración musical de la digresión, partiendo de un motivo invariable al que se le van incorporando sucesivas capas que conforman un cuerpo voluble y dúctil al capricho y necesidades del creador. Es más, en, por poner un ejemplo, la antes mencionada We are dreamers!, estas similitudes incorporan un registro añadido: la voz se dirige al oyente como un recitador que va elevando su tono hasta producir inquietud y, por qué no decirlo, terror.

En suma, es este un trabajo notabilísimo: durante su recorrido, a pesar de la múltiple variabilidad de tonos y formas, es del todo inesperada su unicidad; y más aún, de marcada alergia a la aprehensión, por lo que requiere y reclama varias y sosegadas escuchas y, llegados a ese punto, no conforme con ello, seguirá llamando nuestra atención con insistencia para, si se atiende a la llamada, dar no pocos momentos éxtasis. Y esto, en cualesquiera rama artística, son palabras mayores.

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