El suicida

el-suicida-alejandro-mellado

Me voy”. Las notas de suicidio son bonitas, excepto cuando te las escriben a ti. Ésta es escueta, sintácticamente impecable, no daña, no culpa y está claro que el que la ha escrito no va a volver. “¿Para qué esperar?” Firmaba George Eatsman víctima de una enfermedad degenerativa. Por el contrario tenemos a Michael Heisman, al cual se le atribuye un libro entero como despedida. En él cavila hasta dar con la intrascendencia vital. En ese camino, atorado por la fama y el vacío artístico, Kurt Cobain cerraba así la suya: “Ya no tengo la pasión, por ello recuerda que es mejor arder que desvanecerse”. Es difícil navegar por la ola musical, sea del extremo que sea. Así, el anodino Dead, cantante y líder de Mayhem, puso fin a sus votos con Dios disculpándose con quien lo encontrara “Perdón por la sangre. Intenté rajarme las muñecas y el cuello.” A diferencia del suicida medio adolescente Dead prometió volarse la cabeza si no lo conseguía; y lo cumplió. Sid Vicious, Ian Curtis, Michael Hutchence, Violeta Parra, Dalida, Wendy Orleans… la lista es larga y no todos dejan un mensaje final, muchos lo desarrollan durante una obra artística desesperada y humeante como la de Elliott Smith.

La vida es hermosa”. Si hubieran llamado «teléfono del suicidio» de Les Luthiers seguramente se habrían salvado tras escuchar el consejo “No cuelgue y no SE cuelgue” previo a la música de espera. “¿Pero qué va a ser hermosa la vida? ¿Quién le dijo semejante estupidez?

La historia de un potencial suicida que más me marcó fue la siguiente,  relatada por él mismo:

Podría haber seguido haciendo lo mismo porque era el mejor. La sola idea de abandonar esa vida me hacía sentir como un labrador en su ocaso: ajado, seco y oxidado, penando por las labores que su cuerpo ya no le permite hacer. ¿De qué vale una vida de supervivencia? Llegué hasta hoy con dos ideas: vivir ciego o morir. Y sí, elegí una.

Me llamo Zack Cunard. Estuve en tu casa, en tu coche, en tu bar, en tu tren, en tus fiestas, estuve allá donde llegara una onda FM. No fui ningún Mozart, solo quería hablar de mis historias. ¿Saben? Lo tuve todo, para qué enumerarlo. Sin embargo jamás hice nada bueno. La música es un invento necesario del hombre. Se habla del lenguaje universal porque afecta al sentir y al pesar humano sin la traba del idioma, pero ¡ay! cuando se empieza a hablar… El artista busca el reconocimiento no en sus fans, sino en aquellos con una catadura intelectual a su altura o superior. Así hice yo, consumir compulsivamente cada noticia que llevara mi nombre. Sudaba y temblaba, creía morir arrastrando página a página, pero jamás me dedicaron un mal adjetivo, lo curioso es que ni a mí a nadie.

Avancé en mi enfermedad, hasta el punto de ser como mis compañeros. Pero un día escrutando los fanzines de la ciudad, encontré uno firmado por un tal Nick Meadow. Usó palabras que no soy capaz de recordar no porque no quiera, sino porque nunca las aprendí. Donde vivo no existe el insulto, no se concibe un mal pensamiento, no hay control sobre las malas emociones. Así pues, con el ego destruido, dinamité mis cuencas llevado por el odio y fui en su busca. Fue arduo, mi crispación se convirtió en amor y deseo de conocer a aquel que se sentía engañado como yo. Comprendí que nunca había dejado de ser un enfermo. Hallé a una persona que lo conocía. Me contó que se colgó de la lámpara del dormitorio. Esperaba que al menos hubiera dejado una buena historia, sin embargo la única tinta escrita fue una lista de tareas por hacer. La primera era comprar una soga, la segunda colgarla del techo y la tercera dejarse caer. Si todo salía como es debido no entraría a trabajar a las 8.

Dejé de creer, dejé de fantasear con mi propia historia, dejé la música y viví la verdad, pero ya era tarde, todo estaba viciado. Al igual que Nick estaba solo en un mundo falso que auspiciaba a los grandes talentos que en realidad, en ausencia de verdad, serían grandes suicidas. Sabía que había otros renegados como yo, pero la idea de una conciencia mística no era suficiente. Así que estrechando el revólver cogeré las palabras del gran Hunter S. Thompson y exhalaré: Relájate, no te va a doler.

Ilustración Alejandro Mellado

2 comentarios en “El suicida”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir arriba