Los Bengala y Galleta Piluda en 12&Medio: «Noche de invocaciones»

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En los ritos paganos se intentaba  -a través de llamadas de diversa índole- atraer espíritus, deidades y otras criaturas del inframundo o realidades paralelas. Así, lo que acaeció en la sala 12 &Medio el sábado no puede calificarse de otra forma que de invocación. Dos parejas singulares y pintorescas demostraron que el andergraun ibérico cuenta con dos estiletes de gran agudeza sonora y de una originalidad que invoca texturas pasadas y reforma las actuales. Desde Zaragoza, Los Bengala y, desde la capital del Segura, Galleta Piluda.

Lo tuve claro cuando vi el variopinto y bien nutrido calendario del Microsonidos. Mis cabezas de cartel de este festi, y también del jodido Sos48 de este año, son estos aragoneses de nombre felino. Además, llevo mucho tiempo queriendo ver al dúo mas yeyé de Murcia, que tienen nombre de dulce con cabellera.

Para entrar con buen pie en esta asquerosamente llamada semana santa, que mejor manera que invocar a White Stripes y a Los Saicos a la misma vez. Y, bueno, también a esos grupos viejunos a los que homenajean los Piluda. Creía que iban a tocar los murcianos primero, pero son los maños los que empiezan con su frenética intro. Esta gente no hace prisioneros. Al ser dúo y hacer rock garajero crudo y pellejero, me recuerdan al paliducho de Jack White. Pero hablo del Jack guarrete, el que tenía un poco de grasa de coche en la camiseta roja, el que tapizaba sofás en un local de Detroit, y no tanto el dandy de traje italiano azul a medida que es ahora.

Con sus canciones directas y cortas, no alargan su turno mucho. Tocan su exaltado Incluso en Festivos, alguna nueva y alguna de Los Saicos. El día anterior habían tenido un súper show con el cantante de la mítica banda peruana, Erwin Flores, y con los catalanes Mujeres y los gallegos The Phantom Keys. La fiesta debió ser terrible, porque el batería, Borja, dice que ha dormido tres horas, y que el guitarra, Guillermo, tenía fiebre. No eran las mejores condiciones, pero sacaron el extra y el fuá. A pesar de las adversidades propias de la naturaleza del cuerpo humano, los aragoneses no pueden dar un concierto a medio gas. Son incapaces. “No tengo rival”, se gritan mientras Borja se chupa el sobaco y se escupen mutuamente. Qué intensidad.

65 días es el contrapunto a una acelerada muestra de sonidos. En un alarde de voz, Borja se marca una introducción: 65 días sin respirar, el aire puro que tú me llegaste a dar, ¿recuerdas cuándo era así?”. Encuentran el término medio entre el Paint It Black de los Rolling y PekenikesLos poetisos y los escritores estáis sobrevalorados, afirman antes de despedirse con su hitazo No hay Amor Sin Dolor.

También es meritorio que ambos militen en otros grupos de funk y blues-rock. Y que tengan su propio sello: Yo me lo guiso, yo me lo como. Hay actitud, hay rock’n’roll añejo. Hay ganas de partir cuellos.

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Y por si aquel vendaval fuera poco, llegan los grandísimos Galleta Piluda. Incalificables. Enormes. Si hubiera más grupos como estos, grupos que se revolcaran y rebuscaran en la historia de nuestra música, otro gallo cantaría. Y no tanto refrito de acordes insulsos que hacen algunos que llenan plazas de toros y se creen artistas. Sí, artistas pero del palo. Los verdaderos artistas son el Trémolo Chamorro y el Reverendo Winni… digo Vinni, perdón.

Ante todo, los Galleta son recolectores de sonidos de otras épocas. El pintoresco Alberto Guacamolo, también zurdo como Borja Bengala, con su armónica, su cencerro vacilón, sus falsetes, sus historias y su batería es capaz de hacerte viajar a 1965. Pero si además le das un par de teclados al gran Vicente Navarro, alias Vinny, se puede armar la marimorena. Y no hablo precisamente del -antropológicamente hablando- interesante programa de Intereconomía, sino de un guateque en toda regla. Faltó el ponche, pero con Estrella fue suficiente.

Lo que sobresale de este particular dúo es el tipo de historias que cuentan. Decir estrambóticas es quedarse corto. Algunas están basadas en hechos reales. Entre gritos estridentes y onomatopeyas de lo más variadas, pasean por la sala erizos, monos, almejas fumadoras, galletas que tienen vida y extractores. Especial mención merece el gran vibrador violador. Aunque también hay múltiples pasajes de cacharraje instrumental únicos.

Mientras que el Reverendo lleva los bajos con una mano y aporrea el hammond con la otra, pasa un huevo de canciones. Unas más garru-psicodelicas, otras de latinismo yeyé como Mi Ratita, otras de bossanova rockera, y así hasta fusilar todas las combinaciones. Ojala grabasen más material, pero mientras tanto no queda otra que verles cara a cara. O con máscaras de lucha libre pinchando en Trémolo.

La noche parece un ritual de revivalismos particulares y otras invocaciones. Creo que me está saliendo cola de tigre. Hay que ver que ganas de ponerme un tupé y de llevar pantalones de campana me están entrando.

Fotos de Romu López

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